TRES. Libre

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No hubo humo ni lluvia de confeti pero la sensación fue como si un mago hubiese sacado un conejo de la galera. Copperfield! Algo salido de lo más profundo de los sueños mojados de una chica cross.

Y allí estaba ella, Dafne. Simplemente sintió un mareo y una leve sensación de temblequeo por todo su cuerpo. La piel estirando y acomodándose. El mareo provino de su interior reacomodándose. A pesar del mareo se sintió espléndida.

Al levantarse se tambaleó un poco pero logró aferrarse al respaldo del sofá y caer sobre nada. Caminó lentamente hasta la habitación donde tenía adosado a la pared una espejo de cuerpo completo. Cerró los ojos. En ese momento el mareo la rodeó. Cayó de rodillas. Se sintió más liviana. Sabía que lo que vería en el espejo sería cierto. Supuso que aquellos sobres contenían su deseo. El deseo de toda chica cross. Un deseo tan arraigado dentro que este era el momento de salir. Un deseo profundo que traducía en ropa, maquillaje, pelucas y toda la parafernalia femenina posible.

Lágrimas recorrieron sus ojos despintándolos. Sus mejillas se tornaron un río de maquillaje. Tomó fuerzas y se levantó contemplando un milagro. Se sintió en el cielo. El cielo al que toda chica como Dafne quiere llegar. El cielo donde puede tener el cuerpo que desea. El cuerpo de una mujer.

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Desnuda frente al espejo se recorrió con las manos todo el cuerpo. Sus piernas estaban estilizadas, tenía caderas y cintura más pronunciada. Pechos reales y parados, una pancita chata, brazos mas finos y nada de nuez de adán. Su rostro era completamente suave y femenino. Era una mujer.

Llevó sus manos a su entrepierna y sintió su vagina. Labios húmedos, un clítoris sensible. Sus dedos se deslizaron dentro. Sintió todo su cuerpo estremecerse. Un río de placer comenzó a recorrerla.

Tumbada en la cama jugó con sus dedos hasta tener sus primeros tres orgasmos femeninos. Recordó sus juguetes. Con un vibrador anal, un consolador y sus dedos tuvo varios orgasmos más. Había cumplido su fantasía, una especie de doble penetración.

La mañana del sábado pasó entre el placer orgásmico y el placer del shopping. Salió casi corriendo a comprarse la ropa que siempre le gustó. Esta vez no tendría que mentir que era para su novia. Podría probársela allí mismo, en los probadores femeninos. Estaba tan excitada y feliz que no paraba un segundo. Iba y venía. Entraba y salía de cuanto local veía. Lencería, indumentaria casual, deportiva, para fiesta, zapatos, botas, maquillaje. Todo, se había comprado todo. Y su tarjeta había sufrido las consecuencias, al igual que sus ahorros que bien valían la pena destinarlos a esto.

En el transcurso de las compras, su pelo turquesa y sus facciones delicadas y hermosas atrajeron mas de una mirada y no solo de hombres. Las mujeres la devoraban con sus ojos. Jamás lo había vivido. Y tampoco había salido con el fin de comerse el mundo. Así que volvió saltando de contenta hasta su departamento donde se tiró sobre el sofá a descansar. Estaba extenuada y prácticamente no había comido ni tomado nada en toda la mañana. Se quedó dormida.

El sonido de la lluvia la despertó. Eran pasadas las seis de la tarde. Preparó el mate, unos sandwichs y merendó después de haber sacado todo lo que había comprado y ubicado en todo el living a su alrededor. Con cada mordida o sorbo de mate, observaba anonadad y sorprendida de lo que había comprado. La experiencia de haber salido sin pudor, ni mentiras la dejó atónita.

El timbre en la puerta la sacó de su ensueño de sensaciones. La mirilla le reveló la cara insípida de la vecina de al lado. Una vieja chusma con el deporte de meter las narices en todas las cosas de los demás.

Sintió un leve frío recorrerle su espalda. Pero esta no era la misma situación que la última que la vieja había tocado a la puerta. En esa oportunidad estaba maquillada y se iba a dar cuenta. Esta vez era una mujer en todo su esplendor.

Abrió la puerta y recibió a la vecina con su mejor sonrisa.

-Hola... soy Yolanda la vecina de al lado. ¿Está David? ¿Usted quién es?
-Está trabajando. Y soy su... chica -pensó rápido.
-No sabía que tenía novia.
-Tampoco tendría porqué saberlo, señora.
-Siempre me pareció rarito... -y al decir esto, Dafne quizo mandarla bien a la mierda. Pero se contuvo y prefirió responderle con un poco más de altura.
-Mi boca, mi concha y mi culo no dicen lo mismo, se-ño-ra.
-Pero qué maled... -la puerta ahogó las últimas palabras de la vieja y Dafne se sintió triunfante. Hacía tiempo que quería hacer algo así. Sobretodo a esa vieja. La vez anterior había tenido que mentir diciendo que estaba en la ducha y desnudo. Claro que seguramente no le habría creído.
Como había estado tan excitada por su nuevo cuerpo, las compras y el cansancio, no paró ni para ir al baño. Pero la naturaleza la llamó y salió disparada para hacer del nº1. Parada frente al inodoro, sintió la melancolía y angustia de su miembro perdido. Realmente lo extrañaba. Amaba su pene como amaba los penes ajenos.

Haciendo pis de sentada por primera vez como mujer, recordó las instrucciones. Su mente no tardó en sacar deducciones y voilá. Sabía lo que tenía que hacer.

El sobre rojo quedó abierto sobre la mesita ratona. Cucharada y media, agua mineral y adentro. Sintió el mismo temblequéo, movimientos internos y salió hacia el espejo.

Su mirada era así mismo de asombro y terror. No sólo había cambiado el color del pelo sino que había cambiado todo su cuerpo también. Era un poco más alta, con menos curvas pero una cola redondita y parada, pechos más grandes y labios más carnosos. Sus rasgos seguían siendo suaves pero habían cambiado un poco. Como su vagina. Donde había estado humedeciendo sus dedos en una fuente de placer, había un pene. Su pene, un tanto distinto pero su pene al fin. Sintió un poco de terror al darse cuenta que si volvía la vieja estaba frita. Qué otra cosa podría decir.

El nerviosismo comenzó a disiparse mientras se miraba al espejo y apretaba el pene en la palma de su mano. Comenzó a erguirse y notó que era aún más largo que su original. Quizo aprovecharlo al máximo. Acostada de espalda sobre la cama, levantó sus piernas doblándose sobre sí misma. Pies a ambos lados de su cabeza, su pene largo y duro frente a sí misma.

Logró algo que siempre había soñado. Lo besó. Con su lengua lamió la puntita y sus labios envolvieron la cabeza. Su mano siguió moviéndose hasta sentir su pene tensarse. Liberó la cabeza y a corta distancia abrió la boca que recibió toda su eyaculación, hasta la última gota. Tuvo su leche por largo rato. Se levantó con ella en la boca y se dirigió al espejo. Miró sus labios y barbilla con gotas de semen. Abrió y su lengua tenía todo. Tragó. Sintió su semen caliente y espeso bajar por su garganta. La excitación la llevó al armario, al cajón del placer donde guardaba todos sus juguetes sexuales y revolvió hasta encontrarlo.

Introdujo en su agujero el plug de acero pulido. Tan sólo quedó afuera el tope con una piedra facetada color rosa.

Se bañó, e intentó conectarse con Jenny. Tenía que agradecerle.

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