Pintura número 17.

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La cerveza se calentó una vez más y los ojos de Jane miraban hacia cualquier lugar. El bar no estaba para nada lleno, sólo habían unos grupos de amigos y parejas gritando demasiado fuerte. Pero ella no los escuchaba. Su mente estaba viajando mientras sólo veía todo pasar. Hasta que Jules apareció frente a sus ojos y todo pareció pasar demasiado rápido, porque en el segundo parpadeo él estaba frente a ella y se acercaba con esas intenciones que Jane conocía de memoria. Así que se alejó.

—No. No soy juguete de tu corazón— respondió ella en un tono fuerte y decidido. — Deja de confundirme. Ya no sé que quieres lograr, me enredas en tus brazos y luego apareces con otra y no es así. Aveces me quieres y aveces no y no sé cómo le haces porque yo te quiero en todo momento.

Jules se rió, estaba borracho y Jane lo sabía.

  — Eres tan inocente, dulzura. Yo te quiero, pero ambos estamos destinados a no ser—  respondió él mientras vaciaba su cerveza.

  — Entonces vete y no vuelvas. No mires hacia atrás y déjame en paz. Después de todo sé que tienes a muchas mujeres más.

Jules se fue. Jane también. 

Nunca la noche de un sábado se había parecido tanto a un domingo gris como esa vez.

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