Capítulo Intro

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Unas manos grandes y fuertes recorrían la tersa y blanca piel de la que era su amante. Ésta, con uno de sus delicados pies, acariciaba la pierna musculosa de él mientras que sus femeninas manos se perdían: una, en la cabellera sedosa del hombre; y con la otra arañaba sutilmente la ancha espalda masculina, disfrutando ambos de su entrega de amor.

Los quedos y placenteros gemidos que la mujer apenas le susurraba al oído eran debido al efecto excitante que ese hombre provocaba en ella, y él los escuchaba atentamente llenando de satisfacción: su ego.

El momento pasional entre ellos era más o menos sin movimientos violentos; y eso a la fémina le gustaba porque la hacía vibrar plenamente y esa ocasión no fue la excepción.

Minutos después de envolverse en su clímax sobre la cama, los amantes reposaban de su cabalgata amorosa esperando a que sus respiraciones volvieran a la normalidad.

Cuando eso sucedió, ella abandonó a su acompañante para dirigirse al cuarto privado en lo que él se perdía en su propio letargo. Al saberse solo, el hombre frunció el ceño y, una sombra cubrió su rostro varonil conforme la veía alejarse.

Seguidamente de que ella arribara a la puerta del baño, precisamente ella se detuvo en el umbral, giró su mirada hacia el que yacía sobre el lecho y le envió un beso al aire; después con una linda sonrisa ingresó finalmente a la pequeña habitación.

Por su parte él, ante ese gesto coqueto por parte de ella, encubriéndose del cansancio, apenas le sonrió. Instante seguido de que la perdiera de vista, él se puso inmediatamente de pie y caminó hacia la ventana de aquella recámara para perder su mirada en la oscura calle.

Pasándose una mano sobre su cabellera, él resopló con un poco de hastío. Luego, el amante regresó sus pasos hacia donde sus ropas reposaban; y en completo silencio, comenzó a vestirse.

Ella, envuelta en una bata de seda azul cielo, salió del baño; y al ver lo que su acompañante hacía, hizo un gesto frustrado y lo imitó en ese mismo estado: mudo.

Minutos después a la pareja se le veía abandonando un departamento sobre una de las tantas avenidas de la ciudad.

En silencio total, llegaron al vehículo que estaba estacionado en el cajón correspondiente de aquel lugar testigo ciego de otra cita clandestina. Al estar frente al auto, él abrió la puerta para ella, la cual sin mirarle, ingresó al interior de aquella nave.

Después de que el amante hubo hecho lo mismo, puso el motor en marcha; y avanzarían unas cuantas cuadras cuando el vehículo se vio obligado a detenerse. El conductor de aquel auto lo hizo tal cual al recibir la señal de alto.

— ¿Qué pasa? — quiso saber la copiloto evitando mirarle.

El piloto desvió su mirada del frente para observarla notándose en los ojos de él tristeza y amor.

Entonces, aprovechando que no estaban en movimiento, el varón tomó la mano que sostenía nerviosamente un bolso; y la mujer, ante su toque, giró finalmente su cabeza para mirarle también.

— Quiero que sepas que te amo — fue la corroboración. Quien la escuchara, sonriendo levemente, asintió positivamente con la cabeza. — Pase lo que pase, quiero que recuerdes que siempre serás especial para mí.

Ante eso dicho, ella una vez más giró su cabeza para fijar sus ojos en el cristal de la ventana derecha; y separando bruscamente su mano de la de él...

— Estás decidido, ¿verdad? — inquirió la fémina, más su voz no denotaba ni enojo ni nostalgia.

— Así es — hubo sido la respuesta por parte del hombre.

¿Quién teme al peligro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora