Ashton.
Había sido un día realmente agotador. Mis huesos, mi cuerpo incluso me atrevería a decir que mi alma, pedían a gritos que me tumbara en el sofá y descansara. Y a decir verdad, eso era lo único que quería hacer. Me gustaba hacer eso después de un día agotador de trabajo. Simplemente tumbarme en el sofá, ver alguna película que estuvieran dando por la televisión y también beberme una gran taza de cualquier líquido caliente. Y en la época más fría del año, aquella idea lucía aún más tentadora.Desde hacía unos meses había comenzado a trabajar en aquel bufete de abogados que tanto éxito tenía en la ciudad de Nueva York. Gracias a las calificaciones que había sacado en mi último año en la universidad, pues había estudiado allí mi carrera de derecho, me había ganado un puesto en aquella empresa. Obviamente, estaba en uno de los puestos más bajos, pues debía de empezar desde allí. A mí, y a unos cuantos compañeros que se encontraban en la misma posición que yo, nos daban los casos más simples que llegaban a la empresa. Las personas por encima de nosotros decían que debíamos de ganarnos una reputación para poder ascender algunos puestos.
Es por eso que me mataba día a día por conseguir méritos y subir mi reputación en aquel lugar. A pesar de que ahora me iba bastante bien, pues ganaba un buen sueldo que me permitía pagar mis gastos e incluso ahorrar un poco. Me había independizado mientras estaba estudiando en la universidad y, aunque mi piso no era una mansión, estaba bien para un abogado soltero de veintidós años.
Es verdad eso que se dice, que cuando uno debe pagar las cosas por sí mismo, las aprecia aún más. Ahora que debía de pagarme todos los gastos de un adulto, pues mis padres me pagaban todo hasta que comencé a trabajar, apreciaba más los que ellos hacían por mí.
Ese día había pasado más tiempo que el de costumbre en el negocio, pues tenía un caso por resolver y pasé toda la tarde trabajando en él. Además, estaba lloviendo a mares a las afueras y realidad no me apetecía salir para nada. Ahora me encontraba bajándome del auto que mis padres me habían comprado cuando cumplí los dieciséis. Mi sueldo mensual me permitía pagar el alquiler del garaje, el cual se encontraba en las plantas subterráneas del edificio dónde me encontraba hospedado. La verdad es que me gustaba la zona y el edificio, que era bastante económico y tranquilo. Tal vez era aquello lo que me permitía ahorrar algo de mi dinero mensual. No quería mudarme tampoco, no por ahora.
Tomé el ascensor para ir a la planta dónde mi piso se encontraba. Mi mente sólo se podía concentrar en el televisor y el sofá que rogaban por mí desde hacía ya un rato. Estaba tan agotado que mi maletín, el cual estaba lleno de puras hojas, parecía pesar lo mismo que un elefante.
El sonido del ascensor anunciando que había llegado a la planta deseada llamó mi atención. Salí con rapidez de éste, con las intenciones de adentrarme en mi piso de la misma manera. Sin embargo, algo me sorprendió. Las risotadas de una niña pequeña llenaron mis oídos y me parecieron la cosa más linda que mis oídos habían escuchado alguna vez.
Avancé hasta mi piso, descubriendo a una pequeña niña sentada justo en la entrada del piso contiguo al mío, el cual tenía la puerta abierta. Ese piso había estado vacío por meses y me alegraba que hubiera sido ocupado por alguien y por esa niñita.
La castaña estaba sentada en el suelo, mientras que jugueteaba con una muñeca de trapo. Ella misma balbuceaba sola y soltaba alguna que otra risa. Era lo más tierno del mundo. No le echaba más de tres añitos a aquella criatura. Dentro del piso se escuchaba bastante ruido. La niña estaba tan concentrada en jugar, que no se había percatado de mi presencia.
Hola pequeña. – no pude evitar saludarla. Si ella iba a ser mi pequeña nueva vecina, debía presentarme como tal.
La mirada de la niña se dirigió hacia mí, regalándome una pequeña e inocente sonrisa. Se levantó del suelo. La niña llevaba su cabello recogido en dos coletas y lucía un pequeño leggin de color rosado y un jersey de un tono naranjita.
— Hola – A penas pudo decir. Se notaba que no hablaba con mucha fluidez y que era algo pequeña. - ¿Quieres jugar? – La muñeca que antes la niña tenía entre sus brazos, fue tendida hacia mi dirección.
La pequeña niña me observaba sonriente, sentía su mirada observándome con delicadeza, analizándome. A pesar de estar cansado, acepté jugar con la niña. Ella era tierna y al fin y al cabo íbamos a ser vecinos.
Me puse de cuclillas, acercándome un poco más a ella. La castaña entró con velocidad a su casa, dejándome allí a mí. No tardó ni un minuto en volver con dos muñecas. Esta vez no eran de trapo; eran un ken y una barbie. La niña me tendió el muñeco, el cual acepté, devolviéndole a ella la muñequita de trapo. Y sí, así fue como yo, Ashton Irwin, jugué a las muñecas con aquella niña de la cual desconocía su nombre. Qué maleducado había sido.
— Me llamo Ashton. – le dije, en medio de nuestro juego. La verdad es que me preguntaba qué hacía la niña allí fuera en realidad. –
— Ashton – repitió, soltando una pequeña carcajada típica de niña pequeña. – Yo soy Alexia. — La niña no solo era una pequeña hermosa, sino que también poseía un nombre bonito.
Era como si Alexia hubiera sido una terapia, pues se me había olvidado lo cansado que estaba. Ahora estaba contento de jugar con ella. La niña estaba inmersa en su muñeca, la cual interactuaba con el muñeco que yo poseía. Era increíble como alguien tan pequeño podía tener una imaginación tan genial.
— ¡Alexia! - aquella voz femenina nos interrumpió a mi nueva pequeña amiga y a mí.
Una joven de aproximadamente mi edad, quizás algo menos, apareció en el umbral de la puerta, algo agitada.
— Estuve buscándote por todos sitios – La regañó. Supongo que no se había percatado de mi presencia. – Ya te preparé la cena princesa, además ya es hora de irse a la – se auto interrumpió en cuanto me observó.Sus mejillas comenzaron a llenarse de un tono rojizo cuando observó lo que tenía entre mis manos.
– Oh dios mío, lo lamento tanto. – La joven llevó sus manos a su rostro, tapándose con ellas.
Yo no pude evitar soltar una pequeña carcajada. La verdad es que la joven tenía un gran parecido con la pequeña, por lo que supuse que serian algún tipo de familiares. Me incorporé, poniéndome de pie, pues mi pequeña amiga había corrido literalmente hacia los brazos de la joven.
— No pasa nada, Alexia y yo realmente estábamos pasando un muy buen rato. – No pude evitar soltar una sonrisa tras decir aquello. – He de suponer que sois mis nuevas vecinas ¿no? – Le cuestioné a la mayor, aunque la respuesta era ya algo obvio.
— Sí, sí, acabamos de mudarnos hoy. – ella ajustó el cuerpo de la niña al suyo, cogiéndola con mayor facilidad.
Me detuve a observar a la chica, pues con anterioridad no había sido capaz. Llevaba puesto lo que parecía ser su pijama y su cabello estaba húmedo, señal de que acababa de tomarse una ducha. Sin embargo, no me atreví a preguntarle por qué tenía la puerta abierta. Seguía sin entender aquel punto.— Bueno, - volvió a hablar ella. – Creo que es hora de que Alexia se vaya a la cama ¿no crees? – le cuestionó a la pequeña, la cual respondió con un pequeño asentimiento de cabeza. Era adorable. – Gracias por jugar con ella un rato, de verdad. – Esta vez fue la grande quien me dio una sonrisa.
— No es nada, fue divertido jugar con tu hermanita. – Noté un significativo cambio en la expresión de la chica, pero no quise preguntar por qué era. – Nos vemos Alex, descansa. – Con mi mano, acaricié la carita de la niña en un gesto cariñoso. – Soy Ashton por cierto.
— Candance. – respondió. – Nos tenemos que, umh, ir. – La chica se despidió de mí, dándome las gracias por última vez.
Estaba a punto de entrar en mi piso, cuando la voz de Alexia se ganó mi total atención.
— Buenas noches Ash .
Y tuve un presentimiento a partir de ahí, de que esa niña iba a ocupar un gran espacio en mi vida y en mi corazón.
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