Hermana, te escribo hoy porque tengo algo importante que contar: los tormentos que tanto tiempo toleré han llegado a su fin, y con ellos se han ido la frustración y la angustia que noche tras noche en mí crecían.
No creí que llegase el día en que desahogaría las emociones negativas de esta forma, siempre encontraba una manera de reprimirlas o dejarlas salir sin provocar ningún daño. Ahora los hechos no pueden borrarse o cambiarse, y no sé si me gustaría que así fuese. Estoy tranquilo y así mismo lo estuve durante la ejecución de mis acciones; la paz prolifera en mí como nunca.
No me arrepiento, ni voy a escapar de las consecuencias. Sé que actué con malicia y merezco ser castigado. Espero en mi recinto a que vengan por mí y enfrentaré mi pena sin dejar de sonreír, después de todo, ¿por qué habría de hacerlo?
Él me convirtió en un hombre, por las malas me hizo saber todo lo que puedo soportar.
Los golpes son pasajeros, casi fugaces; las marcas acompañantes se asoman en la piel anunciando que se está herido, uno mismo las observa difuminarse al punto en que ya no siente las dolencias, luego desaparecen por completo y se sana de ellos.
Los golpes son insignificantes, querida hermana.
No sucede así con la tortura psicológica.
Ser interrogado, obligado a hablar sobre asuntos que te incomodan, y que además indaguen en los más pequeños detalles para que el tercero te juzgue según su propio juicio, sin prestar atención a las evidencias que se encuentran a simple vista en su entorno cotidiano. Te vuelve loco querer decir tantas cosas, tener que tragártelas y sentir tu garganta cerrarse para no provocar más al necio ser que se niega a ver lo que está frente a sus ojos.
El sentimiento es cultivado como una semilla plantada en la tierra, una vez desarrolladas las raíces éstas deben ser arrancadas para matarlo y evitar que vuelva a florecer. Pero mientras más lo contienes éste sigue acrecentándose, penetrando en lo más profundo de tu alma y convirtiéndose en una parte de ti que ya no puede ser eliminada.
Y existe algo peor todavía: la indiferencia.
No me llames hipócrita, hermana, sé que soy indiferente ante la mayoría, que casi todo el tiempo actúo como si estuviera solo y no me detengo a velar por quienes me rodean. Es precisamente por ello que espero recibir empatía de quien no me sabe de esa forma.
Sin embargo, tanto el extremo de felicidad absoluta como cualquier grado de tristeza eran prohibidos. Querer compartir algo que te llena de alegría y que te ignoren, transforma esa euforia en depresión, tu estado de ánimo decae en el suelo. Y aun así no puedes demostrar tu falta de interés por los asuntos que no te llaman la atención, en automático te vuelves el villano, el que arruina todo.
Mi esencia se marchitaba. Dejé de disfrutar de aquellas mínimas actividades que regeneraban mi espíritu para actuar conforme mi acompañante dictaminaba y aceptaba. El olor de la carne en descomposición es similar a como me sentía. Su cuerpo pudriéndose es un reflejo de como yo lo hacía sin que él lo notara.
No te preocupes por mí, hermana.
Estoy tranquilo.
Estoy feliz.
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Anónimo
Short StoryEl valor de las ideas fugaces y la inspiración momentánea. Las ganas insoportables de querer escribir algo y no estar cómodo hasta haberlo hecho. La combinación de la música seductora, el café y la incertidumbre de la noche. Todas estas condiciones...