Cuartel de Seguridad

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–M.R.– (Cambio de narrador)

   10: 30 Am. Continuo en mi despacho observando el mapa de la ciudad, la sangre de Beré sigue fresca en mí escritorio, pero no me molesta en lo absoluto, tengo otras cosas en las que centrarme. Con el compás, sigo recorriendo el mapa, metro por metro, esquina por esquina, pero no hay nada como lo que busco. Esas ratas, lo ocultaron bien, bajo mis ojos, frente a mí; pero dentro de poco, toda el Cuartel de Seguridad será mía.

   10:45 Am. La puerta de mi despacho se abre. Lo capturaron, tal como me lo prometieron, él llora, clama por su vida, cree que lo mataré, y no se equivoca. Lo sientan frente a mí, está esposado.

   –¡Dejadme ir! –exclama el sujeto enfurecido. Esta sangrando en el brazo.

   –Capitán, entrégueme la ubicación del Cuartel de Seguridad del Anillo Bajo y lo dejaré ir, a usted y a su hijo... Él está ahora trabajando en el Instituto Genético, ¿no es así?

   –¡Déjeme ir! –repite el sujeto–. ¡Jamás se lo diré!

   –¿Desea dejar morir en vano a su hijo en vano por su Ciudad?–lo observo fijamente a los ojos–. Lo diré por ultima vez, ¿dónde está el Cuartel de Seguridad?

   –No... No... –me dice entre sollozos.

   Saco mi cuchillo del primer cajón del escritorio. Lo clavo en la mano del sujeto, escucho un alarido ensordecedor.

   –¡¿Dónde está?! –exclamo de nuevo.

   Él, con la mano sangrante, señala un lugar del mapa, el punto queda manchado con sangre.

   –¿Está seguro? –pregunto un poco confundida.

   Él continúa señalando lentamente el punto en el mapa.

   –De acuerdo –digo a uno de mis oficiales–, infórmelo a los demás.

   –¿Y qué haremos con él? –pregunta uno de ellos.

   Me acerco al sujeto, le toco un punto en el cuello, de inmediato cae inerte al suelo en un solo movimiento.

   –¿Y ahora qué? –preguntan.

   –Déjenlo en una estación del metro, cuando despierte, no recordara nada –contesto.

   Comienzo a reírme. Mi plan está resultando más fácil de lo que esperaba.

   Me encamino hacia mi habitación, mis botas de cuero están manchadas de sangre, en realidad todo el cuartel lo está. No he salido de aquí hace ya dos meses, luego de que él se fue.

   En mi habitación me acerco al espejo de cuerpo entero, está sucio, no me he atrevido a mirarme en él, temo que cuando mire, no sea yo a la que vea. Me observo, las cicatrices, los ojos azules que me culpan desde aquella fría noche y las ojeras. El cansancio me invade. Observo mi ombligo, lo que veo me asusta aún más. Alguien abre la puerta, es Nicky, se queda un momento parada en la escena, casi sin saber que decir. Sospecha algo, al igual que todos.

   –Comandante, estamos listos.

   –Dame un instante –le contesto, ella cierra la puerta y me quedo de nuevo sola.

   Las sombras de mi pasado me persiguen. Lo que hice aquella noche jamás lo olvidaré. Beré solía decir que aquel que olvida su pasado esta condenado a repetirlo, yo estoy condenada a repetirlo, cada noche en aquellas horribles y lúgubres pesadillas.

   –Nada será en vano –le digo.

   Limpio mis lágrimas y me apresuro a tomar el camión. El plan funciona, el Gobernador del Anillo Bajo se "suicido" ayer por la noche, todos están en su funeral. Tengo el camino limpio. Todos se apresuran a continuar hacia el lugar marcado, Nicky está sentada junto a mí, tiene un rostro de horror.

   –¿Acaso estás segura de hacer esto esto?

   –Si tú no lo estás, soldado, puedes irte.

   El resto del viaje continúa en silencio.

   Los camiones llegan a la entrada del basurero del Anillo Bajo, el grupo número quince, al mando de Nicky, comienza a hackear el sistema de seguridad del Cuartel. El resto, armados con rifles, bajamos instantáneamente de las camionetas y a mi señal comenzamos a disparar a los militares que protegen el deposito muy bien camuflado, estos son muy pocos y van cayendo poco a poco. En unos pocos minutos llegamos hasta la entrada del bunker sin sufrir muchas pérdidas. Esperamos por un instante, la enorme puerta de metal del cuartel comienza a abrirse, se escucha un sonido estremecedor, mientras el resto de uniformados que están dentro del depósito comienzan a salir y dispararan a discreción. Mis hombres repelen la ofensiva, hasta hacer retroceder lentamente a los soldados, que comienzan a ser acorralados en la antecámara del salón donde se encuentran las armas. Cesan los disparos, al parecer hasta el último militar yace muerto en el suelo, la segunda puerta de metal se abre y deja libre el paso hacia el salón de las armas.

   Por un momento, observa el botín, luego exclamo:

   –¡Tómenlo todo! ¡Este es su premio!

   Los demás rebeldes entran con sus camiones al cuartel de seguridad y toman todas las armas que les son posible.

   –No pudo ser más fácil –pienso.

   Mientras los demás continúan, fijo la mirada en un pasillo iluminado por un solo reflector que se encuentra al fondo del depósito, algo me dice que allí está el premio gordo, de seguro debe ser la oficina del comandante del Cuartel de Seguridad. Preparo mi arma y me dirijo hacia allí.

Al comienzo del pasillo, yacen dos cuerpos inertes de soldados, paso sobre ellos y avanzo hasta el final. Allí, el pasillo se divide en dos, parece estar totalmente vacío, excepto porque al final del izquierdo hay una estatua de una mujer que señala hacia el otro tramo del mismo. Aquella señal de la estatua significa algo, estoy segura. Avanzo hacia la derecha, desde lejos diviso un vidrio que parece estar nublado, me acerco lenta y sigilosamente hacia él. He estado en lo correcto, el premio gordo, al otro lado del vidrio hay un vello lienzo. Es el obelisco de la ciudad y frente a él, el Palacio Cardinal.

Tomo el arma y disparo hacia el vidrio que protege la obra de arte, atravieso los cristales rotos y saco de su marco la pintura. La observo detenidamente, hay palabras ocultas en un idioma que no puedo comprender. Luego escucho que los camiones comienzan a irse, entonces apresuradamente enrollo el lienzo y regreso por el pasillo. Casi todos se han ido, pero derepente... un sonido, una pisada, tengo tiempo de reaccionar y disparo hacia la persona que está detrás de mí, es un soldado de mediana edad con una pistola aún en la mano.

¡No! –exclama difícilmente el hombre mientras intenta arrastrarse por el suelo hacia mí.

Salgo del cuartel de seguridad. Se escucha a todo volumen las alarmas del plantel, mientras tanto ha comenzado a llover, el suelo está enlodado. Y de repente y sin más explicaciones, caigo al suelo enlodado con un dolor infernal en la espalda, me disparo. Ese infeliz me disparó.


Odisea de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora