IV

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Ichigo no sabía que hacer. Su respiración era rasposa como si hubiera corrido kilómetros. Caminó hacia su cama, poniéndose un par de boxers limpios antes de dejarse caer sobre aquella. Sentía sus manos y su piel palpitando de dolor. Solo quería que todo acabara.

Trató de ignorar la silenciosa voz en su cabeza, era tan baja que no sabía si se la estaba imaginando o no. Pasó horas susurrándole lo patético que era, como no era más que un deshecho de vida. La voz hablaba de todos los errores que había cometido, todos los recuerdos que quería olvidar, le enseñaba el perdedor que era.

El joven se encogió aún más, si era posible, y empujó sus manos contra sus oídos queriendo hacer callar a la voz. Por supuesto eso no ayudó y no paró hasta que Ichigo estaba tan exhausto que el mundo finalmente se oscureció.

Dos horas más tarde los ojos de Ichigo se abrieron; su corazón galopando mientras se despertaba con la alarma del despertador en su mesilla. Se preguntaba si realmente se había quedado dormido el día anterior, o simplemente se había desmayado. Gruñó mientras golpeaba el despertador para silenciarlo, pero se despertó del todo cuando el dolor atravesó sus manos. Antes de que lo supiera estaba en pie y en el baño, tratando de detener el sangrado de los agujeros en sus manos. Sus ojos estaban abiertos como platos, su respiración acelerada en pánico. ¿Por qué esas heridas habían aparecido ahora...?

¡Porque yo las puse ahí!

Ichigo se giró sobre sus talones, miró detrás de él, a su alrededor, tratando de ver si había alguien ahí. Sin embargo a voz desapareció tan pronto como vino y por supuesto no había nadie más allí. Pero siguió mirando detrás de él de vez en cuando, la paranoia no lo abandonaba mientras rápidamente vendaba sus manos, sus brazos y su cuello.

Lavando su cara, Ichigo trató de verse y actuar con normalidad. Había ya cubierto el espejo de su habitación; no queriendo ver a su alter ego ahí. Se imaginaba que el hollow podía ser más poderoso si se podían ver mutuamente. Una vez hecho, se puso el uniforme escolar, llevando una camiseta de manga larga debajo que le quedaba grande así podía tapar también parte de sus manos. Tomó una bocanada de aire y exhaló despacio, bajando las escaleras hacia la entrada y poniéndose los zapatos antes de salir.

Una vez afuera, le dieron escalofríos del frío que hacía. No tenía ganas de acudir al instituto, pero hacia una semana que no iba. Sus amigos. Seguro que ahora estaban muy preocupados. ¿Cómo podría actuar frente a ellos? Suspirando, siguió con su camino. Después de un rato su cuello empezó a doler bajo las vendas, pero se rehusó a rascarse. ¿Qué pasaría si también empezara a sangrar? Las finas vendas se pondrían rojas y tendría que ir a la enfermería del instituto. La enfermera le obligaría a quitárselas y llamaría a su padre para informarle de las heridas. Sacudiendo la cabeza, siguió caminando distraídamente por la calle sin mirar y casi fue golpeado por un coche. El instinto lo salvó y logró saltar hacia atrás. Cuando trató de insultar al conductor, ningún sonido salió de su garganta. Se llevó una mano a ella, su mente entrando en pánico mientras se preguntaba qué demonios le pasaba.

—¡Ichigo! ¿Eres tú? —escuchó una voz familiar detrás de él, y se giró para ver de quién se trataba. Era Mizuiro. Solo levantó la mano para saludar, no podía hablar de todos modos.

—¿Dónde has estado? No has venido a clase durante una semana —sonaba ligeramente preocupado—. ¿Has estado peleándote de nuevo? —Mizuiro preguntó luego de notar las vendas que cubrían el cuello del otro—. ¿Qué pasó?

Ichigo no sabía qué hacer y corrió hacia el instituto; no queriendo lidiar con las preocupación de su compañero de clase.

Sus delgadas piernas palpitaban con una energía que realmente no tenía y estaba sin aliento bastante antes de haber alcanzado el edificio de la escuela. Se apoyó contra la pared, en un lugar por donde no muchos alumnos caminaban, en un intento de recuperar la normalidad de su respiración. Le tomó calmarse más de lo que creía, pero una vez lo hizo se recolocó su uniforme, levantó el cuello de su chaqueta para ocultar las vendas blancas y pasó una mano por su cuello en un pobre intento de verse algo más decente.

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