III

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Lo miró, escuchando el sonido de su voz. Había planeado ese momento durante semanas, incluso meses, pero allí estaba, completamente acobardada, con el manuscrito entre sus manos y el poema memorizado. Sabía que era el mejor regalo que podía darle, pues la coincidencia era demasiado grande.

Y cuando tuvo el valor de decir algo, ni siquiera fue lo que tenía planeado. En lugar de aceptar que él había sido su inspiración, le deseó tener una historia como la que ella había escrito.



¿Quién?

Su corazón se paralizó cuando él regresó a su vida.

En sus cuentos, en aquella historia guardada en una gaveta bajo mil llaves, había estado escribiendo lo que pudo ser y no fue. ¿Por qué lo había hecho? Porque podía, porque quería encontrar una respuesta, un escape, un cauce que llevara lejos esos sentimientos que estaban estancados. Quería liberarse de ellos creando un mundo alterno en el cual él la había mirado aunque fuese una vez. Había comenzado a expulsarlos de sí justo en un día especial, pero en su ignorancia ella no lo sabía. No sabía que era especial, para él, pero desde que había comenzado a escribir y describir cosas que llevaban su nombre, secretamente, cada palabra ya llevaba una dedicatoria a su ignorancia, a su ceguera, a la forma en la cual volteó la mirada lejos de ella, hacia lugares en los que no podía alcanzarlo.

Y él había regresado... como si nunca se hubiese ido.

Quiso hacer un berrinche, sentirse molesta con él, pero le fue imposible. Tan imposible como dejar de respirar. ¿En qué momento el susurro de su nombre había pasado a ser su aire, su sustento, su razón para seguir respirando? Aún no lo descubría. Pero sí sabía que era por él. Lo había descubierto no hacía mucho tiempo atrás, pero eso bastaba. Había comenzado y la avalancha que era su presencia no se iba a detener, no esta vez, no a menos que ella lo detuviera.

Pero no quería detenerlo.

Al sentirlo de regreso, con las abejas asesinas picando en el interior de su pecho, supo que no tendría el valor de detenerlo ni aunque quisiera. Por eso lo aceptó de nuevo cuando la encontró, sentada entre el humo de sus cigarrillos, con la taza de café en las manos y la necesidad latente en sus labios de decirle que había estado pensando en él. Por supuesto, no lo hizo. En lugar de eso lo recibió como se reciben a los viejos amigos y guardó el secreto de su obra maestra para sí misma. Y mientras pasaba el tiempo ella sentía que una sola obra no expresaba todo lo que sentía hacia él, y que si no lo expulsaba en cartas nunca enviadas, terminaría expulsando sus sentimientos y él huiría aterrado, al igual que la primera vez, como cuando su sonrisa helada y su risa cordial habían sido el único factor que rompió el silencio luego de su declaración.

Se mantuvo cerca de él, muy cerca, atenta y pendiente. De pronto su "Quién" era como un sol, una estrella que ella necesitaba rodear para ver desde todos los ángulos, pero esta vez con mucha más discreción, con una precaución explosiva que intentaba mantener bajo control. Y sus ojos eran un mundo, y ella se sentía fascinada por lo que representaba.

Y ahora su "Quién" volvía a tener nombre. Ya no era "Quién", ahora era "Él". Y esa simple declaración en su nueva obra, bastaba para dejar satisfechas, de momento, las ganas de expresarle lo que para ella significaba.

RecuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora