"EN BUSCA DE LA FLOR ACUATICA"

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Habían elegido su primer destino, el más cercano entre todos los que podían elegir, aunque solo tigmus solo decidió, ya que era el único que podía leer el mapa, que según había dicho un día entre los días, que el mismo lo había trazado a lo largo de su vistosa vida nómada.

“La flor acuática”

El viaje seria arduo y la caminata constante. Una semana tardaron en llegar a las montañas. Durante el recorrido tuvieron que detenerse constantemente, debido que Shora nunca en su viada había tenido que caminar tales distancias, pero bien van lo aceptaba, ocultando su cansancio de vida sedentaria y ociosa, la única vida que había existido en su mundo. De suerte que el paisaje los reconfortaba, tanto el de día como el de noche duermevela, al no poder conciliar el sueño como era debido. Infinidad de callos laceraban sus pieles al tener que acostumbrarse a tales hábitos cabales. Nunca habían necesitado caminar con tal ahinco, ni dedicación. Jamás habían pasado sus días en tales andanzas. Habían racionado muy bien sus provisiones, pero conforme avanzaban los días, se les iban agotando. Aunque también aumentaba su capacidad de caminata, y muchas veces se iban negando al descanso hasta caer rendidos en dolor y debilidad. No pasaría mucho para que tuvieran que conseguir alimento para sobrevivir. De suerte que el agua no era de mucha preocupación por aquellos lares; de que había por doquier ríos, arroyos, lagos y lagunas. Sus aguas eran limpias como el cristal mejor pulido. La comida que les quedaba les fue suficiente para sobrevivir al paso de la montaña. Había una hendidura que la volvía plana, la llamaban “aguja del muerto”. Según Tigmus les había contado mientras la cruzaban, contaba la leyenda de que un fuerte temblor provocado por el que mora las tinieblas; enfureció por una afrenta de las sierras gemelas—esas eran las montañas que cruzaban--, al hacer alarde su fuerza ancestral y su incólume tamaño, como el de abajo, como escarmiente a su osadía decidió separarlas de una buena vez. Desde entonces ninguna montaña ni cerro ha osado proferir palabra a lo largo de los siglos y los siglos. “jamás se escuchara la voz de ninguna de ellas mientras exista el tiempo”, había dicho Tigmus. Jamás. Pero, su nombre no venia de aquella leyenda, sino de una muy comprobada realidad, al ser que las cabras—algunas no todas--, tropezaban y caían ahí, a pesar de ser un paso muy angosto,--lo que Tigmus no les dijo fue que incluso de cuando en cuando la cabra caí sobre la cabeza de algún viajero incauto que después era encontrado muerto--.

Ese trayecto fue muy largo aunque este terreno disponía rapidez. Tal vez no se debía a que las montañas no son tan solo altas, sino también muy anchas. Entraron por la mañana y apenas pudieron salir por la noche del día siguiente. Este incidente les había obligado a acampar la noche del primer día en la montaña de mala fama, en la que tigmus cuidaba que no les cayera alguna cabra. Las escuchaban berrear desde lo lejos y en lo alto, como gemidos de un miedo oculto que no podían evocar las mudas, los testigos inmortales, las olvidadas y las montañas. Cuando bien salieron, la fatiga los había embriagado. Y no supieron hacer otra cosa que estirarse en la alfombra verde del pasto de primavera y dormir plácidamente bajo las tres lunas llenas. Las tres lunas llenas. Dentro del perfume de las flores que había a sus lados, tomando el aire de la noche y su refrescante tersura y inmensidad del cielo infinito. Del estremecer, de los arboles de las cercanías. De todo eso se habían embriagado por primera vez. Por primera vez sin el doloso recuerdo de lo que les fue arrebatado traicioneramente, de la manera mas vil de todas. Sin la oportunidad de despedirse o decirles que se encontraban bien. De la triste y mas cruel de las formas en que ellos se habían ido.

Desde el día siguiente, tigmus los mando a cazar, por los alrededores, para que se enseñaran a hacerlo. Decía que el mundo en que estaban era de vital importancia para que pudieran sobrevivir. No se equivocaba. Como era cuestión de esperarse, el principio resulto muy difícil. Por un lado Shora sentía renuencia de matar a los animales o verlas morir. Eran sensibles al alma de los animales y su agonía les traía congoja. Lo primero que debieron hacer fue superar aquel sentimiento insidioso que les traía el asesinato, pues aunque no fueran razas, era asesinato al fin y al cabo. Primero vieron como cazaban infinitos animales, y como saboreaban el jugo de su presa, viva hace pocos minutos. O de algunos que las devoraban vivas. Vieron también a los hervivoros, que se alimentaban de plantas, estas al fin y al cabo también son seres vivos. Aprendiendo de ellos a lujo de detalle. Pero. Aun con eso les costo trabajo. Eran ruidosos al asechar y no sabían manejar bien los cuchillos, al igual que no sabían de trampas. Esos primeros días fueron los más difíciles  de todos. Pero poco a poco comprendieron la mas grande regla de la vida que todo ser vivo esta bajo el influjo de, “mata o muere” “aliméntate de todo lo que te haga falta, porque tarde o temprano serás alimento de otro al que le hagas falta que siguió la misma regla que tu”, la regla que nadie que quiera sobrevivir pueda negársela a su cuerpo y a su instinto. “que el mundo tenga en cuenta que incluso los vegetarianos matan seres vivos”, eso pensaban los shijar mientras miraban a los conejos y a los venados. Durante un buen tiempo, no lograron cazar nada. Se fueron enseñando poco a poco en el transcurso de su travesía. Muchas presas se les escaparon, algunas porque no podían con ellas, otras porque no querían cazarlas y algunas mas por ser madres o hembras encinta. Su enemigo más grande en tal aspecto siempre fueron ellos mismos.

Olvidados Hijos de DianogteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora