Capítulo 1

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A mi consideración, enseñar que la palabra "bueno" no siempre va unida a su definición, es esencial en la vida. Debemos aprender a diferenciar entre los falsos gestos de bondad y la real amabilidad desinteresada de las personas. En los actos más comunes puede esconderse un gran mal. El problema se encuentra, sin embargo, en que si no nos caemos, ¿cómo sabremos levantarnos? ¿Cómo reconocer lo bueno sin antes sufrir lo malo?

—Cuaderno de notas de Kiki



La lluvia golpeaba las ventanas del nuevo bar Dix, el antes Vodka, el tan, pero tan odiado Vodka. Revolvía sin mirar siquiera lo que tenía enfrente; que era chocolate caliente. La chica que me lo sirvió me miró como si estuviera loca. Pedir algo así en un caluroso día de Enero al parecer no era común, pero, ¡vamos, también llovía! Sin embargo, esa no era la causa de mi tristeza. Aquel día se cumplían ocho meses desde que Lia se había ido sin despedirse y pasando a ser la persona más odiada de la ciudad. Sólo yo llevaba la cuenta, todos habían hecho un buen trabajo borrándola del mundo. Yo no podía.

Observé mis muletas y odié todo. Las lágrimas rápidamente asomaron a mis ojos y miré hacia arriba, parpadeándolas lejos. Tomé un poco de mi chocolate caliente para ocuparme de otra cosa que no sea mis pensamientos. No funcionó ni cuando me acabé la taza.

Mi teléfono vibraba sin cesar gracias al grupo de chat que tenía con Mar y Eli. Ella había estado saliendo con Tony y eran la pareja más feliz del mundo, sonreí a mí pesar, según los últimos mensajes que había leído, volvían de una playa a la que Mar insistió en ir sí o sí este día. Elijah, por su parte, estaba en plena maratón de Star Wars o Star Trek, no recordaba. Yo les dije que estaba pasando un día familiar, no quería mentirles, pero no podía decirles que estaba ahogando mis penas con chocolate. Y sola.

—¿Quieres otro? —preguntó una voz.

Levanté la viste de mi taza y me encontré con los ojos de Brian, un montón de pecas cubrían sus mejillas, tal vez más que antes. Cuando me reconoció sonrió y se le formó un pequeño hoyuelo.

—No... —dije—. ¿Trabajas aquí?

—Sí, ya nadie quiere payasos en sus fiestas —se burló—. Vanesa, emm, digo, la chica que te estaba atendiendo, terminó su turno. Puedo mandarte a alguien más... —Y comenzó a alejarse.

—Yo no te odio ni nada, ¿lo sabes, no? —solté. Él se quedó petrificado y giró lentamente su cabeza hasta mirarme.

—Todo el mundo lo hace.

—No, no es así. —Rió sardónicamente—. Nadie sabe qué pasó, con nada, así que creo que no deberían juzgarte.

—¿A ti te gustaría saber lo que paso con Amelia y Diana? —El rubor subió a velocidad luz por mi rostro.

—Sí... ¿A quién no? —Me encogí de hombros—. ¿Tú lo sabes?

—Sólo un poco. —Miró incómodo para todos lados, me di cuenta que lo estaba entreteniendo en horas de trabajo—. Yo... debería irme, Ana.

—Yo también.

Saqué dinero del bolsillo de mi campera y lo dejé en la mesa, luego, agarré mis muletas y comencé el horrible proceso de ponerme en pie y comenzar a caminar como tortuga. Brian no se había movido, no quería levantar la vista y encontrarlo mirándome con esa cara de lástima que todos ponían.

—¿Ana... tú...? —comenzó.

—¡No necesito ayuda! —grité y me arrepentí al instante.

—Iba a preguntarte si estás yendo a rehabilitación —me respondió tranquilamente.

—No —dije avergonzada—. Los meses que me correspondían ya se terminaron.

Comencé a caminar hacia la salida, odiaba estas conversaciones donde la miseria en la que vivía quedaba a simple vista. En la clínica Torth habían sido muy generosos conmigo, pero todo tenía un límite y yo no había progresado lo suficiente. Mi pierna no tenía la fuerza para sostenerme. Si me costaba caminar, no hablemos de bailar, y esa era razón suficiente para que mis días sean sobre estar tirada en mi cama lamentándome constantemente.

Abrí la puerta y una llovizna me golpeó en la cara, respiré hondo y retomé mi paso.

—¡Ana! —Me giré para ver a Brian cubriéndose con los brazos de la llovizna, se acercó a mí.

—¡Te estás mojando! —me lamenté—. ¿Qué haces?

—¡Tengo una idea! —Se le iluminó la cara, yo lo miré desconcertada—. Mi garaje está ambientado para practicar baile —dijo como si eso explicara todo.

—Pero yo ya no puedo bailar.

—No aún, pero podrías... Puedes... puedes comenzar a venir algunos días, hay barras para que te sostengas, no digo que sea un centro de rehabilitación, que es lo que necesitas. Pero... tal vez te ayude, si quieres.

—No lo sé. —¿Qué perdía? ¿Qué ganaba? Él sabía cosas sobre Lia...—. Podría... intentarlo...

—¡Genial! —Sonrió y su hoyuelo fue más profundo. Me pasó su teléfono—. Anota tu número y hablaremos.

Solté una de las muletas y dejé mi axila apoyada, escribí mi número y se lo pasé, todo aquel esfuerzo innecesario me fatigó enseguida, pero no me quejé e intenté sonreír. Él toqueteó un poco la pantalla y se lo guardó.

—Bien —dije—. Adiós, Brian.

—Nos vemos, Ana —contestó, tomó la capucha de mi campera y la subió hasta mi cabeza—. No necesitas pescar un resfriado. —Sonrió y se fue corriendo.

Suspiré. Seguro vio el rubor en mis mejillas. 

Mírame (Diez Estrellas #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora