El nuevo Sultán

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El Sultán, Jasmín y Aladín estaban recibiendo los aplausos que venían de la gente de Ágrabah en el anuncio del pretendiente elegido de la princesa. Pero, sin ninguna razón aparente de las que ellos supieran, la multitud se detuvo, como si de repente hubieran oído malas noticias en un instante.

El cielo se oscureció de pronto cuando unas nubes grises empezaron a aparecer girando en espiral sobre el palacio.

Los tres estaban asombrados y confundidos por este extraño fenómeno, ¿qué estaba pasando? Sin previo aviso, el techo cerca del balcón donde se encontraban se desprendió encima de ellos. Instintivamente, todos se agacharon y observaron con terror los escombros que caían del cielo.

El Sultán empezó a rezar y repentinamente sintió que su sombrero era levantado por manos invisibles desde lo alto de su cabeza. Levantó la mano para agarrarlo, cuando esta vez todo su cuerpo fue levantado, como si sus ropas fueran arrastradas al cielo y él con ellas.

- ¡¿Qué es esto, qué está pasando?!- En medio de su pánico, su cuerpo comenzó a girar alrededor de su ropa, la cual se desprendió de su cuerpo, dejándolo medio desnudo, aturdido y confundido.

La ropa voló en la dirección de un individuo que se estaba riendo a varios metros detrás de ellos.

Jasmín, el Sultán y Aladín lo reconocieron: el retorcido Gran Visir.

Las ropas del sultán pronto se fusionaron con las de él, convirtiendo su vestimenta habitual negra y roja en oro y blanco.

Jafar se acercó al costado de las paredes rotas para que la gente de abajo pudiera verlo con su nuevo atuendo. En el instante en que estuvo a la vista, la multitud lo reconoció como su innegable líder. Jafar recibió un aplauso ensordecedor de la multitud, aclamando a su nuevo gobernante con gran felicidad.

-¡Jafar, vil traidor!- gritó el exSultán a su antiguo Visir

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-¡Jafar, vil traidor!- gritó el exSultán a su antiguo Visir.

- ¡Cierra el pico, viejo!- le contestó Iago, encaramado en el hombro de Jafar.

- ¡Pronto se te acabará la diversión, Jafar!- Desafió Aladín.

Se quitó el sombrero  y buscó algo en su interior. La confianza que mostraba ante Jafar casi desapareció, pues en su sombrero no se encontraba lo que buscaba.

- ¡La lámpara!- Exclamó en voz baja, frustrado consigo mismo por su descuido.

-¡Es tu fin, príncipe Abubú!- Jafar levantaba los brazos hacia el cielo, haciendo que la atención de los tres en la plataforma se dirigiera hacia donde estaba indicando.

Ante los ojos de los tres, era un espectáculo monstruoso: un gigantesco genio rojo con músculos gigantescos, ojos vacíos y un ceño oscuro en su rostro se alzaba por encima de su amo.

Al ver a la nueva y espantosa forma de su viejo amigo, Aladín se vio obligado a gritar su nombre, siendo un simple grito al viento.

Las manos gigantes del Genio Rojo se clavaron en el bajo el palacio, levantándolo del suelo.

Aladín se volvió hacia un lado y silbó a la alfombra mágica. Ante su angustia, ésta se dirigió hacia Aladín evitando las rocas que caían a su alrededor.

La multitud seguía aplaudiendo por todo lo que estaba sucediendo, sabiendo que esto era una hazaña de Jafar, algo con lo que se muestran de acuerdo y son felices, pues él es su gran sultán y, por efecto del deseo, todo lo que haga será recibido como correcto.

El joven saltó a la alfombra mágica y juntos salieron volando del palacio. El Genio Rojo lo había levantado completamente y lo llevaba a una ladera de la montaña. Mientras, Jasmín y su padre estaban agachados, abrazados para no perder el equilibrio y protegiéndose el uno al otro.

Aladín y la alfombra volaron hasta el rostro del genio.

-¡GENIO, PARA! - le gritó el chico.

El Genio Rojo llevaba el palacio en una mano mientras su otra mano se soltaba para espantar a Aladín como si de una mosca se tratara.

- ¡Tengo un nuevo amo ahora! - Una amplia sonrisa invadió los labios del ser mágico tan pronto como dijo «amo».

Finalmente, colocó el palacio en la ladera de la montaña, para que Jafar pudiera mirar todo Ágrabah desde allí y el pueblo de la ciudad siempre estuviera obligado a mirarlo literalmente.

Aladín negó con la cabeza, incapaz de creer que un pequeño error suyo se había convertido en tal catástrofe.

-¡Jafar, te ordeno que te detengas! - exclamó con rabia el antiguo sultán.

-¡Jafar, te ordeno que te detengas! - exclamó con rabia el antiguo sultán

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Jafar no se cortó y respondió a su demanda.

-¿Me ordenas? ¡Yo soy la orden ahora! -bramó con una sonrisa victoriosa. -¡Finalmente, te inclinarás ante mí!

Habiendo visto el poder que Jafar tenía ahora en su propia palma, el exsultán comenzó a hacer lo que le decía

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Habiendo visto el poder que Jafar tenía ahora en su propia palma, el exsultán comenzó a hacer lo que le decía.

-¡Nunca nos inclinaremos ante ti!

El desafío de su hija lo inspiró a levantarse de nuevo.

-¿Por qué no me sorprende? ¡Que cabezota!-dijo un irritado Iago.

-Si te niegas a rendirte ante tu nuevo sultán, ¡entonces te arrodillarás ante un poderoso hechicero!- le gritó Jafar frustrado, haciendo a la chica retroceder con miedo ante el nivel maquiavélico al que ese hombre había llegado. A ella nunca le gustó Jafar, pero no podía imaginarse tremendo psicópata bajo su fachada seria e insinuante.

Iago salió volando del hombro de Jafar mientras éste volvía la cabeza hacia el Genio Rojo, sabiendo lo que vendría a continuación:

-GENIO, ¡MI SEGUNDO DESEO!

El Genio Rojo inmediatamente sonrió y dedicó toda su atención a Jafar, esperando su deseo.

El final feliz de JafarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora