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Cuando el reloj marcó las doce del día, y el sol pese a estar en todo lo alto yacía oculto tras las nubes, los padres de Adan se fueron de casa y no volvieron más. El cielo tenía un extraño color pálido, porque era noviembre y hacía frío. El viento sacudía el ramaje de los árboles y estos producían un leve rumor. Las calles estaban vacías, pues justo en ese momento se libraba un partido de fútbol entre los equipos favoritos de la región, y por ello todos estaban en sus casas pendientes del televisor. Adan estaba en su cuarto, acostado sobre la cama mirando al techo. La pintura era blanca y era fácil descubrir nuevas manchas. Su cuerpo de niño apenas alcanzaba a cubrir una cuarta parte del colchón, y las sábanas solo estaban calientes en los sitios donde descansaban sus extremidades. Si deslizaba su brazo un centímetro, sentía el frío de la sábana, pero pronto se calentaba. Adan había escuchado el sonido de la puerta al cerrarse. Minutos antes, su padre había estado leyendo el diario sentado en uno de los muebles de la sala. Tenía lista su maleta, y la mantenía bien segura a sus pies. Adan se acercó a preguntarle algo sobre sus deberes, pues no entendía un ejercicio de matemáticas. Su padre lo miró por sobre las hojas del periódico, y sonrió. Después, volvió a lo suyo; no obstante, deslizó su mano por debajo de las hojas extendidas y entregó a Adan un billete de 5 dólares. Era la primera vez que Adan veía dinero. Su padre se encargaba de entregarle las cosas necesarias para los estudios y ponía la comida sobre la mesa, pues nunca se cocinaba en casa, o al menos así lo creía él. De modo que Adan, siendo tan pequeño, no tenía necesidad de manejar dinero. Pero ahora tenía aquel papel verde, con la cara de Lincoln impresa en el centro, y no supo qué hacer con eso.

- ¿Qué es?

- Es dinero.

- ¿Y qué es eso?

- Cómprate algo, dijo su padre. Lo que quieras.

- ¿Y cómo qué cosa quiero?

- No sé, ahí mira. Ve a la tienda, le dijo. Y no habló más.

Adan volvió a hablar.

- ¿Dónde está la tienda?

Pero no hubo respuesta, así que se fue. Arrugó el billete y lo guardó en su bolsillo. Caminó por el pasillo y vio a la madre salir de uno de los cuartos, con dos abultadas maletas. Las prendas de ropa y los demás accesorios hacían presión contra las paredes del equipaje, y buscaba salir por entre los orificios.

- Sale de ahí, farfulló la madre.

Adan se hizo a un lado, entrando por la cocina.

- Hay comida en el horno.

- Ok.

Ambos siguieron hacia la cocina, y la madre agarró las llaves que estaban colgadas de un gancho.

- No le abras la puerta a nadie.

- Ok.

- No salgas sin permiso.

- Ok.

Avanzaron hacia el pasillo.

- No estés hablando con extraños.

- Ok.

- Sé un caballero con las niñas.

- Ok.

- Come bien, hasta que regresemos.

- Ok.

Nunca volvió a ver a sus padres. El padre se levantó y caminó en dirección a la puerta. Se ajustó los pantalones y el cinto. Se arremangó la camisa y se puso algo más de perfume antes de salir al jardín, donde luego recibió una de las maletas de la madre. Adan los despidió asomado a la ventana, y ellos siguieron de largo hacia la extensa calle vacía. El viento azotó sus trajes, y formaron ondas hacia la izquierda. La madre se volvió un tanto para lanzarle un beso volado a Adan, y después desapareció tras un recodo.

Los rituales del AscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora