Fobia al alcohol

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"Una vida sin alcohol no es una vida" Greg (ángel alcohólico)

- ¡Que os lo paséis bien!- nos gritó Marc desde la puerta agitando su mano en gesto de despedida.

No sé que veía Natalia en ese demonio de pacotilla. No solo era engreído sino que además era malvado. Yo, en cambio, soy una persona de lo más caballerosa y civilizada excepto cuando dicen que huelo mal, claro. El olor a alcohol es el olor más exquisito del mundo.

- ¿Dónde quieres ir a comer?

-MMM... vamos a un vips- declaró

Aproveché ese momento para establecer conversación con ella:

- ¡Me encantan los vips!- exclamé intentando parecer entusiasmado. Aunque en realidad no me gustan lo más mínimo: aparte de que tardan un montón en servirte la comida...

- Pues yo los odio, siempre tardan un montón en darte la comida- dijo Natalia tan cortante como una cuchilla

En ese momento tuve ganas de ahorcarme a mí mismo. Luego recordé que era pecado y me arrepentí de haberlo pensado.

- ¿Y entonces...- pregunté extrañado- por qué vamos?

- Solo voy a los sitios chulos con Marc- suspiró soñadora

- Que guay- susurró Greg con sarcasmo

Genial. Mi buen humor había desaparecido. Igual Natalia era una bruja. Ningún humano tiene el poder de sacarme de mis casillas tan rápido.

Una vez que llegamos al vips, tardaron un montón en atendernos, lo que no era una sorpresa para ninguno de los dos. Yo me pedí un delicioso batido de vainilla y Natalia se pidió una ensalada. Cuando yo la miré interrogante, ella me respondió:

- Las hamburguesas engordan-

Menuda tía más rara.

Al cabo de 1 minuto y 36 segundos exactos le pregunté desinteresado:

- ¿Quieres probar mi batido?

- ¿Bromeas?

- No-

¿Tan raro era ofrecerle parte de mi batido? En muchas pelis románticas los dos amantes beben de un mismo batido...ah. Olvidaba que no era mi chica, después de todo. Puto Marcus.

- Engorda- me respondió finalmente.

- Ni siquiera has probado la ensalada- murmuré

- Es que está malísima- comentó ella, aunque pude ver que mentía, claramente.

- ¿Eres anoréxica?- empezaba a preocuparme de su salud mental.

- ¡Pues claro que no!

- Venga ya...-

- ¿Y qué si lo soy?

- ¡Te pillé!- le dije con una sonrisa de satisfacción.

 Ella puso cara de fastidio. Me recordó a una niña pequeña y caprichosa. Después de menear su cabello negro con elegancia me comentó:

- ¿Qué? ¿Vas a decirme que coma?

- Sé que no va  a servir de nada- le respondí con tristeza

Ella me miró sorprendida y luego me dirigió una mirada...indescriptible.

- Chico listo- añadió

Después de un incómodo minuto de silencio decidió hablar:

- Parece que sabes de lo que hablas-

-¿De qué?- le pregunté aturdido ante semejante bombón.

- De la anorexia- contestó- ¿Has sido anoréxico..?

- No, pero soy alcohólico- le contesté con sinceridad.

Su expresión se tornó seria de pronto. En su mirada había...terror. Un terror muy profundo. Y de repente el terror se convirtió en odio.

Se levantó de la mesa y se fue. Si hubiera sabido que algo así la afectaría tanto, jamás se lo habría dicho.

Yo, aún confuso, me quedé unos instantes sentado. Luego reaccioné y corrí detrás de ella sin pagar. Decidí no preocuparme: ya le donaría a la Iglesia el dinero que tenía que haber pagado.

Corrí y corrí...con una insoportable sensación de culpabilidad. Oí un llanto. Natalia estaba escondida detrás de un contenedor amarillo. Oírla llorar fue una sentencia de muerte. Me agaché para ver que tal estaba...pero ella me apartó de un empujón. Tras un suspiro de resignación, me senté a su lado. Su cuerpo tenía espasmos a causa del gran llanto que estaba echando. Aún así le miré el lado positivo: era su oportunidad de desahogarse. Después de unos incómodos minutos, me miró. Su cara estaba tan roja como un tomate y le caía moquillo por la nariz. Sin embargo, su mirada había vuelto a como era antes. Lo que supuso para mí un gran alivio. Creía que me iba a matar.

- Perdón- susurró

- No pasa nada- le contesté en tono tranquilizador- Ya pasó-

- Verás...- comenzó ella

- No hace falta que me cuentes nada, si no quieres-

- Tengo fobia... al alcohol-

Aquella afirmación me dejó mudo de asombro. También se me llenaron los ojos de lágrimas. Pobre chica. Se perdía una de las ocho maravillas del universo. Ambos nos abrazamos amigablemente.

- ¿A qué se debe la fobia?- le pregunté yo, visiblemente extrañado.

Ella no me respondió, aunque me bastó con ver sus ojos para darme cuenta de que había sufrido un trauma, y uno de los gordos, que nunca olvidas. Inspiró un par de veces antes de contestarme.

- Mi padre era alcohólico- comenzó a relatar- hace dos años, se volvió loco y....

Yo me quedé callado, esperando a que prosiguiese.

Su cuerpo empezó de nuevo con los espasmos. Decidí ser paciente. Volvió a coger aire y finalmente lo soltó, palabras que nunca, en toda mi eternidad, olvidaría:

- MATÓ A MI MADRE-

Enamorado de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora