Añorando el Dulce Secuestro - Parte 3

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En conclusión esa chica estaba loca. Le gustaba y aprovechó mi momento de debilidad para secuestrarme. Me había soltado todo lo referente a lo que sabía sobre ella y como su psicólogo o mejor dicho psicoloco, había influenciado en que ella desarrollara cierta atracción sobre mí y le había ayudado a huir.

-¿Qué edad tienes? –Le pregunté.

Daba la impresión de que iba a amanecer y se comenzaba a escuchar el sonido del aletear de los pájaros entre las ramas y su cantó despertando.

-Dieciocho. –Respondió mirándome directamente a los ojos y así permaneció durante un buen rato leyendo mis expresiones –No estoy loca. –dijo al rato, ofendida. Levanté la ceja en señal de incredulidad. –Bueno, puede que un poco. –admitió con una sonrisa grande. –Pero... Es esta locura lo que me mantiene cuerda. Todos necesitamos un poco de locura para ser quienes somos. Todos en este mundo estamos locos. –Afirmó –Sino, yo no existiera. Sino, nadie "crearía". –Se paró, abrió la puerta que da a los asientos traseros de mi coche y se recostó ahí bocabajo, con su cabeza en mi dirección, mirándome –Para imaginar necesitas locura. –Bostezó –Al igual que para amar. Si necesitas algo grita, voy a echar una siesta.

Maso menos así fueron nuestros primeros seis días juntos, yo atado a un árbol distinto cada vez, al parecer nos movíamos de lugar, ella descansando en el coche cuando el amanecer llegaba mientras que yo descansaba por la tarde o la noche atado al árbol, hablábamos de tanto en tanto y, aunque ya fue por necesidad, comencé a aceptar la comida y bebidas que ella me ofrecía, sin embargo, de toda situación, lo más incómodo de esos días fue cuando necesitaba ir al baño, totalmente vergonzoso, tanto que no quiero entrar en detalles.

Finalizando el sexto día, cuando desperté, me encontraba en el asiento del copiloto de mi auto, sin ninguna atadura, con la autopista frente mío. Asustado, me gire para mirar quien era el que conducía y la encontré manejando de lo más tranquila el carro.

-¿Sabes manejar? –fue lo primero que solté.

-Por simulación. –Me respondió –Es entrenamiento básico.

-O sea... ¿Por videojuegos? –me aseguré de tener el cinturón de seguridad bien puesto y me agarré al mango superior que estaba por la puerta temiendo por mi vida.

Durante unos cinco largos minutos entre los dos reino el silencio, me sentía cómodo al lado de ella, como si no representara peligro alguno, ya no pensaba en huir.

-A partir de ahora eres libre –ella soltó las palabras de pronto.

-¿Qué? –Dije incrédulo con los ojos abiertos de par en par – ¿De verdad?

Ella solo asintió dos veces la cabeza, con la mirada fija en la carretera.

-Solo quería pasar tiempo contigo –volteó a mirar y me dedico una sonrisa. –Gracias.

Muerte momentáneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora