O como cuando das
una flor de lluvia.Sabía que llovería.
Esperaba que lo hiciera.
No había nada más que le gustara tanto como la lluvia.
Bueno, Alexander le gustaba más que la lluvia. Eso lo tenía claro.
Pero quería que lloviera. Lo había esperado toda la semana. Los señores del clima le repetían todos los días que esa tarde llovería, pero nunca pasaba. Los señores del clima se estaban burlando de él, por lo que había decidido ya no creerles. Él tenía dignidad y la iba a mantener. Esos señores no volverían a mentirle. Nunca más.
Estaba tan concentrado viendo el cielo por la ventana con una mirada resentida que no escuchó a su madre hasta que ella le hablo poniéndole una mano en su hombro, sacándolo de su ensimismamiento. Parpadeó como si estuviera despertando de un sueño y se giró a ver a su madre que estaba parada a su lado. Tuvo que elevar la cabeza para verla, ya que para su edad todos eran muy altos.
Y él odiaba eso.
Odiaba sentirse pequeño y expuesto.
Odiaba también que le dijieran niño.
-Cariño..., no estás ni cerca de estar escuchandome.-nisiquiera preguntó, lo afirmó. Su madre olía a ese perfume que su padre le traía de Francia solamente para ella. También olía a leche materna, por lo que Magnus supo su madre le había estado dando su fórmula a su hermana menor.
Su madre suspiró.
-¿Que te pasa, mi niño?-preguntó con dulzura acariciando los rizos de su hijo menor.
-Quiero que llueva, mami.-le respondió Magnus haciendo un tierno puchero que conmovió a su madre.
-Ya lloverá, cariño. En algún momento.-respondió agachandose a su altura y dejó un beso en su frente. Volvió a pararse y se encaminó a la cocina, donde un delicado llanto se dejaba escuchar. Era el llanto de su hermana pequeña, Circe.
Volvió su vista a la ventana viéndola tan fijamente que seguramente asustaría a quién pasara y lo viese así.
Escuchó los pasos de alguien en la escalera, pero ya sabía quién era por la forma ruidosa como bajaba las escaleras mientras silbaba.
-Hola, idiotita mío.-saludó con un falso tono meloso su hermano mayor, Felix. Magnus rodó los ojos y se dió vuelta para mirarle con una ceja alzada.
-Hola, bobito mío.-respondió de la misma manera.
Se escuchó un ruido de impaciencia en la cocina y luego el grito de su madre: "¡No utilicen insultos, idiotas!"
Felix sonrió y fue junto a Magnus, pasando sus manos por su cabello para desordenarselo a propósito.-¿Que pasa, perrito?-puso su cara pálida cerca de la suya con gesto burlón. Su hermanastro parecía que había nacido para molestarle.
Aunque también para defenderle de todo aquel que se atreviera a burlarse de él, ya fuera de su ropa, sus rasgos asiáticos o el hecho de que salía con el niño que, para él, era el más hermoso de la clase.
Si bien era irritante a veces, realmente quería a su hermanastro.
Aún podía recordar lo nerviosos que estaban él y su hermana mayor, Effy, porque su nuevo padrastro se mudara con ellos, y con él, su único hijo.
No era que no se hubieran visto ni convivido un par de horas juntos, pero era muy diferente eso a vivir juntos.
Felix había sido muy callado al principio, como si realmente no le interesara estar allí, se lo veía deprimido, probablemente por la muerte de su madre y el que iba a ser su nuevo hermanito o hermanita, si bien habían pasado muchos años de ello, en ese momento, conformando una nueva familia, no dejaba de pensarlos a ambos.
Magnus no sabía cómo debía de sentirse Felix en aquel momento. Él nunca había tenido una buena relación con su padre-probablemente lo veía tres veces al año, con suerte-. Y jamás había estado ilusionado con la idea de tener un hermano y que de un momento para el otro ya no fueras a tenerlo.
En realidad, antes de que su madre se casara con el padre de Felix, él era el más pequeño-y consentido- de su pequeña familia.
Supuso que debía ser realmente devastador sentir todo lo que habrá sentido Felix.Con el tiempo, entre su hermana mayor y él habian logrado que se sintiera en casa. Hoy en día, sus padres seguían muy enamorados y habían decidido tener a Circe hace un año atrás.
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Sabor A Chocolate [Malec/AU]
FanfictionEl amor puede llegar a cualquier edad. Puedes enamorarte en la adolescencia, en la adultez, en los últimos minutos de tu vida o en los primeros. El amor de tu vida está en alguna parte del mundo. Sólo debes creer que lo encontrarás.