Sam vino a cenar y bueno, como estaba claro ya, se solucionó todo entre nosotras dos.
Eso no quita que nuestra relación fuera ahora un tanto extraña, pero llegábamos a la normalidad, más o menos, porque, de todas formas, no éramos nosotras las que debíamos arreglar el asunto, sino nuestros padres.
Sam y yo seguimos nuestra vida de siempre, yendo al instituto, tomándonos algo todos los viernes y saliendo los sábados por la noche.
Entre todos esos fines de semana, destacaron las fiestas del pueblo donde yo vivo, al cual, como siempre, vino Sam. Salimos todas las noches, igual que todos, pero una de ellas fue especial. ¿Sabes ese típico niño que no destaca de tu grupo, que está escondido y sólo habla con los que conoce? Que casi no te saluda cuando te ve, súper reservado y buenecito. Esa noche, ese tímido niño de ojos marrones se pasó de beber y llevaba un buen, como se suele decir, pedo encima. Sam y yo íbamos las dos contentillas, como siempre, y mientras Sam rellenaba nuestros vasos, yo me senté con este chico en un colchón viejo y sucio situado en el suelo de las llamadas "peñas" de los pueblos. Me hizo reír sin quererlo y estuvimos un rato hablando. Sam me vio y se fue a hablar con unos amigos nuestros y nos dejó a este chico y a mí ahí, en el colchón horrible donde le conocí. No me acuerdo bien de cómo fue todo, pero sé que le escribí mi nombre en su brazo y él le daba besos. Me hizo mucha gracia y le hice una foto la cual aún guardo, ya que ese niño bueno y borrachillo es ahora mi novio. Me acuerdo, además, de que se me lanzaba todo el rato, de lo cual me reía constantemente y le decía que no, hasta que... Sam y yo salimos fuera, le pregunté si ella estaba viendo lo mismo que yo y me dijo que sí, que fuera a por él y todas esas cosas. Lo cual hice, y, como si de una película se tratara, mientras yo entraba a ese local, él salía del mismo, con la misma finalidad. Así que desde ese día -más o menos- tengo una relación con una de las mejores personas que conozco.
