Capítulo 6

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Jonathan

A la edad de cinco años, Jonathan se dio cuenta que disfrutaba mucho más de pasar tiempo con las chicas que con los chicos. No había nada malo en ello, claro está. Era un pequeño niño pelinegro que quería pasar su tiempo jugando con osos de peluche y escribiendo en su diario que le habían regalado en su último cumpleaños.

Era un niño muy tranquilo, le decía su mamá. Él le sonreía, sabiendo que si su mamá lo decía, era algo bueno.

A la edad de siete años, descubrió que sus padres peleaban por su forma de ser. Demasiado delicado, amanerado, afeminado, maricón, fueron las palabras que escuchó decir a su padre.

No debió escuchar eso, le dijo su mamá. Era perfecto como era, lloraba.

A la edad de diez años, daba todo de si para comportarse como su padre quería: tosco, serio, masculino, como un hombre.

Había aprendido a jugar a la pelota, tenía camiones a control remoto, sábanas de autos, muñecos de acción.

Pero a él le gustaba un niño, y no había forma de que eso saliera de la privacidad de sus labios. No quería más problemas, no quería decepcionar a su papá.

—Hijo ¿por qué lloras? —le preguntó un día su mamá.

Era una mujer amable, maravillosa.

Se había jurado nunca hablar de lo que sentía, pero Jonathan sentía una profunda angustia, su pequeño corazón pesaba tanto.

Quería que alguien le escuchara, que le dijera que estaba bien, que no era una decepción.

Miró a los oscuros ojos de su madre, adornados por mechones de cabello negro al igual que el suyo, que escapaban de detrás de su oreja. La mujer estaba sentada junto a él en su cama, abrazándole protectoramente.

Abrazó con fuerza a su madre, llorando profundamente.

No quería seguir viviendo así.

Escondido.

Fingiendo.

Solo.

***

Las sillas de espera para hablar con la directora eran duras y poco cómodas. Hechas para sentirse incómodo con cada minuto que se estaba utilizando del preciado tiempo de la mujer, que casi no pasaba tiempo en el liceo. Jonathan no sabía si tenían suerte o no, porque justo ese día la directora se encontraba trabajando, como correspondía.

La secretaria los miraba de reojo mientras pasaba las hojas de vida de cada uno de ellos. Jonathan no la estaba mirando, solo quería salir de ahí. Si su padre se enteraba, estaría castigado hasta su salida de la universidad. Alex estaba sentado a su lado, abrazando su mochila mientras miraba sus pies.

El tic tac del reloj era lo único que llenaba el espacio.

El hablar no había pasado por sus cabezas, el ambiente se sentía como una silenciosa fuga de gas, con la más mínima chispa, explotaría. Lo mejor sería calmar las aguas. Tal vez debió pensar mejor en meterse en una pelea.

Pero sintió tanta rabia. Jonathan no quería pasar por eso, no de nuevo. Definitivamente no fue la mejor opción a tomar el golpear a alguien, no era lo que él hacía en estos casos, prefería el diálogo sobre cualquier cosa, pero estaba a centímetros del chico que dijo que daba asco por ser maricón.

Jonathan no hablaba abiertamente de ello, pero no lo ocultaba. Su orientación sexual era un tema que no le acomplejaba, pero que aún dolía si se presionaban los botones correctos. Era abiertamente gay, sin duda alguna, pero tampoco lo comentaba, no creía que fuese importante de mencionar, al menos que alguien tuviese dudas, entonces no dudaría en decir que si, que de hecho, era muy gay.

No me digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora