IV

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Al llegar a casa, Adan escaló las rejas del cerramiento, se balanceó sobre las vigas de los aleros, y se sujetó fuertemente sobre el borde de la terraza. Caminó hacia la abertura que daba pasó a la cocina, y se dejó caer por ella. Retiró su maleta de sus hombros, y se sentó en uno de los muebles. Estaba cansado. Su corazón palpitaba mil veces contra su pecho. Miró por la ventana, y no había nadie. Las plantas eran barridas por la luz dorada del sol. El clima estaba compartido entre el calor de la tarde y el frío de noviembre. Pronto llovería. Dentro de tres o cuatro días llovería. Hundió la mano en su bolsillo y palpó el billete de 5 dólares. Lo puso frente a sí y lo desplegó. El rostro de Lincoln estaba enmarcado en todo el centro. Su rostro lucía con una seriedad solemne, pero al mismo tiempo creyó que si viviera no le molestaría recibir una que otra broma.

Dobló cuidadosamente el billete en tres partes, y lo fue a guardar en una cajita donde también guardaba su colección de naipes. Después volvió a la cocina y comió algo. La comida estaba fría, así que la puso en el microondas. Marcó 2 minutos, y encendió la televisión. Estaba puesto el canal de las noticias. Una mujer hablaba sobre lo ocurrido esa tarde. Una marcha de estudiantes se había tornado en tragedia luego de que un policía atacara a un niño con su cachiporra. El niño murió a causa de los golpes. Había reventado su cabeza, y solo había quedado una mancha roja en el pavimento, pues los oficiales se encargaron de levantar el cuerpo y cubrirlo con una lona negra. Resultó ser el hermano menor de uno de los líderes de la marcha. Los prosélitos no se hicieron esperar y atacaron al policía. En pocos segundos lo mataron a golpes. Luego dieron media vuelta, y caminaron en dirección al Sur. Avisaron a todos sus contactos por medio de las redes sociales, y pronto muchos más se unieron a la revuelta. Además, personas que eran ajenas a la marcha se aprovecharon de la situación e iniciaron una serie de actos vandálicos en las cercanías. Algunos se vistieron de los mismos estudiantes para confundirse entre ellos. Resultaba ridículo y hasta gracioso ver a los vagabundos usar camisa blanca y pantalón negro, con sus barbas cayéndole por el pecho y la cabellera desgreñada rozando sus hombros. Algunos eran tan audaces que hasta llevaban corbata, todo el conjunto estudiantil: corbata, zapatos negros y lustrados, y terno. Se armaban de lo que sea y golpeaban a las mujeres que pasaban. Hubo varios robos. Se presentaron casos de rapto, y hasta el momento había tres desaparecidos. Dos eran hombres jóvenes, y el otro era una mujer. Con esta última, cuando presentaron su fotografía en la televisión, a Adan le pareció muy bella.

Dicen, que Martina es guapa, pensó. Pero yo no la veo fuera de lo común. La muchacha desaparecida tenía ambas orejas sobresaliendo de su cabellera lacia, que caía por su espalda y sobre los hombros. Es muy linda, pensó Adan otra vez. Sacó sus cuadernos de la maleta y los colocó sobre el escritorio. Revisó su agenda de tareas, y empezó por matemáticas. Luego, cuando se dio cuenta que no podía resolver el primer ejercicio, revisó el siguiente, y el siguiente, y así, hasta que decidió dejar de lado la tarea de matemáticas, porque era muy difícil, y pasar a la de lenguaje. Esta resultó más fácil de hacer. Solo había que escribir oraciones usando cada una de las palabras que la maestra había enlistado en la pizarra. La primera era "prejuicio". Adan la buscó en el diccionario:

"Idea u opinión, generalmente desfavorables, que se tienen de manera anticipada sobre algo que no se conoce bien".

Por mucho que pensó no pudo construir una oración con esa palabra. Se sintió tentado a revisar la oración señalada en el diccionario a manera de ejemplo:

"Hay prejuicios sobre los miembros de culturas diferentes".

Revisó el título del diccionario, y repasó las primeras páginas. No creo que se den cuenta, pensó. Se puso a escribir las oraciones respectivas a cada palabra, y pronto terminó la tarea. Volvió a revisar la tarea de matemáticas, pero nada había cambiado el hecho de que no comprendía los ejercicios en lo absoluto. Se retiró del escritorio y de un saltó llegó a su cama. Se acostó diagonal sobre el colchón. Sonó el teléfono. Corrió a atender y habló:

Los rituales del AscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora