EL REINO DEL REY COBRA Y EL PORTAL DE LOS ESPEJOS

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Al cabo del plazo establecido de una semana y media pudieron observar una cascada desde la lejanía, de enormes magnitudes, y su sonido era ensordecedor, los arboles que la circundaban eran por igual, vetustos indicios de abundante vida, y de increíble verdor. Era un magnifico lugar para dar el ultimo descanso antes de entrar en aquel reino de perdición, tan abominable según se los había contado Tigmus.

Se sentaron bajo la asombrosa sombra de un roble, una distancia considerable del barrullo de la cascada. Ahí Tigmus podría contarles lo demás que debían saber del rey cobra y su ominosa civilización humana.

Pero antes de ellos se olieron y se percataron de la peste que los envolvía, por lo cual prefirieron bañarse antes de cualquier cosa. Y el viejo mago les informo de cierta planta que usaban los magos para su propio aseo personal. Se trataba de la sabia de cierto árbol de hojas rojas que crecían primordialmente cerca de las corrientes del agua.

Al parecer, según les había dicho, los shijar también hacían uso de esa primorosa planta. Y así vestidos se enjabonaron y enjuagaron para que sus ropas igual que ellos quedaran limpias, y con facilidad lo hiciera, y limpio las aguas y las plantas, y los peces que la circundaban. Vieja sabia milagrosa, pérdida en las eras, arrancada del recuerdo de los que aun persisten:

El hombre.

El sol era cálido y plagado de nubes de sombra que dentellaban y se disolvían embriagadoramente a causa del viento vespertino. Cazaron una codorniz que deambulaba cerca y la asaron como mejor lo dispusieron, bebieron del agua de la laguna, que era limpia como pocas. Al anochecer durmieron bajo la protección del roble, con la precaución de cambiar de sitio si llovía. Al amanecer tomarían de nuevo el rumbo así la ciudad o "reino" de nombre impronunciable, "El reino del rey cobra"

A la mañana siguiente se levantaron al rayar el alba, con el irreprimible trino de las aves, y la humedad los roció. Extendieron las alas y Tigmus se elevo, todos a la vez e remontaron, ya como les era usual, por los aires, entre los vientos, y de sobre las nubes que andaban bajo ellos. Les resultaba extraño que al pasar sobre las nubes no fueran esponjosas y suaves, eran imperceptibles, casi etéreos, como el aire o el humo, pero sin olor, sin sabor, sin tacto que pudieran llamársele así.

Pasaron enormes hectáreas de sembradíos y pequeñas casas hechas unas de paja y leña, otras de cáñamo, y algunas más de vainas de caña de azúcar. El punto era que todas se veían en extremo pobres, a pesar de que la siembra retallaba de verdor y buenas cosechas. Al principio pensaron que aquella pobreza se debía a que la gente era ociosa y tacaña, para que a los pareceres tan hambrientos no dieran impuestos al rey, eso era de esperarse; pero no fue así. Se trataba de algo distinto. Conforme se acercaban al reino pudieron atestiguar como disminuían los sembradíos, como se menguaban los ganados y las tierras se veían secas y por igual descuidadas. Los riachuelos que pasaban por ahí eran contaminadas por quien sabe que tantas porquerías, y lo que era peor, la gente recogía agua de ahí para beber, ahí lavaban ropa las mujeres, y de ahí bebía el ganado, los niños y todas las personas. Que diferencia había entre uno y otro riachuelo si todos estaban igual de contaminados.

De suerte que nadie miraba al cielo, porque...aunque eran cuidadosos de siempre estar cerca de los arboles y guarecerse en su protección, podía ser que algún creyente de los demonios, gritara histérico que un demonio se acercaba, o algo así. Pero estaban tan ocupados que no ponían atención a lo que circundaba sobre sus cabezas. Al fin y al cabo eran campesinos. Le verdadero bullicio comenzaba kilómetros mas adelante, donde se veían las murallas, impertérritas, guardianes incansables, flaqueados por las puertas que daban la entrada a los visitantes y comerciantes.

Olvidados Hijos de DianogteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora