Prologo

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Gardienne no tenía conocimientos sobre el mundo de Eldarya, ni de las razas que habitaba en ellas, así como los pueblos que debía haber en ese inmenso lugar mágico. Tampoco sabía sobre sus familiares a fondo, ni las plantas que crecían alrededor así como sus frutos, también sus cebos y demás, al igual que carecía de información sobre lo que podría ser venenoso ahí. Lo que englobaba a ser importante tenía que aprenderlo en el las clases que daban en el refugio, aquella que insistió en apuntarse cuando las mencionaron un par de veces hasta lograrlo. A pesar de ser una de las más mayores y pasar cierta vergüenza sentía que la mayoría de los aldeanos comprendían su situación de recién llegada.

Eso ya hace medio año, ahora sabía defenderse mejor en la materia y podía preparar pequeños conjuros así como ayudar al jefe de su guardia con las pociones. Ya no se sentía como un estorbo constante y andante, del cual, fue atacada dos veces en un periodo breve. Incluso sus aptitudes en armas habían mejorado al punto de no ser torpe o temblarle la mano con sostener una. Eso sí, recordando las palabras de Jamon, solo usarlas en caso extremo y si tu vida dependía de defenderte.

Conocía hasta cierto punto a los que conformaban parte de la guardia, o eso creía, ya que su única duda rondaba alrededor de un elfo. Ese mismo de carácter burlón que se volvía distinto al estar dentro de su laboratorio de alquimia, siendo serio, supuso por alguna razón era que nada debía salir mal ante sus manos y manuscritos aprendidos al pie de la letra. Había estrechado cierta relación que quizás en un futuro sería una amistad extraña sino fuera porque los demás en su día decidieron avisarle de que era un grave error y no le convenía. Desde él hasta sus mejores aliados, los dos jefes de guardia restantes y las chicas que estaban a su alrededor.

Solo una vez quiso tomar el tema mientras compartían un par de bebidas, la suya sin alcohol y ellos las típicas de siempre, y a pesar de estar ligeramente contentillos cambiaron su expresión a una más sombría hasta que lo pasaron por alto y dijeron que debían descansar. Sin embargo, Gardienne no era lo suficientemente estúpida para rendirse sin siquiera luchar hasta su última carta.

De ahí que recurriera a cierta joven de la guardia Sombra, esperando pacientemente que terminara de vender unas pequeñas cosas y en cuanto recogiera, acercarse despacio comprobando que no había nadie a su alrededor decidió agarrarla de los hombros con confianza. Karenn, en su asombro, atinó a guardar lo que sobraba en unos sacos ligeros.

—Gardienne, ¿qué ocurre? —Preguntó en un tono preocupado, la única vez que la asaltó así fue con ese sueño extraño con los jefes dejándola un mal sabor de boca.— ¿Tienes pesadillas?

—No, no es eso.—Murmuró apenada, necesitaba encontrar las palabras exactas para explicarse y no ser malinterpretada. Cogió aire antes de soltarlo.— Quiero saber que secreto oscuro ronda con Ezarel, por el que me avisas tanto.

En un principio no vio nada inesperado en el rostro de la más joven, e incluso, tenía una sonrisa un tanto amarga dibujada en los labios que sentía la vergüenza instalarse en todo su ser. Quizás había tocado un tema delicado para todos y no tenía ni idea, sin duda su especialidad era meter la pata hasta el fondo.

—Uhm... —Mordisqueándose el labio, indecisa, Karenn no sabía ni cómo responderle.— Es mejor que hablemos de eso en tu habitación. Nos reuniremos al anochecer.

Antes de emitir la cuestión de quién más iba a unirse, la vio irse rápidamente de su lado y tomar camino fuera del cuartel general, al lado contrario que tenía que ir. Suspiró, en parte de alivio de que su duda fuera resuelta y también de cansancio, a decir verdad, ayudar a revisar el inventario por si no faltaba nada era agotador. En especial si faltaba algo y debías reclamar a la última persona que fue a la despensa. Mejor continuaría con su rutina diaria e intentando disimular delante de los demás que nada extraño estaba ocurriendo con ella.

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