-Lucy, despierta, pequeña- decía una cálida voz femenina -Marcus, mira, ya ha abierto los ojos, ya está despierta- dijo emocionada. Se asomó a la bonita cuna blanca y le dedicó una sonrisa amplia, acogedora... familiar. El hombre que había estado observando la escena en silencio, se asomó por el reborde de la estructura de madera y sonrió también. La pequeña niña de tez de porcelana levantó sus regordetas manitas indicando que les quería más cerca. Sus ojos de un color gris oscuro trataban de darle una imagen más nítida de la escena, pero era inútil y, de pronto, todo comenzó a volverse más y más borroso hasta cubrirse de una espesa neblina que lo nubló todo a su alrededor. Se habían ido... habían desaparecido para siempre.
Ahora todo estaba oscuro y una sensación de angustia se fue apoderando de sus sentidos. Trató de gritar, pero estaba muda; trató de escuchar, pero estaba sola; trató de ver, pero no había nada... y poco a poco, se quedaba sin aire y sin espacio, hasta que se consumía como las últimas gotas de luz antes del anochecer.
Volví a despertar con aquella sensación de vacío y angustia que me atosigaba de forma tan familiar. Aunque ya estaba acostumbrada a ella, la sensación de opresión en el pecho, de que algo me había sido arrebatado, jamás dejo de ser la misma. ¿Vivía atormentada? no... bueno, tal vez un poco. No tenía intención de salir de debajo de las mantas que cubrían mi cuerpo, aún no estaba acostumbrada a la temperatura de fuera de mi cama. Permanecí unos segundos mirando al techo; el recuerdo de querer alcanzar a aquellas personas me impulsó a repetir aquella acción de mi sueño, pero temerosa aún de que todo acabase como la horrible pesadilla.
Me estiré después de un buen rato de reflexión, ayer fue mi cumpleaños y hoy era domingo... así que tendría que vestirme bien para acudir con el resto de personas que en unas horas se reunirían en el comedor... bueno, en bastantes horas, porque eran las seis de la mañana ¡Qué locura! y yo ya había perdido el sueño... ¡Ah sí! el diario de mi abuela. Recordaba aquella promesa que quedó pendiente entre ella y el chico misterioso, también aquello del compromiso.
Sin darme cuenta, ya me había apoderado de aquel libro de páginas amarillentas, pero espera, ahí no; algo tan privado como los secretos de mis antepasados debía de estudiarse en silencio y con paciencia, sin la molestia de nadie más. Así que tomé una linterna, cogí una manta y, con paso sigiloso y preciso, salí por la ventana.
Con cuidado de no resbalarme, me acomodé en el tejado y me recosté sobre la chimenea. Encendí la linterna asegurándome de sostenerla con buen pulso y abrí el libro por la siguiente anécdota.
"Desperté con el llegar de aquel nuevo día. Salí pronto, con la excusa de tener que asistir a la iglesia, que era más un hecho que otra cosa. Me vestí con la ropa de los domingos y me preparé en seguida para salir por la puerta con mis dos hermanos. Ambos estaban tan encantadores como siempre y eso me hacía sentir de lo más afortunada.
Paseamos tranquilamente hasta la plaza central y allí sonaron las campanadas que anunciaban el comienzo de la celebración. Entramos en silencio y nos colocamos en un lugar disimulado y alejado de las miradas más cotillas y acusadoras; sí, aquellas que nos culpaban de haber nacido en condición humilde, con un padre maravilloso y una mujer por madre que era insoportable como ella sola. Seguimos con paciencia la rutina diaria y salimos los últimos del edificio. Caminamos de vuelta a casa con tranquilidad y allí preparé la comida: gachas. Por supuesto que con las compras del día anterior podríamos alimentarnos aquel día, pero no era una opción recomendable teniendo en cuenta que eran las compras del mes, hasta que a papá le diesen la paga de nuevo.
Comimos en silencio y con mucha calma, el ambiente no era incómodo, pero al faltar nuestra madre y hermano mayor, podíamos relajarnos y masticar sin prisas. Realicé las tareas del hogar y, una vez terminadas, me recosté aburrida en una silla. Suspiré pensando en que faltaban demasiadas horas para la noche y escuché la distante campanada del mediodía... ¿¡Mediodía!?. ¡Oh no! se me había pasado que tenía un asunto pendiente con el joven del mercado ¡Necia! así acabaría quedando fatal.
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Donde las historias se cruzan© (pausada)
Ficción históricaHay quienes dicen que, a través de las historias que los libros encierran, podemos viajar al pasado de otros e incluso llegar a descubrir nuestra propia historia. Pues si bien no lo sabemos, cada historia se enlaza con muchas otras y son esos lazo...