Era una chica,
montada en un bus;
sentada en un vagón de metro.
Siempre con un libro
que leía sin importar qué,
mientras pensaba en todo,
menos en lo que tenía entre sus manos.
Vivía sin ganas de hacerlo,
día tras día
con una carga a cuestas.
Y se levantaba,
cada mañana,
sintiendo poco a poco
como su mundo se desmoronaba,
como se caía a trozos.
Y se dormía,
cada noche,
aún más rota que la noche anterior.