Miró por la ventana, sujetando un suspiro en sus pulmones. De pronto, una idea se instaló en su cabeza. Comenzó primero como una bruma, avanzando lentamente desde el fondo de su mente hasta apoderarse de sus pensamientos, de sus nervios, de su alma.Se sentó, lápiz y papel en mano. Primero expulsó algo, unas líneas cortas que no sabía de dónde salían. Luego, ya no podía detenerse, y las palabras tomaron la forma de él.
Añoranza
Aún no comprendía de dónde salía ese sentimiento. Era revolucionario, era extraño, era voraz. Era aterrador.
Pasaba largas noches en vela escribiendo, tratando con sus textos el desglosar y comprender lo que estaba saliendo desde lugares innombrables de su mente. Las emociones se adueñaban de sus dedos cuando intentaba expresar, comprender, aquello que llevaba sintiendo durante esos días, desde la última vez que él le dirigió la palabra.
¿Por qué sentía esa angustiosa añoranza? No lo sabía, pero iba a descubrirlo.
Durante días y noches se quedaba en silencio, leyendo y releyendo sus sentimientos puestos en papel para intentar comprender qué había sucedido en su interior. Qué había cambiado. Aún se sentía a sí misma como la persona que había sido hacía un año atrás, pero también se sentía distinta. Se sentía diferente. Y la diferencia era palpable, todos lo notaban, incluso las personas que no la conocían. Sabían que algo le sucedía, pues escribía y escribía sin cansancio, pasando días y noches enteras sumergida en sus ideas, dando formas y ángulos, creando aristas sólo para intentar comprender de qué parte de su ser incontrolable salían esos sentimientos que como mariposas revoloteaban a su alrededor, posándose en su piel para dejarle un permanente sentimiento de incómodas cosquillas inevitables.
Había pasado por todos los estados desde que ese sentimiento de añoranza inició. Confusión, furia, desolación, auto reproche, calma y, finalmente, aceptación. Se había dado cuenta que sin importar cuantas pataletas hiciera, cuantos berrinches se iniciaran en la profundidad de su caótica mente, ese sentimiento no iba a desaparecer. Y lo había aceptado, haciéndolo parte de sí misma, fusionándolo a su corazón de una manera que le aterraba, pero que asimilaba como la mejor decisión momentánea hasta que lograse descubrir el cómo, el cuándo, el porqué.
Pero no se preguntaba el quién. Porque "¿Quién?"
... Eso era otra historia.