Capítulo 14

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Un par de semanas después  las cosas se tranquilizaron, pues no hubo ruido, interferencia o ser que los hiciera actuar a la defensiva. A decir verdad, ambos llegaron a desistir de la idea de que hubiera otro vampiro. La vampira de cabellos rojos no volvió a poner un pie cerca, o tan si quiera dar a conocer su inquietante presencia. Era como si la tierra se la hubiera tragado, pero algunos ni tenían el descaro de presentarse después de haber cazado en territorio de otro vampiro, ya que al percatarse de ello decidían marcharse por cuenta propia antes que hacer frente a uno de los suyos. Todo al parecer era cuestión de privacidad, de lo odioso que era compartir espacio con otro ser tan solitario por tanto tiempo. 

Quizás y esto era lo que inconscientemente Louis había desarrollado con el paso de los años, que sin darse cuenta ni querer aceptarlo, odiaba la compañía de Lestat; pero al mismo tiempo sentía una gran necesidad de él. No sólo por miedo a vagar solo por el mundo, ni por la vida llena de lujos que tenían los dos; sino porque en él estaba aprendiendo a ver al gran maestro de la noche que tanto necesitaba. Que si bien no le podría dar las respuestas que tanto necesitaba, al menos estaba seguro de que ambos nunca retendrían su conocimiento, que al menos eso era un consuelo. 

Louis decidió hacer algo peculiar, algo que tenía años sin hacer y desde luego que no iba a perder la oportunidad. 

Después de un relajante sueño y al comprobar que Lestat había despertado antes y se había ido se tomó la libertad de ir a montar a caballo. Al rato de haberse cambiado y ponerse unas ropas más discretas y cómodas salió hacia la parte trasera de la casa, más estilo mansión. 

El encargado del establo era nada mas y nada menos que un señor que rondaba los cincuenta  años de edad, con el cabello infestado de algunas canas y un rostro que reflejaba una resignada satisfacción por cuidar y procurar alimento a un par de caballos. Lo que sea a cambio de una buena suma de dinero, además de una cantidad extra para comprar su silencio y discreción acerca de los hábitos nocturnos que sus extraños señores tenían. Aunque esto último no era tan necesario, pues a esa edad unos repentinos ataques de perdida de memoria lo aquejaban, pero aquello no afectaba sus labores y hacía todo sin preguntar. 

Entonces después de haber elegido a un gran y hermoso caballo negro Louis salió no a hacia el centro de la ciudad, sino al lado contrario, en donde habían cientos de metros de suelo desolado y unas cuantas granjas.

Durante todo su largo recorrido no pudo dejar de pensar en lo que había acontecido desde el primer día en que pusieron un pie en ese gran país. En lo extraños que se habían comportado y en lo fácil que le estaba resultando olvidarse de sus preguntas existenciales, en que si se lo proponía lograría hacer su cariño aún más grande hacia Lestat, pero todo iba tan descontroladamente que, a pesar de tener  una memoria excelente, no recordaba la última vez que había sentido una gran atracción por él. Era algo que tenía que eliminar de su mente a toda costa antes de que fuera mucho peor.

Otra cosa que ocupaba un gran lugar en su mente era ese extraño vampiro, porque estaba más que seguro de que se trataba de uno, era un tema que hacía estremecerle y hacerle caer en una especie de desesperación por volverlo a ver y saber por qué no había vuelto, si ese ser le prometió responderle todas sus duda. Era tan bueno para ser cierto, hasta el extremo de guardarse ese secreto para él solo y no comentarle nada a Lestat. Pero lo que ocupaba todo su asombro era lo tranquilo que se había mostrado el vampiro al decirle que él no necesitaba esconderse del sol ¡eso es imposible!, pensó Louis. 

Al terminar su recorrido decidió ir a dejar a ese bello animal en el establo, acariciando sus orejas mientras prometía volver por él. 

No era aun media noche, por lo cual decidió ir por fin por una presa, la cual seleccionaría con cuidado. No tardó mucho en dar con un borracho, así sin ningún esfuerzo logró atraparlo y beber su sangre hasta quedar completamente satisfecho. Pudo sentir todo ese alcohol en su sangre. 

Mientras caminaba entre toda la gente se percató de la presencia de Lestat. Sí, era él. Con ayuda de sus sentidos –y por alguna extraña razón– se puso a buscarlo por todos los medios necesarios, hasta que logró ubicarlo en una taberna de poco gusto, y poco gusto en cuanto a las exigencias del rubio. 

Entró y lo primero que notó fue el lugar infestado de alcohol, seguido del dulce aroma y sabor de la sangre, aunque momentos antes ya se había dado su propio festín. Miró de un lado a otro y lo único evidente era la cantidad de borrachos escandalosos, el ron regado por gran parte del suelo y los músicos que hacían el ambiente aún más animado. El lugar estaba tenuemente iluminado por unas antorchas a lo alto y unos cuantos candelabros. 

Sin problema alguno logró ver a Lestat sentado en una de las mesas situadas en la esquina, divirtiéndose con las ocurrencias y despreocupado comportamiento de los comensales altamente ebrios. Oyó de sus labios un «ven, acercate conmigo Louis » muy bajo, pero lo suficiente como para entenderlo. 

Con pasos tranquilos y cuidadosos atravesó el lugar, aunque nadie le prestó atención gracias a las estruendosas carcajadas de los demás. Llegó junto a Lestat y se sentó a un lado de él, fijando la mirada a una intacta botella de ron; supuso que era para disimular, como siempre lo hacían.

Juntos permanecieron en silencio, observando de lejos a todas aquellas personas. Una vez más intentó leer los pensamientos de aquellos, pero lo único que conseguía eran fracciones de cosas sin sentido, incapaz de captar una información interesante. Estaba tan harto de ello, pero confiaba en que en unos años lograría deleitarse por completo de ese don. 

Pero algo pasó. La puerta de madera de ese lugar se abrió de golpe, pero no lo suficiente como para hacer ruido y llamar la atención. En el umbral aparecieron dos figuras, que se llevaban una notable diferencia de estaturas. Evidentemente se trataba de un hombre y una mujer, ambos vestidos con capas largas con capuchas que cubrían la mayor parte de sus atuendos, aunque el vestido color marrón de aquella mujer lograba sobresalir.

Desde aquella distancia no lograba verse con claridad sus rostros, pero caminaron juntos e imponentemente entre todas aquellas mesas, haciendo caso omiso de las repentinas miradas que les echaban encima. Pero de una cosa Lestat y Louis se percataron: no eran humanos. 

Mientras aquellos seres se acercaban ellos dos los miraron con recelo, preparados para cualquier cosa que se llegara a presentar. Y entonces llegó el momento de estar frente a frente. 

Via Nocturna | Lestat;Louis |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora