Cara a cara con el enemigo

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Sombras rojas en los arboles

Cap 4: Cara a cara con el enemigo

Pasaron las horas y cayó la noche. El valle se inundo de oscuridad y lo único visible era la nieve fosforescente. Las miles de estrellas que enseñaban sus más soberbias constelaciones. El viento soplaba muy fuerte esa noche de zozobra, arrastrando una lluvia helada de nieve fangosa con ella y las ventiscas no reparaban en seguir de largo, no, azotaban el carruaje de manera intensa pidiendo entrar. Por suerte, acá adentro estaba caliente.

Escuchamos que el soldado hizo sonar una trompeta allí afuera. Beatriz se asomó por el cristal y vio como el jinete le hacía señas con los dedos cruzados. Desvió la mirada hacia mi y me dijo que estábamos por entrar al bosque para retomar ruta, que el bocinazo se efectúa de forma rápida para que los enemigos no se percaten de que estamos en su territorio. Entonces le pregunté el por que, si su deber era acabarlos. De forma pausada, me explicó que era casi imposible para una mínima cantidad de soldados exterminar una jauría. No podría jamas discutir sus palabras, pues era obvio. Estos cánidos eran muy grandes, muy espesos, muy siniestros.

Apreté mis cachetes contra el cristal observando los alrededores. A las afueras se desdibujaba una alameda, presidida por una travesía imaginaria que los corceles seguían indicados manualmente por un soldado. Me di cuenta de que había mucha niebla, el bosque era muy espeso y frondoso.

-Es un alivio que haya nieve, evita los ruidos fuertes, amortigua el traqueteo- Dijo Beatriz -El viento se lleva los olores, facilita que no puedan rastrearnos. Pero, mientras mas nos adentremos, mas reparo habrá. Inevitablemente dejaremos un rastro de olor para sus narices. Otra de las contras es que es inapelable dejar un rastro de huellas.- Se llevó los dedos al tabique y lo presionó pensando. La observé por unos instantes. Susurraba preocupada apretando los parpados - Lo último que necesitamos es una jauría. Los caballos se tropiezan con tanta nieve, no tienen una vista tan buena- Con el rabillo del ojo, fugazmente visualicé una sombra entre los arboles, una silueta humana que vigilaba desde una altura.

-¡Acabo de ver a un hombre!- Exclamé.

-¿María, estas segura?- Inquirió la muchacha con los ojos grandes cuales platos. Mantuvo la seriedad pero se levantó.

-Si, estoy segura que era un hombre. Arriba del camino, en las alamedas- dije con tiesura.

Beatriz me observó con pasmo, la boca entreabierta y cierto sobrecogimiento contagioso. Se paseó de ventana en ventanilla en ventanilla, tratando de visualizar algo allí afuera. Frotó los cristales con su puño para limpiar el vidrio del vaho, pero la visibilidad era escasa con tanta nieve y oscuridad. -Debiste imaginarlo- Dijo tratando de convencernos. Se volvió a sentar y suspiró. Acomodó su ajustado moño -Mira que nervios me haces pasar, niña-. No pasaron ni dos minutos y escuchamos la trompeta. Esta vez sonaba muy fuerte, como si la misma estuviera padeciendo un ataque de nervios. Se avecinaba el pánico, excesivamente sobrecogedor. Me abrumó la cobardía que en ese momento fui obligada por mi propia conciencia a tolerar. Otra vez, una mezcla de emociones incontrolables, temores insufribles e inconsolable miedo a la muerte.

-Si, son ellos.- Jadeó Beatriz. -Nos emboscaron. Ese hombre no era más que un lobo disfrazado- Se le notó el acaloramiento - Puta mierda- Insultó consternada. La trompeta volvió a sonar y los caballos relincharon histéricos. Se tropezaron unos con otros y retomaron rumbo equitativo, ahora galopando desesperados. El soldado carretero comenzó a gritar, teníamos problemas. Se me aceleró el corazón y le pregunté que íbamos a hacer.

Beatriz no tardó en levantar el felpo de uno de los asientos, como si fuese la tapa de un baúl adjunto al carruaje. Me señaló y mostró lo que allí adentro había. Guardaba infinidad de armas. Los asientos en si, eran como cofres. Simulaban ser butacas normales, pero evidentemente no era así. Dejé escapar un chiflo de mis labios. Quizás de los nervios o ambicionar el porvenir, comencé a reírme mientras sujetaba mi estomago.

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