11. CONFIAR

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[...]

Había decido enfrentarme a Oveja Rosa, pero para volver a encontrármela tenía que tomar Zyprexa de nuevo. Aquella noche me tragué la pastilla y como consecuencia, dormí todas las horas previstas y no soñé absolutamente nada. Luego fui a hacerme unas tostadas y entonces alguien llamó a la puerta.

—Soy de Correos. Tiene usted un paquete; firme aquí.

Rasgué la cinta americana y me dispuse a retirar el envoltorio con mucho cuidado.

No había nada.

—¡Ábranse todos, carajoooooo! ¡Puta madre! ¡Socorro! Cuatro noches pasé sin pegar ojo y esperando el momento crucial en que pasara de estar dormido a estar despierto, pero al final mereció la pena. Mientras soñaba esta noche, me acordé también de esa oveja nazi de la que hablaban Romina y vos.

Verás. En esa época yo tenía una abuela a la que quería muchísimo. De ella solo me quedó una medallita, hasta que un día la perdí. Esa maldita oveja del Tercer Reich me dijo que probablemente la tuviera en el bolsillo de algún pantalón, que lo mejor sería que pusiera la lavadora y ya aparecería. Así lo hice, pero la medallita no apareció y la oveja sugirió que siguiera probando. Y seguí probando como un pelotudo, Aless —gesticuló eléctricamente—. Lavé toda mi ropa como ocho veces nomás, y aun así conservaba la esperanza de encontrarla.

Un día volví a casa y me encontré a una niña llorando en mi porche, golpeando la lavadora. Cuando abrí la puerta saqué un cojín esmirriado y empapado. Resultó ser su perrito.

—¿Entonces crees que OP existe? ¿Qué no todo está en mi cabeza?

—Pero si te acabo de decir que está en la mía también, chabón. OP existe y es una organización real que busca hacerse con el control de la población.

—Debo seguir el camino que me marcaron las estrellas. La, la, la. Me voy a correr. ¿Me acompañás a correr? ¡Sí! ¡Corramos! Tresdosuno, YA. —Y salió escopetado hacia el final de la calle. No conseguía alcanzarle y estaba empezando a cansarme.

—¿Por qué corres, Aless? —rio Oveja Rosa a mi derecha, repentinamente—. ¿Puedo correr yo contigo?

No dejé de correr hasta llegar a mi portal. Subí las escaleras de tres en tres y me hice un ovillo tembloroso entre las mantas. Jamás había estado tan asustada. Me limpié una lagrimilla con el borde de la sábana y cogí el móvil que estaba vibrando en mi bolsillo.

—¡Hola, hola, Aless! ¿Sabes qué he hecho hoy? Me he burlado del cartero. Te he enviado un paquete vacío a casa y le he obligado a hacer el camino para nada.

Apenas podía creerlo. ¿Kornelius me envió el paquete? Aquel amasijo de idiotez sirvió para que mis nervios se disiparan y mi corazón alcanzara el ritmo habitual.

—Gracias, Kornelius.

—De nada, animalito. Me alegro de que te gustase el regalo.

[...]


CONFIAR

Al día siguiente salí al mundo exterior con cierto recelo tremendista. El Zyprexa me había dejado menos relajada que de costumbre y eso se traducía en un estado de alerta matutino que no me dejaba desayunar. Pero el día amaneció sin lobos ni ovejas y me dediqué a peregrinar por la calle con objetivos nihilistas.

Paranoidd ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora