Epílogo

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"Cuando la persona indicada llegue, no la dejes escapar. Porque siempre habrá un cada quien para un cada cual. ¿Qué es lo más que puede pasar? Que te caigas y te vuelvas a levantar"... Cleo Romano.

Estaba profundamente dormida, sin embargo el insistente sonido del móvil de Edward se escuchaba como en el fondo de mi cabeza, no sabía si estaba soñando. La música cesó y volvió a sonar de nuevo, sentí el movimiento de la cama y como él se levantaba atendiendo a quién fuese que estaba llamando con tanta insistencia.

—Hola, padre... No te preocupes, ¿qué sucede?... Entiendo, sí, no hay problema... ¿Estás en camino?...Vale, gracias por llamar... Nos vemos luego.

Sentí como volvía a la cama, me abrazaba pegándose a mi espalda y acariciaba con sus dedos mi abultado vientre mientras me daba suaves besos por el cuello y detrás de la oreja.

—Nena, puedes seguir durmiendo pero me voy a la clínica para acompañar a Carlisle, mi hermana decidió nacer justo ahora.

Ummm, ¿Qué hora es?

—Las tres de la mañana.

—Vale, yo te acompaño —le dije ya espabilada.

Cuando llegamos a la clínica nos fuimos directo a la sala de maternidad en el segundo piso, al salir del ascensor nos encontramos a un Carlisle nervioso, mi suegro seria padre por segunda vez a sus cincuenta y cuatro y después de treinta y tres años. Sí, Edward y yo nos habíamos mudado juntos, llevábamos dos años viviendo bajo el mismo techo y esperábamos a nuestro primer hijo que ya contaba con cinco meses de gestación, era extraño pero mi bebé tendría una tía que más bien parecería su hermana.

Lo saludamos y entramos a ver a Esme, tenía monitores en su panza y ya la estaban preparando para ir al quirófano.

—¿Qué tal marcha todo? —preguntó Edward, dándole un beso en la frente—. Te veo genial, obviando los aparatos.

—Me siento genial porque ya han puesto la epidural. Pero los dolores son jodidos, te cuento para que lo vayas sabiendo, Bella —dijo entonces dirigiéndose a mí.

Le di un beso en cada mejilla.

—Ni me lo digas. A mí que me pongan la epidural un mes antes si es posible —dije poniendo cara de susto logrando relajar el ambiente y que todos rieran.

—No creo que sea posible, pero, de todas maneras, todos los partos no son iguales —comentaba mi suegro mientras se dirigía al baño con el uniforme de quirófano para cambiarse y poder acompañar a Esme.

Diez minutos más tarde se la llevaban en una camilla. Edward y yo nos quedamos en la habitación a esperar, se sentó en el sofá y me tendió sus manos jalándome y sentándome en su regazo.

—Dentro de poco estaremos nosotros aquí pero en otras condiciones, seré el padre nervioso y tú la flamante madre. —Acariciaba la base de mi cuello metiendo sus dedos en mi cabello haciendo que me relajara, los hospitales siempre me ponían de los nervios.

—En eso te equivocas. Yo seré la madre nerviosa y tú el flamante y guapísimo padre —contesté para luego dejar salir un enorme bostezo. Yo siempre fui dormilona, pero con el embarazo se había acentuado—. Será hermoso mientras estés a mi lado— concluí.

Edward me acercó a sus labios dándome un beso cargado de amor, suave, lento, dándose su tiempo, acariciándome con su lengua e invadiendo mi boca entre suspiros, un beso totalmente diferente de cuando hacíamos el amor de manera descontrolada. Definitivamente mi marido tenía besos para cada ocasión.

—Los amo —dijo rozando mi boca mientras acariciaba mi tripita para luego separarse y regalarme esa amplia sonrisa que tanto me gustaba. Esa que llegaba hasta sus ojos llenándolos de arruguitas.

—Yo más. — Y volví a bostezar.

—¿Mis besos te dan sueño? —preguntó.

—Me dan de todo menos sueño, te lo puedo asegurar. —levanté repetidamente mis cejas para acentuar mi punto—. ¿Quieres comprobar? —dije removiéndome en su regazo.

—¿Aquí, ahora? No me tientes —gruñó y me volvió a besar—. No señora, espantaremos tanto a los pacientes como a los médicos, tú eres muy ruidosa y Carlisle nos mataría por hacer espectáculos en su trabajo.

—Puedo ser callada, a veces.

—Hagamos algo, mejor acuéstate y apoya tu cabeza en mis piernas. Duerme mientras esperamos, no sé cuánto demoren en regresar.

Asentí e hice lo que me dijo sin protestar, la verdad es que me estaba cayendo de sueño. Lo último que recuerdo es que me daba un beso en la frente mientras yo me entregaba dichosa a sus brazos y a los de Morfeo.

Todo lo que comienzacon un sueño, termina con un sueño. Quién lo diría. 

Sueño de una SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora