>>Capitulo 39

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Dos semanas después de que Justin me promete que no está en los Skins, es su décimo octavo

cumpleaños. Sí lo sé, dije que me llevaba meses con él, pero es cierto, él es once meses mayor que yo. Como Jake salió con Brittany, le hago a Justin una cena de cumpleaños privada. Él en estos momentos está en el taller, y yo he aprovechado para arreglarme para él con un vestido.

No soy chef, pero sí sé cómo seguir una receta. Consigo un libro de cocina mexicana de la

librería. No tenemos auténtica comida mexicana con frecuencia, y la mayoría de las recetas

son extrañas para mí.

Justin llega a las seis, justo a tiempo, con un ramo de narcisos amarillos en la mano. Los tallos

están envueltos con un gran listón amarillo.

―Hey ―dice.

―Hey ―le digo de vuelta.

Observa mi pequeño vestido negro que abraza cada una de mis curvas.

―Maldita sea, ___*. Te ves increíble. ―mira hacia sus jeans y se encoge―. Lamento no haberme

vestido bien.

―No necesitas vestirte mejor. Te ves como un semental así como estás. ―tomo las flores―.

No hacía falta que me traigas flores. Es tu cumpleaños, no el mío.

―Quería traerte algo ―dice. Cuando puse las flores a mi nariz para olerlas, Justin parecía

nervioso―. No sabía si te gustarían. Enrique me dijo que te trajera rosas rojas, pero pensé que te

gustaría el amarillo. Ellas me recuerdan a ti. Iluminan una habitación… como tú.

Le alcanzo y toco en su rostro la barba de varios días, preguntándome cómo alguna vez pensé

que tenía un mínimo parecido a Luis. Su tierna mirada atraviesa mi corazón.

―Me encantan. Vamos, entra te hice la cena ―le digo con orgullo.

―¿Qué es eso? ―pregunta mientras sus ojos se depositan en la caja envuelta que puse sobre la

mesa.

―Tu regalo de cumpleaños.

―No tenías que darme nada.

―Lo sé. Quería. Vamos, ábrelo. ―cuando lo hace, contengo la respiración.

Él saca lo que parece una roca de hierro negro trenzado, pero sé que no es sólo una roca. Él le

da vueltas en su mano, estudiándola. ¿Sabe qué es? Espero que no creas que sea un

pisapapeles barato.

―Es un meteorito ―explico rápidamente―. De Argentina. Dentro de la caja están los

documentos de autenticación, explicando dónde y cómo se descubrió.

Me mira por sobre el meteorito con una expresión de asombro en su rostro.

―Sé lo que es. Los he visto en los museos. Y en libros. Pero nunca he sostenido o he sido dueño

de uno. ―examina todos los lados intimidado, sintiendo cada curva y grieta con sus dedos―.

No puedo creer que esto estaba en el espacio. Es tan genial… surrealista.

―Es tuyo ―le digo.

―No sé qué decir. Debió costarte una fortuna. Yo sólo... wow. Te ruego que lo devuelvas y

recuperes el dinero, que no sé de donde sacaste, pero no quiero separarme de él.

Le beso en la mejilla.

―Está bien. No necesito ese fondo universitario, de todos modos. ―él levanta una ceja y sonríe

con picardía―. Sólo estoy bromeando. Había ahorrado dinero de ser niñera y de los

cumpleaños―. Con mi dedo índice, recorro un camino en la parte delantera de su camisa―.

Además, tú lo vales.

―Eso es discutible, mi chava. ―él detiene mi mano―. Es el mejor regalo que alguna vez me

hayan dado.

―Bueno. Misión cumplida.

―Todavía no. ―pone el meteorito suavemente en la caja y me besa apasionadamente hasta

que estoy con ganas de más y mis entrañas se están derritiendo. Estoy sin aliento y no quiero

parar. Sabiendo que estamos solos, y tengo otro regalo planeado para él, me dan ganas de

saltar la cena del todo.

―Gracias por el regalo ―dice contra mis labios.

―Es un placer. ―ahora nerviosa, me alejo de él y hago gestos hacia el comedor, donde todo

está preparado―. Hice una auténtica comida mexicana.

―¿Recetas transmitidas de tu amiga?

―No realmente. Probé con un libro de cocina que compré ayer en el mall.

Se ríe.

―La próxima vez que quieras hacer una auténtica comida mexicana, llámame primero. Mi papá

enseñó a mi hermano y a mí a cocinar cuando éramos niños.

Después de servirle un plato de enchiladas de pollo y guacamole, me di cuenta de que debería

haber seguido la receta y mezclar el aguacate a mano en vez de mezclarlo en una batidora. Era

como una sopa, y del todo no sabía bien. Hice un flan de postre, pero cayó en gruesos trozos

gelatinosos mientras se lo servía.

―Hiciste un trabajo increíble ―dice mientras pesca el resbaladizo flan que elude su cuchara.

―Estás mintiendo. Apestó. Enfrenta la realidad, Justin. Debería haber pedido para llevar. Si

fueras la Sra. Peterson-la profesora de Biologia-, me darías una D menos en esta comida.

Se ríe.

―Una A más por el esfuerzo. Los nachos estaban formidables.

―Eso es porque los compré ya hechos en el supermercado mexicano en Wheeling ―le digo.

Cuando terminamos, me ayuda a limpiar la mesa y a poner los platos en el lavavajillas.

Después, lo veo apoyado en el mostrador de la cocina mirándome.

―¿Tienes un plan para el resto de la noche, o vamos a improvisar?

Tomo su mano y entrelazo sus dedos con los míos.

―Tengo otro regalo de cumpleaños para ti.

―¿Qué es?

Me inclino cerca de su oído y le susurro:

―Yo. ―él traga, fuerte. Veo como el músculo de su mandíbula se tensa―. ¿Quieres subir… a

mi dormitorio?

-ιиvιsιblє [Justin & tú] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora