De camino a casa tanto Adan como Martina procuraron guardar silencio, pues alguien los seguía. Se detuvieron bajo el porche de una casa, y Adan hizo como si se amarraba los zapatos. Martina elevó la mirada a los cielos, y con el rabillo del ojo comprobó los al rededores. No veía nada, solo sombras. Y puesto que no empleaba toda su visión para tantear el terreno, de todas maneras no conseguía gran cosa con su vigilancia. Cuando Adan se apeó nuevamente, retomaron el paso. Hablaban en susurros:
- ¿Te diste cuenta?, dijo Adan.
- ¿De qué? No vi nada.
- Por allá, por esos arbustos, se movió una sombra.
- ¿Dónde?
- No te puedo decir, pues.
- Solo señala con la mirada.
- Por allá.
Adan señaló con la mirada.
- ¡Ah!, exclamó ella. Pero yo estuve viendo por ahí y no había nada.
- No viste bien.
- ¿Y ahora qué hacemos?
- No sé.
- ¡Piensa!, exclamó ella, aun con voz queda.
Adan repasó unas cuantas ideas en su mente, pero ninguna le parecía favorable. En todas, la sombra los alcanzaba. Lo imaginaba como alguien mayor, con piernas largas, de modo que aun corriendo no podrían huir. Lo imaginaba más rápido, y más fuerte. Adan, ni con todo su empeño, podría derribarlo. Más bien, alimentaría la cólera del perseguidor y solo conseguiría que le reventara la cabeza, al igual que el niño al que mataron en la marcha de los estudiantes. Pensó cómo sería que le reventasen la cabeza. Martina le golpeó en el hombro.
- ¡Hey!, exclamó. ¿Qué tanto piensas?
- Lo siento.
- No te disculpes.
Hicieron silencio.
- ¿Salimos corriendo?, preguntó ella.
- ¿Y a dónde iríamos?
- No sé.
- Podría ser a un restaurante.
- ¿Tienes plata?
Adan recordó que en su bolsillo tenía el billete de 5 dólares.
- No tengo, respondió él.
- Mmmm
- Pero no necesariamente hay que comprar cuando se entra a un local. Podemos sentarnos en una mesa y hacer como que vemos el menú.
- ¡Somos niños! ¿Qué gran cosa creerán que le ponemos tanta atención?
- Pues... A los platillos. En realidad tengo hambre.
De pronto, detrás de ellos sonaron unos pasos. Se hacían cada vez más fuertes, lo que implicaba que la sombra acortaba el terreno entre ambos.
- Ahora sí corre, dijo Adan.
Se dieron un impulso y salieron disparados hacia un callejón. Dieron vuelta, y siguieron corriendo. Las maletas iban cargadas de cuadernos y les pesaban. Adan tenía su lonchera colgando de un llavero al costado de la maleta, y todo el conjunto hacía ruido gracias al paso agitado que llevaba. De pronto, los pasos se acallaron, pero ellos no dieron cuenta de esto y continuaron su trayecto.
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Los rituales del Asco
General FictionAdan es un niño al cual un día, como siguiendo el ritmo natural de las cosas, experimenta la repentina huida de sus padres. Sintiéndose a la deriva, pese a que ellos han dejado todo listo para su supervivencia (siempre hay comida en el horno), se pe...