Capítulo VI

687 61 11
                                    

Me desperté sobresaltada debido a los llamados de mamá del otro lado de la puerta. Los rayos de sol que traspasaban el vidrio de la ventana me hacían sospechar no eran más de las nueve. Todavía sin poder abrir mis ojos por completo, miré el pequeño reloj de mi mesita de luz que marcaba puntualmente las ocho y media de la mañana. Bufé al comprender que el castigo ya había comenzado y que aún me esperaba lo peor.

Bajé a la cocina y contemplé a mamá sentada en el comedor con su típica taza de té en la mano.

-El paisajista acaba de traer las rosas y petunias del jardín. Las plantarás y harás todo el trabajo, le acabo de dar el día libre al jardinero.

-Mamá habías encargado más de treinta. Protesté apenas escuché aquella orden. -Además hace veintiocho grados y sólo son las nueve, moriré a las once. 

-Termina antes de esa hora entonces. Contestó después de tomar un sorbo de té.

Apreté mis puños para no contestarle alguna barbaridad que me haría estar castigada por un mes más y salí al jardín. Allí estaban cada una de las plantas ubicadas en fila y con macetas provisorias, a su lado se encontraba un pequeño plano en donde mamá había diseñado y designado donde iría cada una. Rosas amarillas intercaladas con rojas, petunias violetas al lado de las blancas formando un arco, las rosadas bordeando la gran palmera del fondo, creo que mi cabeza estallaría con tantos requisitos. Ni siquiera sé como hacer un pozo, es en serio mamá?

Enseguida me coloqué los guantes y comencé a plantar las petunias violetas. Por desgracia, el sol también estaba en mi contra hoy, sentía que estaba quemándome como nunca. 

Mi reloj pulsera marcaba las diez y media cuando acabé con todas aquellas plantas pequeñas. -Nada mal Bianquita, podrías dedicarte a esto si pierdes tu trabajo algún día. Me dije a mi misma mientras limpiaba las gotas de sudor que caían por mi frente. -Sólo restan las rosas.

Tomé con cuidado una de ellas y la coloqué adentro del pequeño pozo, pero cuando estaba tapándola de tierra algo me interrumpió.

-Necesitas ayuda? Se oyó a mis espaldas, no tardé en distinguir aquel tono de voz, se trataba de Gonzalo sin duda alguna.

-Mamá también te castigó? Bromeé mientras seguía con mi trabajo.

-Claro que no, tú eres la que desobedeciste a tus padres, yo ya soy mayor y ni siquiera estoy bajo su tutela. Sólo me levante por el molesto ruido que estás haciendo con eso. Respondió mirando con odio la pala que estaba usando.

-Como sea, vas a ayudarme o te quedarás todo el día mirando? 

-Miraría, pero sé que me daría culpa el ver como se marchitan en una semana. Apenas estás tapando sus raíces, el sol las quemará en una semana y además las regaste como si estuvieran en el mismísimo desierto, las ahogarás. Murmuró mientras se agachaba a mi lado, inspeccionando cada una de ellas.

-Eres experto o qué? Apuesto a que ni siquiera has agarrado una pala en tu vida. Afirmé molesta, pensé que iba a asombrarse por mi trabajo y sólo estaba haciendo críticas en mi contra.

-Entonces evidentemente perderías, he ayudado a mamá con el jardín desde que tengo diez. 

-Es mi día de suerte entonces. Murmuré antes de tirar un par de guantes a sus pies. Enseguida soltó una sonrisa y procedió a quitarse la remera, inmediatamente desvié mi vista de su torso moreno lo que llamó su atención. Luego de unos minutos comenzó a trabajar con una de las rosas rojas, sus músculos se tensaban cada vez que hacía un poco de fuerza y el sol pegaba de lleno en su espalda bronceándolo mucho más que antes.

-Gonzalo! Deja de hacer eso! Grité al sentir un puñado de tierra correr por mi espalda. 

-¿Por qué? Te enojarás como siempre, verdad? Preguntó en tono desafiante.

Sin pensarlo tomé una gran cantidad de tierra mojada y se lo lancé en su pecho provocando una guerra sin fin. Lamentablemente mis ágiles piernas no podían huir de él, por lo que prácticamente terminé perdiendo. No me incomodaba para nada tenerlo cerca, de hecho, en varias oportunidades estaba pegado a mí, sosteniéndome los brazos para que no me defienda  ocupándose de dejarme lo más sucia posible. Definitivamente, algo había cambiado entre Gonzalo y yo.

-Me rindo. Afirmé mientras trataba de ignorar las carcajadas que le provocaban mis intentos inútiles por limpiarme la cara. -Sólo restan tres, terminemos. Agregué

-Auch! Solté al sentir una espina clavándose en mi pulgar. -Malditas rosas, las odiaría si no fueran tan hermosas. Pagaría por que nazcan sin espinas.

-Déjame ver. Susurró mientras tomaba con suavidad pequeño dedo. -Solo te cortó, no tienes nada Bianquita. Igualmente iré a buscarte algo para cubrírtelo, podría infectarse.

-No, no hace falta, no es nada. Respondí asombrada, mi antiguo enemigo estaba preocupándose por mí? Creí que quería verme sufrir las veinticuatro horas del día. Un momento, acabo de decir "antiguo"? Necesito descansar, el sol esta afectándome. 

-Es inútil odiar a todas las rosas porque una te pinchó y tampoco dejan de ser hermosas porque tengan espinas. Dijo rompiendo el silencio y sacándome de mis pensamientos confusos. -Además serían aburridas sin espinas, no llamarían la atención como aquellas que si tienen, lo mismo pasa con algunas personas. A mí me gustan los desafíos. Soltó mientras se alejaba con una sonrisa un poco extraña, a diferencia de otras veces yo también le respondí con una de ellas por lo que se le iluminó cada vez más la suya. Era tan impredecible estar cada vez más cerca de Gonzalo, nunca podría haberlo imaginado ni tampoco estaba en mi lista de intereses. Descubrí que había un Gonzalo que ni yo, ni Paio, ni mis padres (y tal vez ni el mundo) conocía. Su fama de burlón escondía un ser inteligente y algo sensible, pero sobretodo, miedo. Miedo a mostrar lo que alguna vez pareció ser rechazado.

A los cinco minutos regresó con una bandita sanitaria y un pedazo de algodón remojado en alcohol. Inmediatamente se sentó como un niño en frente de mí y tomó mi mano lentamente a la vez que limpiaba la pequeña herida. Estaba poniendo tanta concentración en que la bandita quede perfectamente pegada que ni se percató de que yo no podía sacarle los ojos de encima aunque quisiera.

Love Me || BianzaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora