—Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que somos como cúmulos de agua atrapados en una inmensa nube que se puede venir abajo de dos maneras: o muy rápido, o dando tiempo para saberlo. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que puede caer en todas las estaciones, como las lágrimas pueden surcar el templado paseo de la piel en un día que parecía soleado. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que un clima sollozante puede ser la felicidad para uno o la derrota para otros. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón... Dicen que podemos ser un témpano de agua o una gota redondeada, caer en picado o mermar la gravedad en la hoja de un álamo blanco. Dicen que somos como la lluvia.
Una mano pálida como el mármol, decorada con anillos de zafiro y piel de seda, se alzó y el lector calló.
—¿Creéis, sin embargo, que somos como la lluvia? —intervino su melodiosa voz, acariciando las gélidas brisas de sus propias palabras.
—No creo que sea conveniente mi opinión, majestad —respondió el lector, con la mirada perdida entre las letras.
—Continuad, entonces —ordenó, descendiendo su delgada mano hasta ocultarla de nuevo entre sus vaporosos ropajes.
—Como ordenéis, majestad —respondió, acariciando las páginas de papiro con las yemas de sus callosos dedos—. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que somos como hilos de agua sacudidos por el viento, que pueden ser abatidos en la tempestad errónea. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que somos flores en mirad del rocío, pero que la misma agua que nos otorga vida en la mañana puede traernos pesares en mitad de la tarde. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que somos frío para los desarropados y fuente vital para los cansados. Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón. Dicen que somos como las lágrimas del cielo que...
—...cuando lloramos alimentamos la angustia ajena —concluyó su acompañante.
—Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón —leyó, terminando así el segundo párrafo.
Un soplo denso meció la copa de los árboles, retorciendo las ramas y estallando las cortezas. La resina continuaba intacta, cayendo desde las cicatrices de los troncos en delicadas gotas petrificadas, transparentes y brillantes. Parecía que llevaban años intentando tocar la superficie terrosa, pero en su plenitud eran joyas de la naturaleza. Diamantes extraídos desde las propias venas de un ser vivo, algo excesivamente puro.
El lector despegó sus ojos cobrizos de las cursivas letras, escalando con ellos las cortinas de seda roja con brocados en hilos de oro. Apreció la tersa melena negra, lacia y reluciente. Si bien, desde donde se encontraba no podía apreciar el rostro fino de minuciosa nariz, labios delgados y ojos tristes. A él no le hacía falta verlo para saber que detonaba tristeza. Sabía que «Los textos de la lluvia» regalaban nostalgia a su majestad imperial siempre que se los leía en aquel lugar; una pequeña pagoda sin paredes, con cuatro columnas sosteniendo un techo tradicional. Estaba situada en el más alto sendero de los alrededores del palacio, en un alto pico rocoso que daba vista a las grandes cordilleras.
Por allí y más en aquellas épocas del año, la niebla espesa traspasaba los tupidos árboles, dejando el lugar rodeado por un mar de algodón frío. Era, no obstante, una cierta ventaja si era intimidad o soledad lo que se buscaba.
—Majestad —lo llamó—, pronto el ocaso habrá llegado a su fin. Debería regresar al palacio.
—No —contestó—. Estoy esperando a que comience a llover —informó—. ¿Somos como la lluvia, Ahn?
—Sí —respondió el lector finalmente, irguiéndose hasta quedar de pie y dejando atrás el cojín de seda—, majestad.
El chico sonrió dentro de su amargura.
Para Xue Yuan, Ahn sabía muy bien que las personas eran como la lluvia, temperamental o sutil, con su gracia y su furia. Y aún así, él no podía obligar su tormenta a menguar, ya que el peso de la corona siempre parecía intentar torcerle el cuello. Su lector privado lo había hecho olvidar un poco la lucha que libraba con su fuerte monzón. Fueron esos ojos pardos, los delicados labios carnosos o el gesto frío pero amable, los que quizás lo protegieron de verdad cuando su misma lluvia lo llegó a ahogar. Los que le trasmitieron esperanza y abrazaron su miseria.
Ahn se alzó, y se atrevió a rodear su cintura desde atrás, a recordarle que no estaba solo dentro de la niebla. Y besó su sien con mimo, con calor, transmitiéndole lo único a lo que el emperador Xue Yuan podía aferrarse cuando la lluvia desbordaba el río:
Su amor.
Y como un conjuro en mitad de la oscura noche, las nubes temblaron y la lluvia se desplomó.
—Dicen que somos como la lluvia, inquebrantables a veces pero finos y débiles —comentó contra su piel.
—Dicen que somos como la lluvia, y en cierta manera tienen razón —concluyó el emperador.
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Zeniev
¡Buenas noches!
Los que han estado últimamente al tanto de todo conocen que a partir de ahora todas mis obras pasarán a ser originales al 100%, es decir, mis personajes no serán basados en personas reales de las cual tomar sus datos e imagen, sino que serán totalmente míos. Esto se debe a varios motivos, ente ellos el hecho de que hace un tiempo que he deseado dejar de lado todo ese mundillo y presentar mis propios personajes. Por eso y por lo anterior he decido hacerlo, y creo que será mucho mejor. Es una decisión con la que me siento feliz y realizada.
Lo único que he cambiado son los nombres y alguna que otra característica, el resto se mantendrá exactamente igual.
Gracias.
Editado: 03/04/2020
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Somos como la lluvia ©
Short StoryUna complicada historia de amor entre el emperador Xue Yuan y su romance secreto con su siervo personal Park Ji Ahn, durante su reinado en la Dinastía Xue. La historia está comprendida en un largo de nueve relatos y un epílogo. Género: AU/Romance/D...