–Eliza– (cambio de narrador)
En el Palacio Cardinal suenan las sirenas, los miembros de la gendarmería del Palacio y la policía buscan impacientemente a quien violó los protocolos de seguridad del Palacio y los Archivos, quien ha escapado por los túneles.
–¿Qué ha sucedido? –pregunta el Comandante Vinn–. ¿Qué se llevó?
–Un libro.
Un soldado de la Gendarmería me lleva hacia la enfermería del palacio para que me pongan un hielo y me revisen después de haber perdido la conciencia. Mientras me ponen un hielo me quedo dormida.
Los sonidos de personas caminando por el pasillo me despiertan rápidamente. Tomo mis zapatos y salgo de la habitación. Es mi madre y el Comandante Vinn. La cabeza aún me duele, pero el hielo redujo la hinchazón en mi cara. Saludo a mi madre.
–Elizabeth, alcaldesa, creo que hay algo que deben ver inmediatamente.
El Comandante Vinn nos lleva hacia la entrada de los Archivos de la Ciudad, jamás he entrado en ellos, será la primera vez. Vinn nos invita a entrar a un ascensor que desciende rápidamente hasta el penúltimo nivel del subsuelo en donde se halla los Archivos.
–¿Te sientes mejor? –me pregunta mi madre.
–Eso creo.
La puerta del elevador se abre estrepitosamente.
En la noche, tan solo pude dormir unas dos horas, la cara me seguía doliendo por el golpe, además, estaba demasiada preocupada y asustada para hacerlo.
Leo una inscripción con una flecha en la pared que señala hacia donde nos dirigimos: "Le livre de l'obélisque"
El libro del Obelisco
Continuamos caminando. Hay varios soldados recogiendo huellas alrededor de una urna de cristal rota y vacía. De la boca de mi madre, sale un chillido de una forma que jamás había escuchado. Ella casi cae al suelo de la desesperación, el Comandante Vinn la sujeta.
Junto a la urna rota, está parado fumando un cigarrillo el Comandante de la Policía de la Ciudad, Dogget; él tan solo observa como los gendarmes de Vinn hacen su trabajo.
Hemos salido de los Archivos, mi madre continúa consternada.
–Señora Alcaldesa, el Consejo de la Ciudad ha solicitado verla en el Salón de Ministros, de inmediato –le dice un soldado a mi mama.
–Ve a desayunar, Eliza, nos veremos luego –dice ella mientras me pasa su mano por la mejilla y se va por el otro pasillo con dirección al Salón de Ministros.
Yo camino hacia la cocina, sigo consternada por lo que pasó, no he sabido nada de Manú ni de Alejandra desde ayer. Siento que algo malo, muy malo está ocurriendo.
En la cocina del primer piso de los aposentos, hay un inusual silencio. Junto al lavabo, un joven de cabello corto y castaño voltea y me observa. Los dos nos damos un abrazo.
–Manú –susurro–. ¿Dónde estuviste ayer?
Observo unos rasguños en sus brazos y cara.
El guarda silencio.
–¿Qué te ha sucedido? –pregunto mientras lo invito a sentarse a la mesa.
–¿Sabes que tiene de importancia esta hoja? –pregunta mientras me enseña un papel arrancado de un viejo libro.
–¡Oh! –exclamo asombrada mientras dejo caer mi pan en la mesa–. El sello del Palacio Cardinal.
–Ya lo noté.
–Ayer robaron un manuscrito de los Archivos, creo que lo que tienes... es una hoja de ese libro –le cuento.
Manú no parece asombrado.
–Ayer encontré a la ladrona en los túneles del metro con rumbo al Anillo Bajo –dice–. ¿Quién querría robar un libro?
–No es el quién, es el porqué.
–M.R.– (cambio de narrador)
Entro al despacho de Beré decidida. Allí, el hombre continúa leyendo el libro y tratando de descifrar su especial significado en un idioma muy antiguo: el francés. Las palabras son melancólicas y tenebrosas y explican cómo se fundó la ciudad y porqué nadie ha salido de ella.
A un lado de su escritorio está encendida una bella chimenea.
–¿Ha descubierto algo, Señor? –pregunto.
–No –contesta él–, además, no es de tu incumbencia, Ma...
–Le he pedido que no me llamara así –digo perdiendo mi tono amigable–. Apuesto a que ya descubrió que dice el libro, ¿no es cierto Beré?
–No –contesta Beré–. No comprendo mucho estás palabras.
–Miente, ¿por qué lo hace? –pregunto un poco histérica.
–Tranquila, tranquila. Pronto lo sabré.
–Entrégueme el libro, ahora.
–¿Qué te hace creer que te lo daré? –pregunta Beré mientras el nota que llevo conmigo la pistola con silenciador en el bolsillo–. No me matarás.
–¿Está seguro? –pregunto mientras sonrío tétricamente. Le disparo a la altura del ombligo–. ¡Démelo ahora!
–¡No! –exclama Beré mientras tose–. Me he equivocado muchas veces, pero esta vez no lo haré.
Beré arroja el libro a la chimenea, al instante, se escucha como el viejo libro comienza a ser consumido por las llamas.
–¡Viejo estúpido! –exclamo mientras le disparo de nuevo a Beré quitándole la vida.
–Dios te perdone, niña ingenua –dice con su ultimo aliento de vida.
Entonces Beré expira.
Voy hacia la chimenea, entro en pánico, intento apagarla inútilmente y saco lo que queda del libro. Sus páginas están casi destruidas. Salgo de la habitación.
–Ahora, hay un nuevo jefe –digo a los soldados que están en el pasillo–. Es el momento de continuar sin Beré.
–Sí, señora –contestan.
Continuo caminando por el pasillo, deseo salir al fin de esta inmunda pocilga subterránea a la que Beré llamaba el cuartel del "Obelisco Oscuro".
–¿Por qué lo mataste? –me pregunta un sujeto.
–Porque jamás entendió cuál era el verdadero objetivo de nuestra organización. No era para destruir, es para traer el nuevo orden.
–¿Qué demonios planeas hacer? –pregunta él.
–Encontrar el nuevo orden y acabar con el obelisco –contesto–. Es mi deber. No hay nadie más que lo pueda hacer o que tenga el poder para hacerlo.
Ya que Beré ha muerto, el Obelisco Oscuro deberá continuar sin él... y sin el libro, será más difícil sin los dos, pero es necesario continuar, no nos podemos detener a estas alturas. Quizá sospechan algo en el Palacio Cardinal, pero tenemos una gran ventaja a nuestro favor... Todo comenzará dentro de poco, muy poco.
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Odisea de Invierno
AdventureLa Ciudad del Obelisco, única en su clase, fundada hace mas de doscientos inviernos. Hace treinta años un hombre un tanto loco muriò en los Archivos de la ciudad. ¿Sus últimas palabras? "En treinta inviernos". Transcurrido aquel tiempo, después de u...