Prefacio

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Un enorme círculo rojo rodeaba el número veintiséis

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Un enorme círculo rojo rodeaba el número veintiséis. No se trataba de mi cumpleaños, ni de un aniversario o alguna fiesta. Se trataba de un recordatorio. Uno que indicaba lo que sería mi futuro.

Por años había marcado día tras día en el calendario, en espera de la llegada de aquel día. Al principio había estado asustada, al menos hasta que decidí que no había nada que pudiera hacer para evitar su llegada más que prepararme. Y eso era justo lo que habíamos hecho mi mejor amiga y yo desde que acordamos comenzar una nueva vida una vez que atravesáramos las puertas del Sunnyside Children.

La vida en aquel orfanato no había sido tan mala. Manejado por religiosas, era bastante estricto pero en su mayoría era soportable. Lo triste de esa estadía había sido ver como muchos de nuestros amigos más pequeños se iban. Era bueno pensar que encontrarían un hogar y una familia ―suponiendo que corrieran con suerte―, pero también era doloroso ver como cada vez que una familia venía a adoptar a un niño, Aria y yo nunca estábamos dentro de las opciones por ser demasiado grandes. La mayoría de ellos buscaba a niños recién nacidos o en los primeros años de vida. Nadie quería dos niñas de once años.

La historia de Aria y la mía eran completamente distintas aunque ambas acabamos en el mismo lugar. La madre de Aria era una drogadicta que ni siquiera sabía cuál de los tantos hombres con los que se había acostado era el padre de mi amiga. Usualmente la mujer se limitó a ignorarla pero cuando uno de los hombres que trajo a casa intentó propasarse con ella, sus gritos alertaron a los vecinos y pronto se encontró en el sistema infantil. No había extrañado a su madre de una manera sentimental pero le costó adaptarse al orfanato porque un cutre departamento en la parte mala de la ciudad era lo único que conocía hasta entonces.

Yo, por el contrario, me encontraba ahí como víctima de las circunstancias. Mis padres y yo íbamos de camino a nuestras vacaciones de verano cuando el conductor de un camión se quedó dormido sobre el volante después de catorce horas en la carretera. Fui la única sobreviviente en el accidente y la única tía ―hermana de mi padre― que tenía, ni siquiera acudió a la audiencia cuando el juez pretendía preguntarle si quería optar por mi custodia.

Así era como ambas nos encontrábamos ahí. Aria había cumplido los dieciocho hace una semana y hoy finalmente era mi cumpleaños. Anteriormente habíamos sido alertadas que éramos libres de irnos ahora que cumplimos la mayoría de edad. Es por eso que nos trazamos un plan: encontrar un departamento con el dinero que nos darían al salir del sistema, lograr entrar en la universidad y hacer de nuestras vidas algo mejor que lo que había sido. Claro está, aquel no era un plan de tres pasos. Era complicado lo que se venía para nosotras al salir de aquí, pero habíamos hecho una promesa de dar lo mejor de nosotras.

―¿Encontraste algo que pueda ayudarnos? ―interrogó Aria, justo detrás de mí. Ella miraba por encima de mi hombro a la vieja computadora que ofrecía la biblioteca―. Necesitamos disponibilidad inmediata.

―Sigo buscando ―le dije, y señalé las opciones que me habían parecido pasables―. Es difícil conseguir algo que no sea tan caro.

―Encontraremos trabajo tan pronto salgamos de aquí. Comenzaremos con lo que sea.

Asentí, y decidí mostrarle el departamento que mejor me pareció. No era grande o espacioso, era tipo estudio y solo tenía una habitación pero estábamos acostumbradas a compartir ya que en Sunnyside todos dormíamos en camas perfectamente alineadas en un salón enorme. La renta no era demasiada y estaba bastante cerca del centro, así, cualquier trabajo que encontráramos sería lo suficientemente cerca y no tendríamos que tomar ningún trasporte ni necesitar un auto, al menos por el momento.

―Creo que eso estará bien para empezar ―aceptó, y podía escuchar la emoción en su voz. Después de haber estado en aquel orfanato aprendimos a emocionarnos por cualquier mínimo detalle.

―Nuestra nueva vida comienza hoy ―dije, anotando el número que aparecía para llamar al arrendatario.

Repentinamente sentí los brazos de Aria rodearme desde mi espalda y escuché su sonrisa aun cuando no podía verla.

―Feliz cumpleaños, Lyndie.

También sonreí. Nunca lo pensé pero ahora en realidad podía creer que estaba teniendo mi mejor cumpleaños.

Entre nadar o hundirse © [LEC #0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora