Capítulo VIII

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-Me alegra escuchar eso. Murmuré intentando calmar los latidos de mi corazón, que parecían oírse desde afuera de la habitación. Aún no sé como pudieron salir esas palabras de mi boca ya que en ese momento aparentaba haber olvidado hasta como hablar. Él me dirigió una pequeña sonrisa, de esas que por más que no se muestren los dientes parecen esconder muchos más sentimientos.

-Es tarde, te dejaré dormir porque en unos minutos lo harás en frente mío y no me controlaré en hacerte algún garabato en la cara. Soltó al contemplarme sentada en la cama, parpadeando cada vez más pesado y controlando mis ganas de bostezar continuamente. Claramente el trabajo de esta mañana me había agotado.

-Prefiero la opción uno, no quisiera tener que asistir al dermatólogo de urgencia por una crema de afeitar en mal estado. Respondí recordando aquella mañana cuando tenía diez, él había dejado en mi rostro toda la noche aquel producto que dejó como resultado una alergia colmada de picazón.

-Lo siento, realmente no sabía que estaba vencida. Contestó a la vez que reía incontrolablemente, igual que cuando vió mi rostro totalmente rojo años atrás. -Te apago la luz? Preguntó suavemente mientras caminaba hacia la puerta. Aquella pregunta me enterneció por completo, quizás fue porque llevaba consigo un tono paternal o algo así.

-Sí. Murmuré a la vez que miraba fijamente aquellos ojos, intentando guardar aquella imagen antes que el interruptor se apagara. Él igualó mi acción y comenzó a alzar su dedo con extrema lentitud hasta el botón, cada milímetro que lo acercaba parecía dolerle, era como si no quisiera dejar de verme.

Cuando todo se quedó a oscuras me recosté hacia atrás y suspiré profundo. Podía sentir a Gonzalo todavía en el marco de la puerta, hubiera jurado que estuvo unos segundos allí.

                                                                                           ***

Eran las once de la mañana, me encontraba tomando mi té en la barra de la cocina ya que papá no estaba y hoy optamos por obviar el desayuno formal. Todavía no me había cruzado con mamá, seguramente había salido porque ni siquiera me levantó. Paio estaba metido en la heladera buscando alguna que otra comida potente para arrancar el día, siempre suele levantarse con mucha hambre, demasiada diría yo. Siempre nos gustó estar solos en casa, no hay reglas ni restricciones. 

-Saldrás esta noche? Preguntó mientras escogía una banqueta a mi lado y apoyaba unas cuantas cosas para devorar. 

-No lo sé, Micaela aún sigue de visita en lo de su abuela pero sospecho que sí, quiero despejarme un poco. Murmuré mientras revolvía mi té lentamente, sin levantar la vista de allí.

-Gonzalo y yo iremos a costa, hay una pequeña fiesta allí. Son chicos conocidos, varios de la escuela. Deberían ir allí. Agregó, sabía que intención de Paio era controlarme. Sólo intentaba que no salga a algún boliche, odia no saber lo que hago. Igual me parecía bastante buena la idea de pasar más tiempo con Gonzalo, me interesaba su nueva personalidad. -Bueno, en verdad creo que iremos, todavía no hemos confirmado nada y me parece que Gonza pretende dormir unas cuántas horas más.

-Se lo diré a Micaela, seguro querrá ir. Contesté tratando de evitar el sueño "sospechoso" de Gonzalo, seguramente Paio no tardaría en averiguar que hace su mejor amigo hasta altas horas de la noche.  Sin darme cuenta le estaba sonriendo a mi taza de té como una estúpida, me alegro que mi hermano a veces sea un poco distraído porque no logró notarlo.

Luego de un momento se oyó que la puerta principal se abrió, dejando entrar unos pasos que sin dudas eran de mamá. Escuché que colgó sus llaves y se detuvo en el rincón donde el comisionista de la familia le trae los encargues a papá y algunos sobres importantes. 

-Algo para mí? Gritó Pablo desde mi lado pero sin respuesta alguna de parte de mamá. Seguramente había muchos y estaba abriendo cada uno de ellos, o simplemente mi hermano había colapsado la tarjeta de crédito de papá con sus compras por internet.

De repente unos pasos apresurados y firmes se adentraron en la cocina, dejando ver a mamá con un paquete marrón en sus brazos y un rostro de enojo que intimidaría a cualquiera. 

-Adelante, cuál de los dos? Preguntó él desconcertado, mientras intentaba averiguar desde lejos que había dentro de aquella encomienda.

-Quién podría ser? Contestó ella con tono irónico. Sin dudas era yo, nunca podría haber sido su niño el que realice una mala compra, por más que haya gastado en una completa estupidez. 

Hasta unos segundos estaba completamente segura de que mamá estaba equivocada, no recordaba haber hecho alguna compra, excepto por una sola cosa que había venido a mi mente y que rogaba que no esté allí dentro.

-No recuerdo haber comprado nada. Murmuré.

-Y yo no recuerdo que haya otra Bianca DiPasquale en el barrio. Respondió volviendo a leer la inscripción que llevaba pegada en el envoltorio. -Cuántas veces te lo he dicho? No puede gustarte esa idiotez, eres una mujer Bianca. En todos estos años hemos gastado una fortuna en tus clases de canto, y tú sólo sigues pensando en esta completa porquería. Exclamó dejando al descubierto mis guantes de box rosados. Se suponía que deberían llegar de Micaela así no los descubrirían, pero como no se encontraba nadie en casa los trajeron a la dirección alternativa, osea, la mía. 

Me gusta el boxeo desde los quince años, me parece fantástico el hecho de que deber pensar como el ajedrez pero también tener el coraje para afrontar cada golpe. Creo que es casi idéntico a la vida, no pierde el que cae sino aquel que no se levanta. De pequeña solía mirar cada pelea en mi habitación y en volumen bajo para que nadie se enterara pero siempre soñé con subir al ring y sacar todo lo que llevo adentro. No sé si sería buena, sólo sé que no tengo nada que perder y no hay nada mas peligroso que alguien que no le da miedo morir en la pelea.

-Dámelos, son los últimos que quedan, no conseguiré otros iguales. Susurré rogando que ignore el estereotipo de hija perfecta que desea tanto, pero eso es realmente imposible.

-Los devolveré, vete a tu cuarto. Ordenó 

Mi mirada se clavó en Paio, que intentaba concentrarse en la tarta de chocolate, era obvio que no iba a defenderme, no sé por qué se me cruzó esa idea por la cabeza. 

-Púdrete. Afirmé mientras ella estaba a punto de cruzar la puerta, no sé por qué lo dije, sólo me salió. Fue como una bomba que estalló después de estar tanto tiempo guardada. 

-Te arrepentirás de lo que acabas de decir, créeme. Contestó sin ni siquiera alzar la mirada hacia mí. Podía notar su odio, su rencor, y sobretodo su decepción.

Paio estaba mirándome ahora con los ojos sumamente abiertos, sólo le faltaba abrir la boca unos centímetros para tener la típica cara de asombro de las películas. Estas últimas palabras de mi madre me quedaron retumbando en mi cabeza, haciendo que mi sangre ardiera como un fuego. La taza que antes se encontraba en mis manos ahora voló hacia la pared, rompiéndose en mil pedazos. Inmediatamente mi hermano me tomó de atrás, evitando que siga rompiendo más cosas, pero nadie podía controlarme ahora, y menos calmarme. 

-Déjame! Gritaba una y otra vez, intentando zafar de los fuertes agarres de Paio. Estaba enojada, muy enojada. Sé que tal vez la situación no fue para tanto pero todos en algún momento explotamos de tanto guardar. Sólo quiero ser yo, quiero que me feliciten, quiero una caricia cuando me levante y no una mirada de indiferencia, quiero un abrazo, quiero que estén orgullosos de mí, eso quiero. 

Mi cabeza se levantó por un segundo, allí estaba Gonzalo, parado en la puerta y mirando todo. Llevaba su vista a los pedazos de porcelana en el piso y luego a mí, y así una y otra vez, inmóvil.

-Qué esperas? Ayúdame! Exclamó Paio mientras que seguía sosteniendo mis muñecas.

-Suéltame Pablo, estoy calmada. Susurré mientras trataba de ocultar mi vergüenza, seguramente él estaría pensando que soy una loca desquiciada. 

Love Me || BianzaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora