III

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Ese mismo día, a la salida de clases, Adan se adelantó hasta la puerta de entrada y esperó a que las abrieran. Cuando le dieron paso, corrió hasta el pórtico, y ya estaba a punto de marcharse a su casa cuando fue detenido por Martina.

- ¡Oye!, le reprochó ella. ¿Qué haces yéndote sin mí?

- Lo siento, Martina.

- ¿Cómo que lo sientes? No lo hagas.

- Perdón, pero es que quería irme solo hoy.

- ¿Qué?

- Quiero estar solo en casa hoy.

- ¿No quieres que te acompañe?

Adan la miró e hizo silencio un momento.

- No, contestó.

Martina nubló el rostro, y enseguida esbozó una sonrisa, aunque leve. Estaba triste.

- Ok, dijo ella, con voz tierna.

Se estiró hacia él y le dio un beso en la mejilla. Se acomodó un mechón de cabello que le cayó por la frente, y lo apartó hacia detrás de su oído.

- Pero mañana sí vamos, ¿sí?

- Sí.

Se despidieron, y Adan se fue a su casa. En el camino se encontró con otro amigo, al que evadió. Se ocultó tras unos árboles. Asomado hacia un costado del tronco del árbol, aguardó a que su amigo se fuera. Luego salió y se detuvo en la tienda. Quiso comprar algo, pero enseguida perdió el apetito. Tampoco fue en el bus de la escuela ese día. Caminó hasta un paso peatonal y subió los peldaños. Las barras del parapeto estaban cubiertas por una extraña sustancia blanquecina en un costado, y solo en un tramo. En la cima, un hombre estaba hablando con una mujer. La tenía presionada contra unos andamios. Más adelante se levantaba un muro. Al llegar al otro extremo de la calle, se dio cuenta que se había perdido. Fue hacia un centro comercial y habló con uno de los guardias.

- Señor, dijo Adan.

- Dime, campeón.

- Me perdí.

- ¿Dónde vives?

- No sé.

- ¿Y tus papás?

- Se fueron.

- ¿Sabes dónde están?

- No.

- Mmm... Déjame ver.

El guardia sacó de uno de los bolsillos de su cinto un radio parlante y habló a un compañero.

- Ya vienen a ayudarte, dijo el guardia. Quédate sentado ahí.

Adan hizo caso y esperó en silencio, pero de pronto se presentó un grupo de muchachos frenéticos, que marchaban desde el extremo opuesto de la calle, hacia la entrada del centro comercial. Gritaban a pleno pulmón, y arrojaban piedras a las personas. Una señora pasó junto con un niño pequeño, un poco más grande que Adan, y le rompieron la cabeza. La mujer se arrojó al suelo y abrazó a su hijo. El muchacho se acercó a ella y la pateó en el estómago, luego bailó sobre ella mientras mantenía encendido un reproductor de música y un parlante que tenía en la mano izquierda. La mujer se quedó sin aire por unos instantes. Su hijo no se movía. El resto de muchachos se abalanzó sobre la estación del metrobus, y espantaron a las personas entremetiendo sus cabezas por las barras de metal verde. El guardia habló nuevamente a su compañero por su radio, y luego se dirigió a Adan.

Los rituales del AscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora