Capítulo 4

1.9K 174 23
                                    

A la noche siguiente, cuando los rayos del sol se habían extinguido y el viento azotaba con fuerza las ramas de los viejos robles, el sueño terminó y las bestias que aclamaban la sangre al fin salieron de la vieja tierra sucia; adoloridos del alma y con heridas que ni su misma sangre poderosa lograba hacer cicatrizar. Bestias condenadas al olvido de un mundo que no paraba de evolucionar, y las añoranzas de aquellos  años de sus antiguas vidas quedaban bajo capas y capas de polvo. Memorias borrosas e intocables; torturando una y otra vez hasta los huesos. 

La vida en aquellos momentos no había sido tan fascinante para Lestat. Asombrado por cosas que manos tan hábiles, como las de algunos genios, podían crear, diseñar y hasta destruir. 

Con pasos firmes y energéticos deambuló cerca de las calles rocosas y húmedas por un reciente riego de agua sucia. El hedor de los cadáveres en estado de putrefacción y estiércol que se deshacía no le causaron ni la más mínima repugnancia. En ocasiones. 

Olor a pobreza, era lo que abundaba en aquella zona y lo que llegaba hasta sus profundos sentidos. Sin embargo, lo que realmente llenaba tanto su nariz como su boca era el sabor de la sangre; lo que necesitaba para avivar el tono de su piel y quitarle esa dura firmeza; como la de un caparazón duro y viejo.

Leyendo cada mente, una por una, se enteraba de la desdicha vivida por aquellos a quienes se encontraba paso a paso. Aunque, realmente no era necesario leerles la mente para saber toda esa miseria; bastaba con bajar la mirada y poner atención en sus sucios y apagados rostros. Lo que si era necesario, era saber quién iba a ser el "afortunado" esta noche.

Echó un vistazo ventana tras ventana, a veces en mal estado o de plano hechas trizas. Trepó tejados y desde las alturas examinó a quien se le presentaba.

Finalmente, haciendo esperar un poco más al hambre se decidió por entrar a una casita más o menos alejada del resto, por unos cuantos metros. Notó que era fácil el acceso, así que sin problemas abrió la puerta, y en seguida se sorprendió por la estreches del lugar: una mesita de madera ocupaba el centro de la habitación. Varios libros sobre ésta, hojas arrancadas y pastas de libros ininteligibles a simple vista, pero no para alguien como él. Una taza de té, probablemente frío a este clima. 

Su vista iba de un lugar a otro. Hasta que se fijó en el techo, exactamente en cada esquina; las arañas se habían encargado día y noche de cubrir aquellas zonas con sus telarañas perfectamente hechas; las que brillaban por la mortecina luz de un par de velas y una antorcha que descansaba en la parte media de la pared del fondo.

Algo en su pequeña exploración lo sobresaltó e hizo transformarle su expresión tranquila a una de total incredulidad. Era tan extraño sentirse de esa manera, que, solamente soltó un gran suspiro, y negó ante lo que veía: varias cabezas de ajo colocadas en lo alto de la puerta de madera.

No había conocido nunca a alguien que se tomara tan en serio las viejas charlas y rumores de callejón sobre los chupadores de sangre: los "vampiros" Ya denominados por fanáticos de este asunto. ¿Cuánto tiempo tenía que esos mitos eran divulgados por campesinos, que juraban ver cómo su ganado moría en manos de una extraña criatura? Existían escasos testimonios de gente que juraba con lagrimas haber visto a aquellos seres, que quitaban la vida tan rápido como sus afilados caninos les permitían. Los seres que en más de una ocasión se les habían visto volar por los aires y juguetear en lo más alto de los arboles, moviéndose más rápido de lo que un humano común y corriente era capaz. 

De haber estado en siglos anteriores los comunicadores de tales suposiciones habrían tenido un aterrador final, siendo lanzados a la hoguera con vida.

Pero ahora, incluso se sintió halagado por enterarse de que alguien creía en su existencia, y que también creía que esos trucos lograrían causarle daño alguno. 

Via Nocturna | Lestat;Louis |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora