Un día, voy caminando por los pasillos del colegio cuando mis pies chocan con algo blando. Es una sudadera roja. Cuando la recojo, veo que en la etiqueta hay escrito un nombre, el de uno de los chicos que me atacaron el día que quemé algo por primera vez. Me paso la mano por la cara, sintiendo las marcas que me quedan de algunos de los arañazos, tan profundos que probablemente la cicatriz me quede para siempre. Meto la sudadera en mi mochila y me voy a casa antes de que acabe el día de clases. Tengo nueve años y es la primera de las muchas veces que haré pellas.
Voy a un descampado cerca de casa y quemo la sudadera. Es lo más grande que he quemado hasta el momento y lo que huele peor al consumirse. Recuerdo la cara del chico mientras miro cómo la tela se corrompe. Sé que su familia no tiene mucho dinero, tal vez más que la mía, pero no mucho. Sus padres se enfadarán cuando se dé cuenta de que ha perdido la sudadera, seguro que también le pegan. Daño por daño. La sangre de los arañazos se seca pero el fuego no devuelve nada jamás.
No dejo que la sudadera se consuma del todo, quiero que sea reconocible a pesar de estar destrozada. Al día siguiente, la dejo en el pasillo sabiendo que el chico la acabará encontrando. Más tarde me entero que acusó a uno de sus amigos, uno de los que también me arañaron. Los dos se pegan en el patio del colegio hasta que dos profesores les separan. Es la primera vez en mi vida en que un acto de violencia me hace feliz.
Las cosas mejoran después de eso. Un día mi padre decide que ha tenido suficiente y se va. Mi madre llora nada más descubrirlo, pero no vuelve a llorar más. No le echo de menos. Los chicos del colegio se han olvidado de mí y excepto por alguna mirada que intercambiamos en los pasillos, no he vuelto a saber de ellos. Ya no quemo cosas con la misma frecuencia que antes, pero no puedo parar. Ahora que es otoño, me gusta acumular hojas de pino para hacer pequeñas hogueras. Me preocupa ser un adicto, pero pienso que un niño tan pequeño como yo no puede ser adicto a nada.
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Imagen: http://moblog.net/media/m/4/t/m4ttuk/burning-stuff.jpg
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Infernum
General FictionLa primera vez que veo fuego no tengo más de siete años. Guardo el mechero en el armario y todas las noches enciendo una llama hasta el momento en que se gasta. La primera vez que quemo algo es la mejor primera vez de todas. Pasan los años y he que...