Capítulo 5

41 3 0
                                    



¿Quién mide el amor? No creo que sea posible analizarlo. Es la emoción con más matices, altamente volátil, fuertemente pasional. Incluso el ser más repugnante ama. Puede ser alguien, algo o simplemente uno mismo. Eso sí, el amor es principalmente un disfraz. ¿Se han puesto a pensar cuándo amamos enteramente, con el alma desnuda? Siempre nos vestimos para complacer al público amado y hacer composé con el escenario. Nos han etiquetado de débiles por amar a corazón abierto y creímos tontamente que cerrarlo sería la solución. Es por eso que hay tanto amor malo suelto, no hay pudor en la falsedad.

—Cuaderno de notas de Kiki

Los ladridos de nuestra pequeña caniche, que papá le había regalado a mamá hace algunos años, me despertaron.

—Nieve, cállate. Shh. Vas a despertar a todo el vecindario.

Nieve escuchó mi voz y trepó a mi cama, todavía molesta y gruñendo. Me senté y estiré para prender el velador. Cuando la luz nos iluminó, la pequeña perrita se tranquilizó un poco, pero yo no, porque la sombra de alguien parado detrás de mi ventana era demasiado real como para ser parte de un sueño. Me quedé quieta, abrazada a Nieve, que notando mi contacto, se acurruco sin preocupaciones contra mi pecho.

Estaba lista para correr junto con mi perra hasta la habitación de mis padres cuando la sombra habló.

—¿Ana? ¿Estás despierta?

Me acerqué sigilosamente a la ventana.

—¿Brian?

—¡Ana Banana! Estoy golpeando aquí y llamándote hace horas.

Levanté tan solo un poco la persiana para comprobar que era él y al hacerlo, Brian agachó la cabeza para que lo vea y me saludó con una radiante sonrisa.

—Mientes. Te hubiese escuchado. Y shhh, no hagas ruidos, mis padres duermen.

Él asintió y dijo susurrando:

—Bueno, tal vez solo hayan sido quince minutos, pero me parecieron interminables.

Seguí levantando la persiana a paso de caracol para que no hiciera ruido, luego destrabé la ventana y lo dejé pasar. Brian trepó con facilidad y entró a mi cuarto.

—Cierra la puerta —susurré, mientras hacía todo el trabajo silencioso de cerrar todo—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?

—Salté un par de cosas para llegar aquí atrás. Y tenía que verte.

Cuando caí en la cuenta de que estábamos solos en mi habitación y con el respaldo de la noche, que de alguna forma extraña convertía todo acto en excitante y apasionadamente intrigante, mis mejillas se cubrieron muy rápido de rojo.

Al ver que no iba a decir nada, continuó hablando.

—Lindo perro.

—Perrita —lo corregí—, se llama Nieve.

—Bueno, perrita. —Echó un vistazo alrededor—. Tienes una habitación muy pequeña.

—Sí, lo sé.

—¿Por qué te fuiste cuando comencé a cantarte la canción?

—¿Era para mí? —Solamente necesitaba su confirmación, ya que no quería darle crédito a mis tontas suposiciones.

—¿Para quién más?

—¿Vamos a tener una charla interrogativa?

—¿Quieres tenerla?

Mírame (Diez Estrellas #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora