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Acabó tan rota que nada le importó.

Iba de polvo en polvo,
pensando que todos
y cada uno con los que se acostaba
era él.

Nunca se quedaba a dormir.

Huía a altas horas de la madrugada.

No tenía fuerzas para recordar sus nombres.
Sólo había uno que rondaba su mente.

A la hora de volver, dormirse con lágrimas en los ojos se volvió rutina.

Comenzó a culparse por todo.
Le echó la culpa a su físico.

Pasaban los días.

"Come para sobrevivir" era su mantra.

Y el día que se sobrepasaba no salía del baño.

Un día ya no lo soportó.

Un día dejó de llorar.

Un día terminó con su dolor.

Y se tiró.

Y cayó.

Y no se volvió a enamorar.

Diario de un alma rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora