Hoy será un mejor día

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Abro los ojos, lo primero que veo es un cartel pegado en mi techo, justo encima de mi cama: Hoy será un mejor día, dice éste. He leído esa misma frase cada vez que me despierto en la mañana durante los últimos meses. A pesar de que trate de convencerme de ello sé que no será así.

Me quito las sábanas de encima, miro la hora en el reloj de mi mesita de noche. Son las 4 de la mañana. Entro al baño. Me quedo frente al lavamanos, viéndome en el espejo. Tengo horribles ojeras oscuras bajo los ojos, acusándome de lo mal que he descansado desde hace ya mucho tiempo.

Dejo correr el agua y me lleno las manos para en seguida frotarme la cara. Hago el mismo procedimiento dos veces más. Vuelvo a observarme, esta vez con la cara mojada. Mis ojos son como celdas para las lágrimas que no he derramado desde que mi vida se convirtió en esta rutina.

Salgo del baño y me abro camino hacia la cocina. Paso por el pasillo en el que se encuentra la puerta principal. Me gustaría salir a dar un paseo ahora que está todo oscuro, si no fuera porque cubrí la puerta y las ventanas con tablas de madera para que nadie entrara a molestarme.

Prosigo con mi andar y llego a mi destino. Echo un vistazo al refrigerador, tengo mucha hambre, aunque sé lo que encontraré: nada. Ha sido todo lo que hay por tercer día consecutivo. Pongo agua a calentar para hacerme un café.

Voy a la habitación de al lado, a mi estudio. Todas las paredes están tapizadas con hojas llenas de letras que alguna vez escribí, letras que ahora ya no tienen significado ni valor alguno. Tomo un cuaderno pequeño, donde tengo las pocas cosas que he escrito las últimas semanas. Paso página a página, hasta que algo cae al piso.

Reviso el papel doblado, está firmado con el pseudónimo "Erick". Se me quiebran los ojos con sólo leer esto. Guardo la carta en el mismo lugar y salgo de ahí.

Regreso a la cocina, el agua ya está hirviendo. Tomo una taza que está sobre la mesa y en seguida le pongo tres cucharadas de granos de café y dos de azúcar. Comienzo a verter el agua hasta que un estruendo proveniente del piso de arriba me hace estremecer y el agua caliente se derrama en el piso, quemando las plantas de mis pies.

Grito incoherencias al viento y me apresuro a subir a la única habitación que hay arriba. No hay nada a excepción de una persona atada a una silla.

―¡¿Por qué no te puedes mantener quieto?! ―grito a todo pulmón―. Son las 4 de la mañana, dime, ¡¿por qué demonios haces tanto ruido?! ―Le doy una bofetada.

Lo miro a los ojos, está enojado. Me mira con el mismo odio no sólo cada vez que lo golpeo, sino que lo ha hecho desde que lo traje aquí.

―Podemos hacer que esto funcione o podemos terminarlo de una vez por todas. Tú decides. ―No dice nada, sólo se queda callado mientras me mira. Así ha sido desde que le corté la lengua.

Me escupe en la cara.

―Bien, si así lo quieres, así será.

Bajo a la cocina y tomo un cuchillo, para luego volver a subir. Corto las cuerdas que los mantienen inmovilizado a la silla. Primero sus manos, luego sus pies, y al final su torso.

―Ahora, vete ―exclamo―. Vamos, sál de aquí.

Él corre hacia la salida, bajando las escaleras con poco cuidado. Yo voy tras él, con tranquilidad. Lo veo queriendo salir pero es inútil, todas las salidas están selladas.

Me acerco desde atrás y clavo el cuchillo en su espalda, cortando su espina dorsal. Él cae al piso.

―Tú quisiste que las cosas fueran así ―susurro.

Clavo el cuchillo una vez más, esta vez en su pecho.

Voy a la cocina y disfruto del poco café que pude preparar, media taza, quizá. Está demasiado amargo. Estrello la taza contra una pared, haciendo que ésta se rompa y derrame el líquido oscuro.

Entro a mi estudio y saco un puñado de pastillas para dormir. Tomo varias y me ayudo a tragarlas con un vaso de vino. Las siento atoradas en mi garganta, bebo un vaso más. Y otro, y otro, y otro; hasta que el cansancio me golpea.

Voy a mi habitación, me recuesto en la cama y leo el letrero del techo. Hoy será un mejor día.

Ya no habrá un mejor día. Ya ni siquiera volverá a haber otro día.

No para mí.

AnónimoWhere stories live. Discover now