Capítulo cuatro: Una corta estadía y el camino a Ethelion

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Al día siguiente, el sol radiaba en un cielo completamente despejado, iluminando cada rincón del pueblo, sin embargo se esperaba que en la noche el cielo se nuble y comience a llover.
La compañía se encontraba en la habitación, recién despiertos en un cálido amanecer, desayunando un poco de ensalada que habían preparado. Sin embargo, no estaban muy satisfechos con lo habido, aún tenían mucha hambre y no habían más alimentos, lo que no era muy raro porque Angard no estaba muy bien económicamente y ya no tenía muchos aliados para negociar mercadería, entonces eran tiempos difíciles para el reino y sus habitantes.
La luz del sol entraba por las ventanas, iluminando el rostro de Éden quien quiso salir a la calle a caminar y tomar un poco de aire. Sin embargo, Al abrir la puerta y salir, el sol radiaba como en un día normal en su pueblo y era un día tan caluroso como uno de verano, en ese momento vió a su derecha a una cuadra de distancia a el capitán Alessar con una mujer a quien Éden nunca había visto. Se trataba de Arenthel, su esposa quien estaba esperando un bebé hace 4 meses.
Vió como la abrazaba y notó la pena y tristeza en cada uno, quienes se despedían sin saber si volverían a encontrarse. Al hacerlo con un beso, dejó a Arenthel y se dirigía con amargura dentro de sí donde estaba Éden. acercándose a él y avisandole -El rey ordenó que debemos partir ya mismo, tomen sólo lo necesario. En ese instante le llegó a su mente su padre y le exclamó a Alessar con desespero -¡Señor, no he encontrado a mi padre, déjeme buscarlo antes de partir, por favor!-
-Esta bien- dijo mirándolo con compasión -Se donde está tu padre, lo conozco. Ve hacia el banco, sigue derecho y dobla a dos calles de aquí en la izquierda, ha estado haciendo guardia en ese lugar desde la semana pasada, seguro que lo encuentras- dijo Alessar con una sonrisa en su rostro.
-¡Muchas gracias señor Alessar!- contestó con alegría y salió corriendo en su búsqueda.
-¡Te estaremos esperando, no te distraigas, hazlo rápido!- le gritó Alessar.
Éden corriendo con apuro, recorrió las dos calles que le había indicado, dobló a su izquierda, observando que había una multitud de personas caminando por esa calle, así que tuvo que ir despacio y esquivando a cada uno hasta que vio arriba en la puerta de un edificio, un cartel con la inscripción "banco", Éden esquivando a las personas, fue hacia allí, y encontró a su padre de pie a un lado de la puerta, quién estaba con su armadura y su espada envainada. Éden se paró frente a él y le dijo -¡Papa, que bueno que estás bien!-
-Hijo, ¿que haces aquí? Creí que estabas con tu madre- dijo Berethiel sorprendido.
-Lo estaba pero sucesos inesperados me han traído aquí, como sea, ¿como estas?- dijo Éden
-Estoy bien, está semana he tenido mucho trabajo. Lo peor es que estoy todo el tiempo al rayo del sol, aunque algunos días nublados me salven- contestó Berethiel -¿como está tu madre y la pequeña Élizeth?-.
-Estan bien, esperando por nuestra vuelta, aunque me preocupan ahora que no estoy allí para cuidarlas- dijo Éden mirando al cielo como si pensara en algo.
-A mi también, desde que me he ido... porque no puedo negar que la oscuridad se está fortaleciendo en las montañas oscuras y el poder del señor que habita allí está en constante crecimiento, y no es descabellado pensar que comenzará a esparcirse por toda la tierra, eso es lo que mas me preocupa- dijo Berethiel dando un amargo suspiro -En fín, ¿que haces aquí?- luego preguntó.
-Es una larga historia y creo que ya es hora de irme, el tiempo apremia, debo partir ahora- dijo Éden mirando hacia el camino.
-¿Partir? ¿a dónde?- preguntó Berethiel con sorpresa y con los ojos bien abiertos.
-Solo te digo que el reino está en peligro, junto con nuestro pueblo, y el rey nos reclutó para una misión- dijo rápidamente Éden.
-¿Que tipo de misión?-
-Ya debo irme, me están esperando, sólo vine por un momento a verte, pero ya debo partir- dijo Éden
-Entiendo, me alegra verte hijo, sólo cuídate ¿si?-
-No te preocupes, adiós papá- dijo alejandose a paso ligero. Aunque en realidad no sentía tanto apuro como demostraba, lo cierto era que no quería hablarle nada de la misión a su familia, no quería preocupar a nadie y hacer las cosas por su cuenta, aunque se sentía muy mal por dejarlo de esa manera.
Éden volviendo rápidamente donde Alessar se encontró con sus compañeros preparando los caballos y montando en ellos, cada uno portaba una espada, las cuales les habían llegado de parte del rey. Unas grandes y filosas con empuñadura
-Oye Éden, toma- le dijo Maedor lanzándole una espada a sus manos desde su caballo. Todos habían montado, cada uno con rostros estresados, todos compartían la misma preocupación. Sin embargo Éden se sentía tranquilo, confiando en que todo resultaría bien de esto, quien montó su caballo y se puso en marcha junto a sus compañeros comandados por Alessar quien los dirigió a la salida del reino.
Las personas los observaban con curiosidad preguntandose por qué se iban nuevamente si ayer apenas habían regresado. Algunas personas suponian la llegada de la guerra al reino, pero la verdad no tenian idea de lo que podía llegar. El rey decidió no esparcir las noticias ni nada acerca del dragón, confiando en sus soldados y en el capitán Alessar, a quien le tenía gran estima. Al llegar a la puerta, unos caballeros con armaduras estaban esperando por ellos. Al verlos aparecer ordenó a sus soldados abrir la entrada, la cual comenzaba a abrirse lentamente hasta que la compañía arribó al lugar. Llevaban simples cosas, sólo lo necesario, pan, algunas frutas, y suficiente miel que contenía grandes proteínas y era curativa, para no ir con tanta carga, ya que el camino a las montañas sería largo, duradero, y a la vez tedioso.
Al acercarse a la puerta, los caballeros de pie a sus costados los miraron haciendo una pequeña reverencia para mostrar respeto hacia el capitán Alessar y sus compañeros, mientras las personas murmuraban intentando descifrar el por qué partían otra vez, mientras la compañía cruzaba la gran puerta, escuchando el bullicio de la multitud que caminaban tras ellos. Hasta que estuvieron afuera y la puerta se cerró, cubriendo todas las miradas y voces a sus espaldas, quedando todo en completa calma y tranquilidad. Sin voltear la mirada, sabiendo que no habia marcha atrás, todos estaban dispuestos a empezar el viaje, todos con el mismo propósito, proteger lo que más querían, Eden, por ejemplo, sólo le importaba su madre y su hermanita, además de su padre que se quedaba en castillo del rey. Maedor lo hacía también por su familia, aunque también lo hacía por el mismo, porque sentía que su vida recién había comenzado y tenía mucho por vivir. Mientras que Denabel y Bill no tenian muchas preocupaciones más que por si mismos, ya que Denabel no ve a su familia desde niño y la familia de Bill falleció después de una gripe mortal que lo dejo huérfano, cuando tenía apenas 15 años, desde ese entonces ha estado solo ocupándose de su granja.
Mientras partían, el rey se encontraba sentado sobre su gran trono, con una copa de vino en su mano, aguardando intranquilo por la guerra, que podía oler en el aire.
Antes de comenzar a cabalgar, Maedor preguntó -¿A donde debemos ir señor?-
-Alessar, sin decir una palabra por un momento mirando hacia el horizonte, dijo al fín -Debemos ir hacia el norte y cabalgar muchos kilómetros-
-¿Y luego qué?- preguntó Éden curiosamente.
-Entraremos al bosque Ethelion- dijo Alessar volteando su cabeza -El rey me ha dicho que allí nos estarán esperarándo-
-¿Quien nos espera señor?- Preguntó Maedor
-Una antigua raza llamados Ailun, quienes han visto al mundo crecer.-
Éden levantó su mirada atraído por lo que dijo Alessar, interesándose cada vez más por otras razas y reinos.
Sin embargo todavía tenían un largo camino por recorrer en tierras desoladas, y quién sabe qué podrían encontrar en el camino. Pero lo principal era llegar, luego allí, les darían refugio como advirtió el rey, quien al parecer si tenía un aliado.
Comenzaron a cabalgar con velocidad dejando atrás Angard y partiendo hacia un nuevo destino, un destino incierto, que metro a metro se iba oscureciendo más. Al subir la gran colina hacia el norte, continuaron galopando sin intervalos por el verde prado que luego les llegaba hasta sus pies, cubriendo casi completamente las piernas de los caballos, la tierra era suave y llana, con un poco de relieve y ondulaciones, pero al fin y al cabo no tuvieron preocupaciones. Sólo hasta que la luz del sol fue cubierta por las nubes, suponiendo la llegada de la tormenta como lo habían previsto. Pudieron haber esperado un poco más antes de partir, pero el rey no lo recomendaba, cuanto antes mejor, la bestia podría despertar en cualquier momento, y si eso pasaba, el mundo caería.
Luego de unas horas de viaje cayó la primera gota, anunciando la llegada de la tormenta, la cual parecía que sería extensa. Luego de la llovizna llegó el diluvio, empapando a todos y cada uno de la compañía, incluso la comida, la cual Bill intentaba cubrir como podía. Sin poder refugiarse, ya que lo único que veían eran colinas y más praderas, continuaron bajo la tormenta que esperaban que no empeore y baje su intensidad pronto porque en ese momento la tierra comenzó a mojarse demasiado formando lodo y fango, dificultando el paso, habiendo que bajar velocidad e ir con más cuidado. Lo cierto es que Alessar no sentía que debían apurarse tanto, se cansarian pronto y no rendirian bien. Lo que pensaba era que si algo tenía que pasar, iba a pasar igual, sin importar la velocidad a la que vayan. Pero Éden no podía pensar eso, él quería terminar esa tarea de una vez por todas y acabar con el problema, sin imaginar la magnitud del asunto. Y también esperaba que el rey mandará un grupo de soldados a custodiar su pueblo, para protección de Elving y Élizeth, como él lo había prometido. Sin embargo así avanzaron por muchas horas, ni muy rápido ni muy lento. A través de colinas y prados amarillentos y secos que iban bajando poco a poco su altura.
Éden avanzaba pensativo, imaginando a los seres de luz que le había contado su hermanita. Se preguntaba si esos seres eran los que había mencionado Alessar e imaginaba cómo se veían.
Por horas cabalgaron bajo la lluvia que luego comenzó a bajar su intensidad convirtiéndose sólo en llovizna que enfrió todo el ambiente, el cual hizo temblar a cada uno en la compañía. Al cabo de un rato, la llovizna cesó y el cielo comenzó a despejarse dejando asomar el sol, lo cual ánimo a la compañía que a partir de allí comenzó a sentirse positivamente bien. Todos conversaban el uno con el otro, entre risas y bromas, que alegraron el día, hasta para Alessar. Luego de horas cabalgando sobre colinas y praderas, la luz del sol menguaba y la noche asomaba, en un atardecer tan hermoso como pocos sobre una colina por el oeste, y todo estaba tan silencioso, lo único que podía escucharse era el trote de los caballos y el sonido del viento al rozar con sus orejas.
La tierra era árida en ese campo llano y había muchas rocas en el camino. La noche había llegado, con un cielo completamente relleno de estrellas y una gran luna llena que juntas iluminaban la tierra.
La noche estaba muy fría casi con 2 grados de temperatura, con sus pocos abrigos que tenían, y la única protección que tenían en la cabeza era frío yelmo de acero. A través del viento helado pasaron por pastizales, prados, colinas y desoladas llanas tierras durante horas. Hasta que subieron a una colina que al mirar hacia abajo encontraron un gran lago el cual su agua lucía muy limpia y clara, aún con la oscuridad podía notarse. Al bajar hacia allí, desmontaron de sus caballos y se quedaron bajo un árbol que se hallaba justo al lado del lago, tomando un descanso que necesitaban y sobre llevando la helada noche que luego de unas horas, vió la luz del amanecer sobre el este. Éden despertó de un tranquilo sueño con la voz de Alessar quien decía -Ya es hora Éden, hay que continuar- despertando a todos de una palma en sus hombros. Todos se levantaron, algunos un poco fastidiados, pero se subieron a sus caballos al fín. Alessar tomando delantera, yendo a un paso no muy rápido, se podría decir que iban a trote, el capitán dijo -Estamos cerca de Ethelion, pero debemos apresurarnos- dijo con un gesto de intranquilidad. En ese momento Éden se acercó a su lado y le preguntó en voz baja -Señor, lo veo cansado ¿usted ha dormido?-
-Aun en estas tierras no muy lejanas hay que estar alertas, como te has dado cuenta el mundo está en guerra, no importa donde estés, la oscuridad siempre está, sólo hay que estar preparados y prevenirla.-
-Entiendo- dijo Éden mirando a sus alrededores, y volviendo a su lugar junto a Maedor.
Luego de una hora, Maedor notó con sus ojos muy abiertos por el Oeste, que se estaba elevando en el horizonte un gran humo negro que comenzó a extenderse hasta el cielo.
-¡ALLÁ! CAPITAN ALESSAR, HAY HUMO ALLÍ- dijo sobresaltado.
-Todos pararon la marcha, observando el gran humo que señalaba mal augurio.
-¡NO PUEDE SER!- Dijo Alessar con angustia.
-¿Que ocurre Alessar?- preguntó Éden preocupado.
Alessar se quedó observando perplejo y diciendo luego -Es el pueblo de Hargord... Ha sido atacado, posiblemente por oroduins- exaltado exclamó -¡DEBEMOS SALIR DE AQUÍ, AHORA!- comenzando nuevamente su marcha hacia el norte, temiendo por la llegada del enemigo. La compañía avanzó, dejando atrás un pueblo que ardía en llamas, no por un dragón que era lo primero en que pensaban, sino por oroduins que mataban, destruían y quemaban todo a su paso.
Todos temían que pudiera ocurrirle lo mismo al pueblo, lastimando a sus familias, aunque tuvieran la protección del rey, no les podría asegurar nada.
Alessar, se dió cuenta de la magnitud del problema, y que lo que tenían que hacer no tenian que perderlo de vista, sin perder demasiado tiempo, ya que era algo escaso en esos momentos. Además entendió que no podrían quedarse demasiado tiempo en un mismo lugar, porque los oroduins podrían hallarlos, asi que deberían estar en constante movimiento. Así atravezaron amarillas colinas, que estaban infestadas de oroduins, que quien sabe por donde aparecerían.
Alessar pensó en que tal vez su próximo destino sea Angard, pero borró esa posibilidad, ya que si quisieran atacar un gran reino como Angard, no lo harían con un simple número de oroduins, no, no sería muy inteligente. Lo cierto era que en las montañas de Edomar, el señor de la oscuridad Alkalor, estaba creando y formando un ejército para la batalla, un ejército que se desarrollaba en sus montañas, creando oroduins con su oscura magia, y convirtiendolos en máquinas de guerra, quienes allí, forjaban sus propias armas, tales como espadas, arcos y hachas. Y quién sabe qué otras criaturas y bestias se hallaban creciendo bajo esas montañas. Además de el dragón, la bestia más peligrosa que escondía Alkalor esperando por su despertar, a quien la compañía iba a intentar detener, antes de que sea enviado por Alkalor a acabar con los pueblos de los humanos en la tierra.
Alessar suspiraba muy concentrado en el camino y en el destino que les deparaba. Esperando por llegar a su próxima morada, donde los recibirían con gran estima. Dándoles cama, comida, y un poco de tranquilidad.

 Dándoles cama, comida, y un poco de tranquilidad

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