Lunes, 17 de noviembre de 2003- Parte II

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Era casi medianoche cuando Liam finalmente apareció.

Me había dicho que llegaría a mi casa a las ocho, o así, y luego nada: ni una llamada, ni un mensaje, nada en absoluto hasta casi las doce de la noche. A las once, cabreada, había estado a punto de salir, pero en lugar de ello decidí irme a la cama.

Me había estado conteniendo toda la noche las ganas de llamarlo para preguntarle dónde estaba, pero en vez de eso ordené el piso, limpié el baño, envié unos correos electrónicos a algunos amigos y me fui volviendo cada vez más y más loca.

Hasta que llamaron a la puerta.

Tumbada en la cama, mirando al techo, no tuve la certeza de haberlo oído hasta que llamaron por segunda vez, un poco más fuerte. Me planteé ignorarlo: así aprendería, ¿qué era eso de despertarme de esa forma? Además, estaba en pijama.

Esperé unos instantes y no volvieron a llamar, pero no pude quedarme allí tumbada más tiempo. El miedo se me estaba instalando en el estómago como un peso muerto.

Suspirando, me levanté, bajé con pasos amortiguados las escaleras y encendí la luz del pasillo. Abrí la puerta, al tiempo que ensayaba mentalmente para cantarle las cuarenta.

Tenía la cara ensangrentada.

— ¡Dios mío! ¡Joder!, ¿qué te ha pasado? —Descalza, salté del quicio de la puerta para tocarle la mejilla y la cara. Noté un gesto de dolor.

— ¿Puedo pasar? —preguntó, con una sonrisa pícara.

No estaba en absoluto borracho, que era lo primero que me había venido a la cabeza. La ropa que llevaba era muy diferente a la de la última vez que lo había visto: unos vaqueros roñosos, una camisa que en su día había sido de color azul claro, pero que ahora estaba llena de gotas de sangre y manchas de grasa, una chaqueta marrón hecha polvo y unas zapatillas que debían de tener años. Pero no olía a alcohol: solo a sudor, a suciedad y a la fría noche que hacía.

— ¿Qué coño te ha pasado? —Fue lo segundo que pensé y que verbalicé.

Él no respondió, pero tampoco le di la oportunidad, ya que lo arrastré adentro y lo senté en el sofá mientras corría de aquí para allá en busca de Betadine, algodón, agua caliente y una toalla. En la penumbra, bajo la luz del pasillo, le limpié toda la sangre que tenía alrededor del ojo, mientras notaba cómo aumentaba la hinchazón debajo del mismo. La sangre brotaba de un corte que tenía en la ceja.

— ¿No me lo vas a decir? —pregunté en voz baja.

Él me miró y me acarició la mejilla.

—Estás guapísima —dijo—. Siento llegar tarde.

—Liam, por favor. ¿Qué ha pasado?

Él sacudió la cabeza.

—No puedo contártelo. Lo único que puedo decirte es que siento no haber llegado a las ocho. Intenté por todos los medios encontrar un teléfono, pero no pude.

Dejé de toquetearle la cara y lo miré. Al menos en aquello estaba diciendo la verdad.

—No pasa nada —dije—. Ahora ya estás aquí. —Levanté un paño hasta la ceja un momento—. Aunque has echado a perder la cena.

Él rio e hizo una mueca de dolor.

—Levántate la camisa —le ordené, y, como no obedeció al momento, empecé a desabrocharle los botones para abrirla. Tenía un lado del pecho colorado y raspado: los cardenales no aparecerían hasta más tarde—. Dios santo, deberías estar en la sala de urgencias, no en la mía.

Me puso las manos en la espalda y me atrajo hacia él.

—No pienso ir a ninguna parte.

Empezó besándome con suavidad, pero fue solo un instante. Luego empezó a hacerlo con fuerza y violencia y yo lo besé con más fuerza aún. Sus manos estaban enredadas en mi pelo y apretaban mi cara contra la suya. Al cabo de un rato me revolví contra él, pero aun así solo fui capaz de quitarme la camiseta por la cabeza. Él enterró la cara en mis pechos con un gemido prolongado y entrecortado y me giré hacia abajo para que él se tumbara en el sofá, medio encima de mí. Y, entonces, con un diestro movimiento se desabrochó los vaqueros, se sacó la polla, me bajó los pantalones cortos y entró dentro de mí.

Para ser una primera vez, no fue muy especial. Olía a aceite de motor y sabía a café instantáneo del día anterior; tenía la cara áspera por la barba de varios días y descargaba todo su peso sobre mí, pero aun así lo deseaba con locura. Aunque parecía haber olvidado que podría ser buena idea usar preservativo, yo no pensaba pararlo; al cabo de un rato su respiración se aceleró, áspera, sobre mi garganta, salió de mí y se corrió encima de mi vientre.

En la penumbra vi que sus ojos azules se llenaban de lágrimas mientras su respiración se ralentizaba, oí el jadeo, el sollozo, lo estreché contra mí acunando su cabeza contra la mía y noté unas cálidas gotas en mi pecho, no sabía si de sangre o lágrimas.

—Lo siento —dijo—. Ha sido una mierda. No quería que fuera así. Quería que esto funcionara, que funcionara de verdad. Siempre me pasa lo mismo, siempre la cago.

—Liam, no pasa nada. De verdad.

Cuando volvió a estar tranquilo, abrí la ducha y me metí con él bajo el chorro, esa vez limpiándolo como era debido. Él permaneció medio apoyado contra la pared, con los ojos cerrados, mientras yo le limpiaba con la esponja la suciedad del cuello, de la espalda. Tenía un enorme rasguño en el hombro derecho, como si se hubiera tirado de un coche sobre el asfalto. Tenía la mano derecha hinchada, los nudillos rozados; era obvio que la pelea en la que había participado no había sido unilateral. Bajo el brazo izquierdo, las profundas marcas rojas bajaban y le rodeaban la parte baja de la espalda. Quizá se hubiera roto algunas costillas. Extendí los brazos y le lavé el pelo, usando la alcachofa de la ducha para aclarárselo sin que le entrara agua en los ojos.

Tenía más sangre en el cabello sobre la oreja derecha, un coágulo enmarañado en un sólido chichón, aunque no parecía que hubiera herida. De cualquier manera, el agua se la llevó por el sumidero y desapareció.

Al menos de cintura para abajo no parecía estar herido. Volvía a tener la polla dura, sobresaliendo de su cuerpo y exigiendo atención. Cuando mi mano enjabonada se cerró sobre ella, volvió a abrir los ojos, y esa vez esbozó una sonrisa.

—He muerto y estoy en el cielo —susurró, al tiempo que inclinaba la cabeza para buscar mi boca una vez más.


En el rincón más oscuro| Liam Payne {Adaptación}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora