XVII

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Final


Allí estaba yo... sentando en una cafetería esperando un té para calmar la ansiedad. Recostado. Comenzando de nuevo. Decepcionado del amor y todas sus mierdas. ¿Quería emoción a mi vida? Me preguntaba constantemente. Concluía que era mejor tener cuidado con lo que deseabas. Ahora todo había terminado.

¿Cuál sería mi siguiente excusa?

Eva estaba enamorada de un chico que la amaba también pero que no era capaz de estar con ella. Tenía una hija, vivía sola y pensaba hacer un viaje del cual no deseaba regresar. Al final, no fui más que su confidente, un amigo esporádico que conoció en un parque. Menuda mierda. Irónica y estúpida vida, donde pretendemos que el amor es el valor más grandioso. Donde nacemos para elegir en una serie de opciones establecidas y considerarnos alguien en la vida, y luego trabajar para morir con garantías. Todo eso era ridículo. Miré el cielo a través de la ventana. Éramos insignificantes.

Nada más que eso.

El té llegó junto a la mesera que me sonreía. Quizá vislumbraba en mis ojos la desilusión. Algo dentro de mí estaba roto. Abandonado. El poco amor que me quedaba había desaparecido. Ahora sólo quería vivir hasta el día en que todo desapareciera, y mientras eso ocurría, la vida no sería más que dinero, marihuana, sexo, y alcohol. Vicios, pero placenteros. Amnesia para el corazón.

Le di un sorbo a la tasa de té cuando el celular empezó a sonar. Era el número de Eva ¿Había olvidado algo? ¿Quería seguir volviendo mi corazón una uva pasa?

—Qué pasa —contesté con desgana, pero obligado a hacerlo. Ella era la única persona que me aceleraba tanto el alma. Sentía ganas incontenibles de atender cada vez que me necesitara. Sí, había perdido toda dignidad aunque aparentara estar enojado.

—Estoy segura de que no volveremos a vernos —dijo. Me dio un vuelco en el corazón, pero era lo mejor. Yo lo sabía—. Así que déjame decirte una última cosa Facundo —Eva parecía estar sonriendo—. Las mejores cosas de la vida no son esas que buscamos. En las que perdemos el tiempo intentando encontrar. Las mejores cosas de la vida, están allí ocultas detrás de nuestra mirada, en la oscuridad. En medio del abandono.

—¿Y qué se supone significa eso Eva?

Ella sonrió.

—Ten una linda noche —colgó y yo me quede anonadado. Con ganas de marcarle de nuevo. De llamarla y arriarle la madre por ser tan cretina. Aunque ha todas estás, no estaba seguro quien era el antagonista de esta historia.

Estaba sumido en el pensamiento cuando una chica me interrumpió.

—Eva me dijo que estarías aquí y necesitabas una amiga —el cabello de Alex relucía entre las luces de la cafetería. No sonreía, pero sus ojos mostraban compasión y determinación.

Sus ojos miel me miraban fijamente. Estaba de pie esperando mi respuesta. A pesar de todo, había decidido venir a consolarme. A hacerme compañía en el momento que más solo me sentía.

—Las mejores cosas están en donde no estas mirando —le dije y sonreí.

Con qué a eso te referías Eva. Ella pensaba que Alex podría ser lo que yo estaba esperando toda la vida. Y de sólo pensarlo, sentí una especie de alivio. No sé si ella era lo que yo necesitaba, la emoción que me hacía falta. Pero sí estaba completamente seguro de algo. Eva era la mujer más inteligente que hubiese conocido jamás.

—Qué bueno. Porque oculto en mi bolsillo hay un porro —Alex sonrió y la seguí fuera de la cafetería. 

Al final, no es más que eso. Ciertos acontecimientos contraproducentes, contrarios a nuestro razonamiento, a nuestro instintivo deseo por encontrar la felicidad. Después de todo la vida se encarga siempre de poner todo en su lugar. 

La más HERMOSA de las mujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora