Al principio, me quedo atónito, inmóvil. Me está besando. Me está besando de verdad. La idea es tan poco creíble, y tan buena, que barajo la posibilidad de no estar delirando entre las botellas rotas. Sin embargo, sé que mi cerebro estúpido jamás sería capaz de imaginar algo que se sienta tan perfecto como esto. Eso, sin embargo, no ayuda a que la alternativa me parezca más lógica.
No obstante, lógica o no, estoy seguro de que esta es una de esas oportunidad que se desvanecerá de manera tan súbdita como llegó. Tengo que aprovecharla mientras esté conmigo. Lo tomo con fuerza de la cintura y lo acerco más a mí. Ninguna cercanía me parece suficiente. Los milímetros entre nuestros cuerpos parecen kilómetros cuadrados de distancia. Él responde a mi abrazo arqueando su espalda bajo la presión de mis manos, mientras las suyas recorren mis brazos de arriba abajo antes de aferrarse a mis hombros para poder besarme con más precisión. Mis labios apresan los suyos con tanta fuerza que estoy seguro que debo estar lastimándolo, pero él no parece dispuesto a quejarse. Al contrario, empieza a acomodar el beso a la misma intensidad. Empiezo a lamer lentamente su labio inferior al mismo tiempo que trato de abrirle los labios con los míos. En cuanto lo logro, comienzo a recorrer con mi lengua su boca, casi de manera desesperada, dibujando círculos en su interior. Él emite un ronquido extraño desde su garganta, pero me rodea el cuello con ambos brazos y me atrae más hacia él para que continúe besándolo. Mis dedos se aprietan contra su piel con fuerza, hasta que su camiseta se levanta lentamente y me permite acariciar su piel. Continúo besándole, dejando en ese beso, toda la agonía, y la soledad, y el desespero que se había instalado en las últimas horas. Le beso el mentón, la mandíbula y el cuello. Todas aquellas partes que creí que jamás iba a poder sentir otra vez. Respiro cerca de su pecho y siento a su reconfortante aroma envolverme. Dibujo con la lengua el recorrido desde la cálida piel de su cuello hasta el comienzo de su boca, y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Estoy tan agradecido de poder sentirlo de vuelta. De poder sentirlo a él. No puedo creer que me esté dando tan inmenso regalo. Lo estoy besando de verdad, lo estoy tocando de verdad. Es tan cálido, y tan dulce, y está aquí. Está verdaderamente aquí. No se ha ido. Aún no lo he perdido. Aún sigue siendo mío. Al menos en este momento, lo es.
Esta noche hacemos el amor tres veces. La primera por los impulsos frenéticos y desesperados que parecen recorrernos de pies a cabezas y que nos causan un hambre voraz por el cuerpo del otro. La segundo lo hacemos porque cuando nuestros cuerpos dejan de estar unidos, todo vuelve a ser gris y complicado de vuelta, y sentimos la imperiosa necesidad de sentirnos bien y felices, aunque sólo sea por unos cuantos minutos más. La tercera vez es sencillamente porque nos amamos. Porque, a pesar de todo, nos seguimos amando. Y porque, seguramente, siempre vamos a hacerlo. Esta no es exactamente la clase de amor que viene y se va. Si así lo fuera, nos habríamos rendido hace tiempo ya. Para ser sinceros, tenemos más de un millón de razones para irnos. Pero una demasiado buena para quedarnos. Y esa es que no podemos hacer otra cosa. Por mucho que lo intentemos, no podemos estar uno lejos del otro. Como si la composición de nuestra sangre tuviera alguna clase de contenido magnético que nos atrajera uno al otro. Que nos hiciera volver al punto de partida, una y otra vez. Me siento estúpido por estar dándome cuenta de todo eso recién ahora. Aunque supongo que siempre lo supe, bien en el fondo. Tan sólo espero tener razón esta vez. Porque acabo de darme cuenta, al mismo tiempo, de otra cosa, y esa es que quiero estar con él para siempre. Cueste lo que cuesta. Tenga que hacer lo que tenga que hacer para lograrlo.
Esta noche, a pesar de todo lo que ocurrió en ella, es una de las mejores de mi vida. No podría no serlo teniendo en cuenta que pude estar con él de esa manera. El dolor que se había ido acumulando hace horas al pensar que no podría volver a hacerlo nunca parece aflojar de repente. Y sé que va a parecerles una completa estupidez, en vista y considerando que tengo una lista de problemas tan grande que ya no tengo ni idea de por qué tengo que preocuparme (lo cual bien podría ser considerado como otro de los problemas), pero en ese momento, con mi cuerpo dentro del suyo, con el sudor de su piel mezclándose con el mío, con mis labios sobre los suyos, los sonidos que emite su garganta contra mi oído y sus dedos entrelazados contra los míos, me cuesta creer que esto puede llegar a ser cualquier cosa más que perfecta. Todo parece tan correcto. Todo parece tan bien. En ese momento, se los puedo jurar, soy tan absolutamente feliz. Si es que al final logro construir la podrida máquina del tiempo, me detendré aquí durante tanto tiempo. Construiré un hogar aquí. Es el lugar ideal para hacerlo. Después de todo, hacerle el amor, siempre se siente en cierta medida como volver a mi hogar. ¿Cómo podría sentirse de otra forma? Él es mi hogar.
ESTÁS LEYENDO
Quédate a mi lado...
Romance(Segunda parte de "No me dejes ir". Si quieres leer esta historia, recomiendo buscar antes la primera parte) Desde aquella noche lluviosa, para bien o para mal, todo ha cambiado alrededor de Patrick. Su relación con Chris está avanzando a pasos ag...