CUATRO. Noche de chicas

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No solo no la encontró conectada, sino que su perfil estaba eliminado. No la pudo encontrar por ningún sitio de los que ambas eran parte. Le pareció tan extraño que optó por conectarse vía Skype. Cuando solían comunicarse a través de la cámara, Jenny la atendía desde su departamento. Siempre estaba encendida, direccionando a su cama. A veces no la encontraba pero el cuarto estaba ordenado de manera milimétrica. Todo limpio y ordenado, como era ella. Otras veces, ella estaría sentada frente al monitor u acostada esperando por ella. Sin embargo, esta vez fue la excepción.
Sus manos se apretaron contra su boca que estaba abierta. Sus ojos recorrieron toda la habitación como un detective. La sorpresa se tiñó de temor y casi desesperación. El cuarto estaba dado vueltas. Todo desordenado y fuera de lugar. Tirado por el piso, como si un tifón hubiese cruzado la habitación. Las sábanas y mantas estaban hechas girones. Pudo confirmar que no había rastros de sangre. De alguna manera eso la dejó más tranquila. Sin embargo esta preocupada. No tenía su teléfono de límea ni el del celular. Nunca tuvieron la necesidad de intercambiarlo con la cámara.
Algo le habría pasado, ¿qué? Cualquier cosa era posible. No podría comunicarse con nadie. No sabía qué hacer. Se quedó al borde del sillón mirando aquella imagen que la desgarraba por dentro. Sintió una angustia tal que tuvo que tomarse un buen vaso de vodka. Le quemó la garganta pero a su manera la tranquilizó.
Sentada en el sillón del living, pensó en Jenny. Algo le habría pasado. Podría pensar lo peor como algo simple. Como que tuvo una noche muy ajetreada. Fiesta. Esa era una opción. Ella también había tenido fiestas así. Era una opción y quizás, la mejor para pensar. La tranquilizó el hecho que Jenny haya estado de fiesta. Parecería que estuvo de fiesta con mucha gente lo que no sería de extrañar siendo ella tan atractiva.
Tomó un vaso más de vodka haciendo fondo blanco y decidió despreocuparse por Jenny. De seguro estaría bien, tratando de recuperarse de la fiesta. Y ella podría también darse ese pequeño lujo de estrenar su nuevo cuerpo en una fiesta. No estaba enojada con Jenny, no eran una pareja real ni mucho menos un matrimonio. No tenían porqué recriminarse nada, y ninguna le estaría metiendo los cuernos a la otra. Sin embargo, Dafne sintió la angustia de querer ser la única en la vida de Jenny. No sería esa noche, pero lo anhelaba más que nada en el mundo.
Era tarde, sin saber dónde podría estar su otra mitad, se puso a buscar su vestido favorito. Y para ese vestido favorito que tantos elogios le habían traído, sacó sus medias de red negras, sus zapatos botita con medio tacón stiletto, su collar de cuero ceñido al cuello y su campera de cuero negra. el vestido en cuestión lo tenía pulcramente colgado dentro de un plástico. Sin escote, cuello redondo. Una sola pieza desde los hombros hasta apenas un poco más de la mitad del muslo. Sin mangas, para mostrar sus tatuajes. Era un vestido de pana bordó confeccionado por ella misma cuando aún tenía que ingeniárselas para crear su ropa. Un vestido inigualable que con su nueva figura lo modelaría aún mejor que antes.

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Cuatro pares de ojos siguieron su figura bajar las escaleras y subirse al taxi. La siguieron a una prudente distancia hasta de discoteca donde bajó. Era un lugar de moda donde todos los géneros eran bienvenidos. La música, la diversión y la noche se conjugaban en shows exóticos, performances de todo tipo y varios DJ que estaban rompiendo los charts. Esa noche hubo subasta de esclavos.
La perdieron ni bien entró a la discoteca. Conocía a los dos porteros de entrada, dos hombres de amplios pectorales y gruesos brazos con el pelo cortado al ras. La saludaron y levantaron el cordón rojo para que pase. Tuvieron que perder varios minutos y doscientos dólares para entrar.
Perdieron aún mas tiempo dentro. Recorriendo los VIPS, las barras y los dos pisos de la discoteca. La oscuridad y las luces intermitentes, de colores y flashes los dejaron tontos. No estaban acostumbrados. Sin embargo, tenían que dar con ella a toda costa. Uno de ellos se acercó a la barra del primer piso para comprar dos tragos. Podían darse ese gusto a pesar que el trabajo se los impedía.
Desde la barra, esperando por ambos tragos, logró divisarla entre varios hombres que querían hablar con ella y a los que ahuyentaba. Como si estuviese más que acostumbrada. Se inclinó para hablar con el barman, que la escuchó detenidamente. Logró verle la figura. Curvas sensuales, delicadas, pechos grandes apoyados sobre el mostrador. Se notaban naturales. Labios carnosos y un perfil de ángel.
Con tragos en las manos se acercaron lo máximo que pudieron pero el tumulto de hombres a su alrededor les cerró el paso. Como una muralla de testosterona y excitación varonil, tuvieron que flanquearlos para descubrir que se había lanzado a la pista de baile.
La perdieron por un momento. Agudizaron la mirada entre tragos hasta encontrarla. Un par de mujeres robustas se la llevaban de las muñecas por la salida de emergencias.

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