A partir de conocer esa historia, las cosas entre las dos familias no cambiaron mucho. No se hablaban desde hacía años y no iban a modificarlo ahora.
Nosotras estuvimos unos días distanciadas ya que se me hacía raro verla. La miraba a los ojos y no podía imaginarme que ella era mi prima y no me había dado cuenta hasta los quince. Pasamos más o menos tres meses sin cruzar una palabra. Los pasillos del instituto se notaban vacíos sin su compañía y su personalidad abrumadora.
Sam intentó contactar conmigo cada día, venía a mi casa para preguntarme cómo estaba pero se me hacía imposible entablar una conversación con ella por más que lo intentara.
Mi madre estaba harta de la situación entre nosotras y se sentía extremadamente culpable por ella. Un día de marzo decidió visitarla y hablar de las cosas. Hablaron sobre cómo se sentía Sam, sobre cómo se sentía mi madre y sobre cómo poder arreglar las cosas. Lo siento -dijo mi madre. Siento todo lo que les he hecho pasar a tus padres, son personas maravillosas aunque no lo creas. Y siento más las repercusiones que ha tenido todo esto en ti. No debes estar pasando por un buen momento y lo entiendo, así que puedes contar conmigo. Al fin y al cabo soy familia tuya y de todas maneras soy la madre de tu mejor amiga, y te aprecio y te quiero como tal.
Sam no recibe tales palabras nunca, lo cual le emocionó y llegó a soltar algún sentimiento en forma de lágrima por los ojos. Gracias -contestó. Hace mucho que no me dicen cosas así. Aprecio tu apoyo, de verdad, y tú también puedes contar conmigo en el momento en que lo necesites.
Eres una niña extraordinaria, Samantha. -Continuó mi madre. Y un día la vida te devolverá todos los malos tiempos que te ha dado. Inés ha estado afectada por la noticia este tiempo, la verdad que no ha estado bien. Pero creo que ya se está recuperando. ¿Por qué no te pasas esta noche a cenar con nosotros?
Claro! Encantada. -contestó Sam.