Epílogo

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Con prisas y saltando los escalones del Museo Nacional de China, fue cómo llegó a tiempo antes de que la noche se cerrase por completo sobre el cielo de Pekín. La cual, además, amenazaba con llover como nunca antes.

El joven de aspecto un tanto desaliñado, exhausto y con la respiración agitada fue hacia el mostrador:

—Busco un manual antiguo, «Los Textos de la lluvia» —le informó a la secretaria, quien tecleó el nombre en el ordenador—. Mi nombre es Xue Yuan, soy estudiante en La Universidad de Pekín —dijo, y le tendió el carnet.

—El manual no se exhibe al público aún; es una reliquia —anunció ella—, pero recibí la llamada de tu profesor esta mañana anunciándome de que un alumno suyo vendría a echarle un vistazo para su Proyecto Final —comentó—. Por esta vez se te será permitida la entrada a la cámara donde se guarda —dijo, levantándose de la silla, yendo a su lado—. Sígame —pidió, empezando a caminar a paso apresurado—. «Los Textos de la lluvia» están aislados, y en este momento un equipo de laboratorio e historiadores estudian todo lo relacionado con la obra: autor, época, lugar... pero sólo uno de ellos cree tener las respuestas en referencia a la obra —le comunicó—: Park Ji Ahn.

Xue Yuan sintió un vuelvo en su estómago, uno lleno de emoción y euforia.

Desde temprana edad había decido qué quería estudiar, y sus padres se dieron cuenta de inmediato de la obsesión que desprendía por todo lo que tenía que ver con la lluvia, y cómo recitaba versos que ellos no habían escuchado antes. Lo llevaron a varios médiums, a sacerdotes y viejos chamanes para ver qué era lo que podía estar yendo mal con su único hijo y, al final, la única respuesta que consiguieron fue la que dictaba que el niño era una reencarnación.

Estuvo la idea de consultar con un psicólogo, pero Xue Yuan se negó rotundamente, puesto que para él la conclusión de los anteriores era la certera.

Llegaron a la cámara este del museo, donde un ajetreado código numérico correcto dio el acceso a la zona de estudio. Era una habitación bastante grande, con luces azules en una parte y blancas en otra. En medio había una mesa amplia y plateada. Sobre sí descansaba un pequeño expositor, y sobre él una reliquia tan antigua como enigmática yacía abierta. Aún se podían apreciar la claridad de las letras.

Xue Yuan casi brincó en el sitio, acercándose rápidamente a él.

—«Los Textos de la lluvia» se muestran repletos de dibujos que simbolizaban las nubes, los arcoíris, las tormentas, la nieve, el granizo, el rocío, la lluvia... —redactó alguien detrás de él—. Dibujos que parecen salir del papel para enseñarnos qué inspiró a escribir semejante obra —prosiguió—. Doctor Park Ji Ahn —dijo, extendiendo su mano en modo de cortesía.

Xue Yuan parpadeó volviendo en sí, dándole la cara a la persona que le hablaba.

Allí, un hombre de unos veinti-pocos años observaba del mismo modo que él contemplaba la obra: con adoración y embelesamiento. Y sintió algo diferente a lo que había sentido en toda su vida, más cuando este lo miró directamente a los ojos.

—Xue Yuan —susurró él, estrechando la mano ajena en un apretón suave, tan delicado como la seda real.

El historiador se perdió en la mirada del chico, sintiendo el corazón latir de un modo descomunal. Notaba como un sentimiento que llevaba viviendo en su interior durante toda su vida renacía de golpe, como un relámpago, como una flor... como algo tan indescriptible de explicar que ninguna fórmula matemática daría con la solución acertada.

Si soltar la mano ajena se aproximó un poco más hacia el joven, casi percibiendo imaginariamente cómo la sala de estudio se transformaba en una bonita pagoda en lo alto de un pico desde donde las cordilleras se veían sutiles y elegantes.

Y habló al mismo tiempo que la lluvia azotó el exterior:

—Dicen que somos como la lluvia, inquebrantables a veces pero finos y débiles —redactó en un impulso.

—Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón —concluyó el estudiante.

Desde ese momento ellos supieron que se conocían de algo. De algo que traspasaba cualquier límite de tiempo. Quizás, de una dinastía en donde un soldado reclutado se había convertido en la fuente de apoyo de un emperador con la mirada triste. Quizás, de una dinastía donde la lluvia se extraía del cielo y se plasmaba en papel.

«La lluvia sólo es un problema para el que le teme a lo nuevo, majestad, así como los problemas a los que os enfrentáis día tras día. Llegará un momento en el que podréis sonreír de nuevo y ser feliz, y sé que estaré allí para verlo, porque no habrá un mejor emperador, ni uno más sabio, ni uno más justo, ni uno más hermoso...» 

«¿Somos realmente como la lluvia?»

«Sólo tú lo sabes»

Fin


Somos como la lluvia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora