Visitas inesperadas

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La Sra. Bendlin era una anciana que había vivido en el barrio desde que tengo memoria. Era quien se encargaba de difundir los chismes y repartir las buenas y malas noticias de la zona. Debido a su cordialidad y diplomacia, siempre era la primera en estar presente en el lugar de los hechos, por eso se enteraba de todo de primera mano.

En realidad, durante mucho tiempo no entendí por qué la gente le permitía estar tan cerca, aun a sabiendas de que todo lo que dijeran delante de ella —con lujo de detalles— sería fregado en pocas horas por el barrio entero. Hasta que perdí a mis padres y comprendí en carne propia que es en los momentos terribles de la vida en que uno necesita alguien que se ocupe de las obligaciones desagradables que acarrean las desgracias. La Sra. Bendlin estuvo allí, fue quien llamó a casi todos mis conocidos esa fatídica noche, me preparó amablemente las tazas de café que necesité y recibió a los vecinos que venían a dar los pésames al día siguiente. A pesar de saber que lo hacía con la intención de enterarse de cada detalle, fue un alivio tener su compañía en esos días.

De vez en cuando pasaba por la tienda a preguntarme cómo iba todo y comentar los últimos hechos resaltantes. Si se producía alguna ruptura, se daba algún casamiento o se enteraba de alguna infidelidad, era seguro que apareciera en la puerta dispuesta a tentar el tema y discutir las opiniones que tenían los demás al respecto, lo cual era su mayor diversión. Es por eso que me había sorprendido bastante leer su nombre en los contratos de compra—venta de los inmuebles que Ethan iba a adquirir para la construcción del centro comercial. Me pareció raro pensar que la Sra. Bendlin estuviera dispuesta a empezar a tejer toda una red de chismes desde cero en otro barrio lejano.

Y allí estaba de nuevo, en una silla al costado del mostrador, hablándome de las constantes peleas en la relación de los Stevens y de su espeluznante teoría sobre que la Sra. Stevens tenía un amante. Yo sólo asentía o negaba, conforme a mi percepción de las cosas. La experiencia me había enseñado que no debía discutir con la Sra. Bendlin, porque siempre encontraba la manera de convencerte de la certeza de sus suposiciones.

Nadie amaba el chocolate más que yo, y ella lo sabía. Por lo que siempre que aparecía traía una canasta llena de galletas y bombones artesanales (otro de sus múltiples hobbies). Lo único que pedía a cambio era un oído dispuesto a escucharla, para lo cual yo siempre había sido muy buena.

Ya iba por la décima galleta y había oído sobre los Stevens, el hijo de los Kein y la vieja Ruth Grimme, quien siempre había sido su rival en el barrio, cuando ella entró en un tema en el que no me hubiera gustado participar: La venta de las propiedades.

—Entonces todos nos mudaremos pronto... —me dijo, y yo continué con mis labores, haciendo un gran esfuerzo por evitar responder. ¿Cómo decirle que yo no me mudaría? — excepto tú —agregó ella. Volteé instintivamente y la miré desconcertada. Ella soltó una risotada. —Sabes que me entero de todo —se explicó.

Me encogí de hombros, mientras ella empezaba un extenso monólogo sobre la importancia de aprovechar esta interesante oportunidad y hacer mucho dinero de forma rápida y fácil. Por un momento sentí que estaba delante de uno de esos vendedores de créditos bancarios.

No dudó en hablarme de los tratos que habían hecho los demás vecinos. De aquel que se negó a vender el primer día y recibió cuatro veces el valor de su propiedad, de la vecina que pudo enviar a su hijo a la universidad con el dinero que consiguió con la venta, y de quien durante años había manejado la despensa del barrio y que ahora contaba con el capital suficiente para abrir un minimarket en una zona muy concurrida de la ciudad.

—No se trata del dinero —tuve que interrumpirla, porque ya llevaba más de una hora dándole vueltas al asunto y no había tenido la suerte de que entrara algún cliente que la hiciera cortar el sermón. —Tú bien sabes que se trata del recuerdo de mis padres y que no venderé —traté de sonar lo más convencida y definitiva posible. Y aparentemente dio resultado, porque ella cambió el tema enseguida y luego de unos minutos, se fue.

La visita de la Sra. Bendlin me había parecido corriente, pues era una constante en mi vida. Sin embargo, me sorprendí cuando, con el correr de la semana, tuve dos visitas más. Una de Janneth, la mujer de la casa de al lado, quien había sido amiga de mis padres; y la otra, ya hacia el final de la semana, del Sr. McKeen, el viejo cascarrabias del barrio, que varias veces había discutido con papá por diferencias de opiniones.

Ambos se habían presentado con la aparente intención de "chequear qué tal me iba", pero luego de unos instantes de conversación, se mostraron insistentes en la necesidad de que venda mi casa a la Corporación Welles.

La presencia del Sr. McKeen fue la que más me demostró que algo extraño estaba ocurriendo. Fueron pocas las palabras que había cruzado con él antes de esta visita y se encontraba ahora aquí, hablándome como si fuéramos amigos de toda la vida. Lo peor de todo es que tenía tan mal carácter que no le duró mucho tiempo la farsa de tratarme con amabilidad.

Luego de algunas negativas de mi parte con respecto a la venta, se mostró molesto y comenzó a despotricar contra mí y contra mi padre.

—¡Saliste terca como tu padre! Por eso no me agradaba ese hombre —me dijo sin disimular su disgusto, había empezado a levantar la voz hacía unos instantes, pero ahora hablaba casi gritando. —Debí suponer que no podría convencerte de vender, pero valía la pena intentarlo después de todo el dinero que me ofreció ese tipo.

Lo miré anonadada.

—¿Quién le ofreció dinero? —pregunté dejando de lado el hecho de que me hubiera insultado. Ya era la tercera persona que intentaba convencerme de vender en la semana y el hecho de que alguien les hubiera ofrecido dinero a cambio me parecía perfectamente creíble.

—¡Ese maldito Sr. Welles! —Contestó— Pero olvídalo, ¡ya estoy viejo para ser chantajeado y más aún si eso implica tener que lidiar con una niñata obstinada como tú!

Se retiró por la entrada principal sin reparar en que sus palabras me habían dejado pasmada.

Dijo Sr. Welles, ¿acaso se refería a Ethan?

 Welles, ¿acaso se refería a Ethan?

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Casa NO en venta (completa✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora