10.

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— ¡Nunca estás en casa! —gritaba John Pinnock desde la puerta de la habitación de la rizada— Te la pasas conviviendo con esas personas de clase baja cuando deberías estar con los tuyos. ¡Eres una Pinnock!

— No sabes cuánto desearía no serlo —contesto Leigh-Anne mientras se peinaba el rizado cabello sentada en su gran tocador.

Desde pequeña, los padres de Leigh-Anne nunca le dedicaron el tiempo que un padre le debe dedicar a un hijo. Sus padres trabajaban todo el día, dejando a la pequeña rizada con su hermana mayor con los cuidados de múltiples niñeras que han tenido al rededor de sus vidas. Tenía todos los juguetes que una niña podía pedir, incluso le habían regalado un pony para su cumpleaños número siete, pero Leigh nunca fue completamente feliz. Ella no deseaba todos esos regalos, no, la rizada lo único que quería era sentarse con sus padres a cenar y que ellos le pregunten cómo le fue en la escuela. Sin embargo, el sencillo deseo de Leigh-Anne nunca fue hecho realidad.
Fue en su cumpleaños número diez, cuando la peor noticia de su corta vida la golpeó. Su adorada madre había fallecido en un grave accidente aéreo, y eso en lugar de unir a la familia Pinnock, solo provocó que se separara mucho más. John pensó que los regalos serían capaces de curar el dolor que sus hijas estaban sintiendo, pero él no lograba entender que lo único que podía calmarlas era un gran abrazo de su padre.
La gran cantidad de regalos que John Pinnock le daban a sus dos adoradas hijas, solo provocó que una de ellas se volviera egoísta, caprichosa y sin duda alguna, insoportable. Sairah Pinnock solo tenía que pedirlo, y lo tenía, mientras que Leigh-Anne era todo lo contrario a ella. A la rizada le gustaba obtener cosas gracias a su esfuerzo, es por eso que trabajaba en la única tienda de música en todo el pueblo. Su padre odiaba saber que una de sus hijas se manchaba las manos limpiando estantes y acomodando discos sucios. Todas las mañanas, Leigh escuchaba como su padre y su propia hermana le lanzaban críticas sobre los caminos que está tomando. A pesar de eso, a Leigh-Anne no le importaba, después de todo, es su vida y ella puede hacer lo que quiera con ella.

— ¿A dónde crees que vas? —cuestionó John al ver como Leigh se ponía su abrigo y salía de su habitación justo en frente de él— ¡Leigh-Anne Pinnock!

— Voy con mis amigas, ¿feliz? —contestó— No soporto estar en esta casa llena de personas superficiales.

— Esas personas superficiales son tu familia.

— Pues que asco de familia —dijo la morena mientras se dirigía a la puerta— Vuelvo más tarde.

Su padre no le contestó, simplemente tomó su maletín y salió por la puerta que da al garaje.

— No sé para qué aviso, si ni siquiera le importa —susurro Leigh para ella misma mientras comenzaba a caminar.

(...)

"Te vemos allí, rubia. Al parecer a la señorita rizos perfectos decidió que llegará tarde y no puedo irme sin ella. –JN"

Leyó Perrie el mensaje que Jesy le había mandado, y después guardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón. El frío era insoportable, pero delicioso.
Sus pasos eran lentos y suaves mientras caminaba por el pueblo, pero se volvieron rápidos y fuertes cuando entró al bosque. Perrie caminaba entre los grandes y frondosos pinos, pero de repente se detuvo cuando se dio cuenta de que en la entrada de la mansión estaban tres autos de policías. Se comenzó a acercar a la escena, ya que la idea de que esos oficiales tengan a la pequeña morena la aterrorizaba.

— Disculpe —dijo Perrie mientras se acercaba al oficial más alto y gordo— ¿Qué está pasando aquí?

— Es información clasificada, señorita  —contesto el oficial mientras empujaba a Perrie a la salida.

Heart Like Yours | Jerrie (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora