El niño del caramelo

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"El mal genio nos mete en líos. El orgullo nos mantiene en ellos"

Era Natalia. ¿Qué demonios hacía Natalia aquí? Me levanté del suelo y fui hacia la terraza. Al abrir la ventana se abalanzó sobre mí. Solté una risita histérica. No había cambiado ni un poquito desde ayer. Y de repente me beso. ME BESO. CORRIGIENDO: ESTABA PEOR QUE AYER. ¿¡Como se atrevía a besarme?! Yo por poco me atraganto. Aparto a esa fiera de mí y después le pregunto intentando calmarme:

- ¿Como has sabido donde estaba?

- Te seguí

Me sorprendió mucho esa afirmación. Eso significaba que tenía que haber estado corriendo como una loca para alcanzar mi velocidad demoniaca.

- Y...¿Como es que has logrado llegar hasta aquí?

- Por una enredadera que estaba al lado de la ventana- respondió aparentemente orgullosa de sí misma, para mi desconcierto.

-Y...-intenté articular bien mis palabras- ¿Por qué no simplemente cogiste el ascensor?

Ella soltó una risa histérica y contestó:

-Venga, Marc, eso es muy poco romántico- Dicho con ese tono, parecía algo evidente y sin embargo a mí me tenía completamente desconcertado. Más desconcertado me tenía sentir como la muerte se descojonaba dentro de mí.

" Quien iba a decir que tus admiradoras estuvieran tan locas"-

-Bueno- añadí- Pues creo que tienes que marcharte, tengo visita- eso fue la primera escusa que se me ocurrió decir.

El rostro de Natalia se ensombreció pero fue cambiado rápidamente por una sonrisa radiante.

-Podemos hacer algo mejor- su sonrisa daba miedo, y al parecer su idea también.

De repente la muy loca se puso a saltar en mi cama gritando:

-¡¡¡PODEMOS HACER EL AMOR!!!!

Inspiré. Expiré. Pues no era tan mala idea. Aunque antes de que pudiese darle una respuesta se quitó la camiseta que llevaba, enseñando un sujetador dorado.

"¡NI SE TE OCURRA HACERLO DELANTE DE MÍ!"

Maldita aguafiestas.

-¿Me puedes desabrochar el sujetador?- resultaba increíble la felicidad que sentía al estar cerca de mí. Eso me halagaba.

Entonces mi cuerpo tomó posesión solo y la aparté de mí bruscamente. Maldita muerte. Y de repente, sonó el timbre de la puerta.

- Te dije que tenía visita- añadí con una sonrisa forzada.

El problema era que no tenía ni idea de quien era.

El timbre sonó repetidas veces así que no tuve más remedio que levantarme e ir a ver quien era. Al asomarme por el agujero de la puerta no vi a nadie. Lo que me desconcertó aún más. Entonces abrí la puerta y recibí una patada en mis partes. Lo que me hizo arrodillarme y aullar de dolor. Miré con ira a mi oponente que era...un niño regordete.

-Tú- me dijo temblando de ira y con los nudillos de sus manos blancos- DEVUELVEME MI CARAMELO.

Finalmente recordé de que me sonaba su cara. Era el niño a quien le había robado el caramelo ayer. Aunque mirándolo bien, no era un niño corriente. Sus ojos ámbar revelaban que no era ni más ni menos que un brujo. Un niño brujo. Un brujo niño. O más bien...un niño embrujado.

Enamorado de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora